La fantasia de la caridad - Alfa y Omega

La fantasia de la caridad

Juan Pablo II hizo, el pasado día 21, en la residencia pontificia de Castel Gandolfo, un balance de la visita pastoral a Polonia que realizó del 16 al 19 de agosto. Éstas fueron sus palabras más relevantes:

Jesús Colina. Roma

Vuelvo hoy a recordar el octavo viaje a mi tierra natal, que la Divina Providencia me permitió realizar en días pasados.

La visita ha tocado a una sola diócesis, pero en espíritu he abrazado a toda Polonia, a la que le deseo que continúe su esfuerzo por construir el auténtico progreso social, sin desfallecer nunca en la fiel salvaguardia de su propia identidad cristiana.

«Dios, rico en misericordia» (Efesios 2, 4). Estas palabras han resonado con frecuencia durante mi peregrinación apostólica. En efecto, el objetivo principal de la vista ha sido precisamente el de anunciar una vez más a Dios, rico en misericordia, especialmente a través de la consagración del nuevo santuario de la Divina Misericordia en Lagiewniki. El nuevo templo será un centro de irradiación mundial del fuego de la misericordia de Dios, según quiso manifestar el Señor a santa Faustina Kowalska, apóstol de la Divina Misericordia.

Jesús, en ti confío: ésta es la sencilla oración que nos ha enseñado sor Faustina y que en todo instante de la vida podemos llevar a los labios. Cuántas veces también yo, como obrero y estudiante y, después, como sacerdote y obispo, en períodos difíciles de la historia de Polonia, repetí esta sencilla y profunda invocación, constatando su eficacia y su fuerza.

La misericordia es uno de los atributos más bellos del Creador y del Redentor y la Iglesia vive para acercar a los hombres a esta fuente inagotable de la que es depositaria y dispensadora. Por este motivo quise confiar a la Divina Misericordia mi patria, la Iglesia y toda la Humanidad.

El amor misericordioso de Dios abre el corazón a actos concretos de caridad hacia el prójimo. Esto es lo que les sucedió al arzobispo Zygmunt Szczesny Felinski, al padre Jan Beyzym, a sor Sancja Szymkowiak y al padre Jan Balicki, a quienes tuve la alegría de proclamar beatos durante la misa celebrada en Cracovia, en el parque de Blonie, el domingo pasado.

Quise presentar al pueblo cristiano estos nuevos beatos, para que su ejemplo y sus palabras sirvan de estímulo y aliento para testimoniar con los hechos el amor misericordioso del Señor, que vence al mal con el bien. Sólo así es posible construir la deseada civilización del amor, cuya mansa fuerza contrasta con el misterio de iniquidad presente en el mundo. A nosotros, discípulos de Cristo, nos corresponde la tarea de vivir el elevado misterio de la Misericordia Divina que regenera al mundo, llevando a amar a los hermanos e incluso a los enemigos. Estos beatos, junto a los demás santos, son fúlgidos ejemplos de cómo la imaginación de la caridad, de la que hablé en la carta apostólica Novo millennio ineunte, nos hace cercanos y solidarios con quienes sufren, artífices de un mundo renovado por el amor.

Mi peregrinación me llevó después a Kalwaria Zebrzydowska para recordar los cuatrocientos años del santuario dedicado a la Pasión de Jesús y a la Virgen de los Dolores. Estoy ligado desde la infancia a ese lugar. Muchas veces he experimentado allí cómo la Madre de Dios dirige sus ojos misericordiosos al hombre afligido, necesitado de su sabiduría y ayuda, Señora de las gracias.

Después de Czestochowa, es uno de los santuarios más conocidos y visitados de Polonia, al que también afluyen fieles de los países vecinos. Después de haber recorrido las sendas del Viacrucis y de la Compasión de la Madre de Dios, los peregrinos se detienen ante la imagen antigua y milagrosa de María, abogada nuestra, que los acoge con ojos llenos de amor. Junto a ella se puede percibir y penetrar en el misterioso lazo que une al Redentor, que padeció en el Calvario, con su Made, que compadeció a los pides de la Cruz. En esta comunión de amor en el sufrimiento es fácil percibir el manantial de la fuerza de intercesión que tiene para nosotros, sus hijos, la oración de la Virgen.

Pidamos a la Virgen que encienda en los corazones la chispa de la gracia de Dios, ayudándonos a transmitir al mundo el fuego de la Divina Misericordia. Que María obtenga para todos el don de la unidad y de la paz: la unidad de la fe, la unidad del espíritu y del pensamiento, la unidad de las familias; la paz de los corazones, la paz de las naciones y del mundo, en espera.