«¡Recuento!» - Alfa y Omega

«¡Recuento!»

Colaborador
Foto: Photospion.com/Arvind Balaraman

Escuchaba un sonido que me resultaba extraño: «¡Recuento! ¡Recuento!». Me sorprendió. Al abrir los ojos vi donde estaba. El frío llenó mi cuerpo, y me invadió una profunda tristeza.

Cuando entras en prisión, te embriaga un sentimiento de soledad que permanece en el tiempo. Un día en la enfermería alguien me dijo: «¿Quieres cuidar a una persona mayor?». Cuando le vi se me cayó el alma a los pies. Podría ser mi padre. Dije automáticamente que sí. Tenía 80 años y demencia senil.

Fue un placer estar con él, aunque no sé quién ayudó a quién. De él recibí cariño y amor, y empecé a descubrir en prisión otros sentimientos, lejanos del odio, el malestar y la violencia. Cuando se marchó a una residencia, perdí un gran apoyo. El cariño con el que cuidé a esta persona era mi sentido en este mundo penitenciario.

A veces pensaba en dejar este mundo, y conocer lo que hay más allá. En ese momento apareció Pablo, un sacerdote que me dio ánimo para seguir luchando. Por casualidades de la vida, me cambiaron de módulo y encontré a dos voluntarios que me ayudaron a ver la luz de Dios. Nunca pensé que en la cárcel iba a conocer a Jesús, sus parábolas, sus mensajes y enseñanzas. Los voluntarios de la Pastoral Penitenciaria me han ayudado a estar en paz, a encontrar la tranquilidad, la sencillez…

Dios no me ha dejado solo, ha estado en todo momento conmigo. Primero, cuando me abrazaba la persona a la que cuidé. Luego, con Eva y Maricarmen, dos voluntarias encantadoras que me enseñan la entrega y la fe en Dios. Se me hace extraño que personas como ellas vengan a compartir tiempo con los excluidos, pudiendo hacer otras cosas. Junto a los sacerdotes Pablo, Enrique y José Luis, me han ayudado a redescubrir la vida dentro de la sencillez, la humildad y el amor. Siempre llevan una sonrisa, se paran a escucharte. Detrás de ellos se encuentra un Dios amoroso que perdona, que cuida, que sonríe.

Nunca había disfrutado tanto la Misa como aquí. Te llena de Jesús. Aunque no canto nada bien, voy al coro para aprender canciones que luego le dedico a Dios y sobre todo a la Virgen, que sé que le gustan. Pero lo más importante es que he aprendido a reconocer los signos y mensajes de Dios e interpretarlos.

Basilio