Cuando las celdas se conviertan en Puertas Santas - Alfa y Omega

Cuando las celdas se conviertan en Puertas Santas

Hoy se celebra la Virgen de la Merced, patrona de los presos. Con motivo del Año de la Misericordia, el Papa ha concedido a los internos un Jubileo específico y la posibilidad de cruzar la Puerta Santa con solo traspasar la puerta de su celda

Cristina Sánchez Aguilar
«La experiencia de la fe ayuda a los presos a superar la nostalgia de la libertad y la angustia ante el futuro». Foto: Ignacio Gil

Pepe es argentino. Tiene 66 años y cumple una pena de nueve en la prisión madrileña de Valdemoro. «Solo Dios no falla ni nos abandona», encabeza el manuscrito que recibe esta periodista. Detenido por colaborar –según él, engañado– con una banda mafiosa en Sevilla, afirma que el mayor sufrimiento se lo provocó «ver cómo quienes sabían de mi participación involuntaria se desentendieron de mí. Hasta mi expareja». Esto, sumado a «estar a 12.000 kilómetros de mi familia y amigos, y sin tener a nadie siquiera conocido en España, ha supuesto una terrible tortura». Tanto que «hasta se me pasó por la cabeza que lo mejor era el suicidio».

Cuenta Pepe en su carta que fue un día, «casi sin darme cuenta, cuando empecé a sentir la necesidad de poder comunicarme con Alguien que quisiera escucharme. A veces con súplicas, otras con enojo y desesperación». En la soledad de la celda «me venían recuerdos de mi infancia: mi Primera Comunión, la catequesis y mi mamá rezando conmigo por la noche. El chocolate con churros en las fiestas de la parroquia. La felicidad que sentía cuando íbamos a Misa los domingos». Así fue como «poco a poco me fui desenfadando con Dios, quien creí que también me había olvidado».

Es la hora de comer en la casa de acogida para presos Isla Merced, en Casarrubuelos. Foto: Casa Isla Merced

Pepe dio el paso y se apuntó al coro de la Pastoral Penitenciaria. Conoció al capellán y a los voluntarios, «quienes tantas veces tuvieron que soportar mis lágrimas. Puedo decir que fue mi reencuentro con Dios. Ellos hicieron que mi vida dejara de ser un calvario insoportable para ser un camino de esperanza». Ahora, el argentino espera ansioso que llegue el domingo «para participar y cantar en las tres Misas», y los miércoles, «cuando nos reunimos con los voluntarios en el módulo».

El padre Paulino Alonso, religioso trinitario que lleva 23 años de capellán en la cárcel de Soto del Real, lo atestigua: «La experiencia de la fe ayuda a muchos a superar dos grandes barreras: la nostalgia de la libertad y la angustia ante el futuro».

Pepe y todos los presos que lo deseen tendrán este curso su propio Año de la Misericordia. Mientras Roma estudia que algunos prisioneros participen en la ceremonia prevista en la basílica vaticana el 6 de noviembre de 2016, el Papa adelantaba en una carta que «cada vez que atraviesen la puerta de su celda, dirigiendo su pensamiento y oración al Padre, puede este gesto ser para ellos el paso de la Puerta Santa». Porque la misericordia de Dios, aseguró, «es capaz de convertir los corazones, de convertir las rejas en experiencia de libertad».

Foto: Ignacio Gil

También en el después

La labor de la Iglesia va más allá del acompañamiento en la prisión. En Casarrubuelos, en la diócesis de Getafe, varios voluntarios de la Pastoral Penitenciaria decidieron hace ya 15 años poner en marcha el centro de acogida Isla Merced con dos objetivos: el primero, ser un aval para que los internos sin redes familiares pudieran disfrutar de sus permisos. El segundo, «que cuando están con el tercer grado puedan venir a la casa los fines de semana, y cuando están en libertad condicional puedan vivir aquí hasta que consigan la libertad total», explica Susana Cano, educadora del centro.

La casa, que tiene 19 plazas, se sostiene económicamente gracias al obispado de Getafe y a benefactores particulares. «A los internos les hace muy felices saber que hay alguien fuera que les apoya. Entrar a la cárcel es un mal trago, pero salir también, porque no saben lo que se van a encontrar. Muchos no saben ni lo que es un móvil», explica Susana.

Lorenzo es uno de ellos. «He aprendido hace un mes lo que es el wifi», cuenta el hombre, de 46 años y recién salido de la cárcel después de 16 años y ocho meses de privación de libertad. Vive en el centro Isla Merced hasta que pueda valerse por sí mismo. «He salido muy tocado de la cárcel. Tengo VIH y me operaron de cáncer de laringe. Y todo esto me hace tener una espina clavada en el corazón, porque no entiendo por qué me ha tocado a mí. No tengo alegría ni ilusión». Pero Lorenzo no pierde la esperanza. «Recuerdo el día que llegó a la cárcel una monjita que iba a dar una charla. Me dio curiosidad saber qué iba a contar, y así empecé a asistir a Vivir sin cadenas, un programa que hay que seguir para que la casa de acogida te dé el aval y puedas vivir allí cuando salgas». Necesitaba este aval «porque mi hermano vive en un barrio muy tocado por la droga, y yo me quería alejar de todo eso». Fue así como Lorenzo conoció a los voluntarios de la Pastoral Penitenciaria de Getafe, que «me han hecho volver a nacer. Me corrigen en mis errores, me ayudan aunque yo falle y, sobre todo, me recuerdan que Dios existe. Ellos están apostando fuerte por mí, y eso me hace querer apostar también a mí». Lorenzo está reencontrándose con Dios.

Un preso pinta su visión del Purgatorio

Edwin Arango descubrió su vocación de pintor gracias a la hermana Josefa, una monja que visitaba a los presos de la cárcel de Murcia. «Desde que ella me animó, no he parado de pintar», cuenta en una carta enviada desde la cárcel de Ocaña, en Toledo, en la que cumple ahora su pena. Lleva once años interno «por cometer un error en su momento». Pero desde que supo que tenía un don con el pincel, «me he esforzado por aprender. Puedo decir que soy autodidacta», asegura. Tanto que lo es. Arango ha realizado exposiciones en diferentes bibliotecas públicas, ha pintado murales en todas las cárceles donde ha estado y ha colaborado en «infinidad de actividades culturales con los más desprotegidos, los presos», a quienes da clases de pintura.

Con motivo de la fiesta de la Merced, el preso va a exponer una muestra de su obra en el penal de Ocaña, para que puedan disfrutarla los internos. Después, las piezas llegarán a la Biblioteca de Castilla La Mancha, en el centro de Toledo. Esta exposición, que titula Purgatory, se compone de varios trabajos en acuarela que muestran «ese umbral donde el hombre vive la percepción alternada de la realidad y el universo. Esta muestra –asegura– es a la vez una invitación a encontrarse con los objetos y figuras que habitan en esta dimensión, donde la verdad tiene otra lectura.

El artista habla de sus pinturas como «secuencias de un criminólogo que más allá de su condición de preso o de su destino en una celda con olor a muerte, revela sus habilidades en la pintura» e invita a visitarla porque «quien vaya a verla, encontrará Luz».

«La presencia de la Iglesia en las cárceles es fundamental»

Se llamaba Mauricio. Aún no había cumplido los 18 años. «Se iba a morir y pidió auxilio. Le acompañé en su soledad, y eso le ayudó muchísimo a afrontar la muerte tan joven. Años después, mientras estaba dando un taller en Ocaña, me pidieron que saliera a la puerta. Estaba aparcado el autobús que trae a los presos del norte, de camino a Madrid para los juicios. De él salió una cara idéntica a la de Mauricio. Era su hermano gemelo. Me dijo que llevaba años buscándome por las prisiones de España para darme las gracias de parte de su madre por estar con su hijo en esos momentos».

Habla María Yela, la primera mujer laica al frente de Instituciones Penitenciarias en la archidiócesis de Madrid. «La vocación me llegó al ver a los internos de la cárcel de Carabanchel subidos en el tejado en el tiempo de la Transición», cuenta la psicóloga, que ejerce en el Centro de Inserción Social Victoria Kent, un establecimiento penitenciario para presos con tercer grado –autorizados a vivir en semilibertad–. En 1982 empezó a trabajar en la cárcel como voluntaria junto a un sacerdote. 33 años después, asume el mando del trabajo de la Iglesia en Madrid en las prisiones.

Para María, la presencia eclesial en las cárceles «es fundamental». Recuerda por ejemplo, la llegada del VIH en los años 80: «Nadie sabía cómo orientar a las familias o buscar recursos, y fue la Iglesia la que dio la respuesta a través del voluntariado. Fue el caso, por ejemplo, de Aranjuez u Ocaña». Seguir cuidando el trabajo voluntario, la capellanía y a las familias de los internos es el primer reto que propone la psicóloga. «Me gustaría que toda persona que entra en la cárcel para ayudar en su itinerario de fe a un preso valore que cada hombre y mujer es un Sagrario, aun con sus errores y defectos».