Llamados a ser protagonistas - Alfa y Omega

Llamados a ser protagonistas

Cuando Buenos Aires acogió, en 1987, la primera Jornada Mundial de la Juventud fuera de Roma, poca gente conocía aún este evento, y su estructura era mucho más sencilla que ahora. Sin embargo, para los jóvenes españoles que peregrinaron a Argentina fue, como lo es ahora, un auténtico revulsivo. «El Papa nos exigía porque nos quería. Nos invitó a ser protagonistas y reclamar nuestro sitio»

María Martínez López
Un momento de la peregrinación de los jóvenes españoles a la JMJ de Buenos Aires

Cuando Víctor fue a su primera Jornada Mundial de la Juventud, para llamar a casa había que ir a una oficina de la compañía telefónica, solicitarlo, y esperar una hora. Fue en el año 1987, en Buenos Aires (Argentina). La Guerra de las Malvinas, que enfrentó al país con el Reino Unido, estaba aún reciente; y Víctor recuerda, como uno de los momentos más emotivos de la Jornada, el gran aplauso con el que los jóvenes argentinos recibieron al único joven inglés presente.

Nos exigía porque nos quería

Quien durante años dirigió el Departamento de Pastoral Juvenil de la Conferencia Episcopal Española, don Víctor Cortizo, por aquel entonces apenas tenía 20 años, y formaba parte del equipo de Pastoral Juvenil y Universitaria de Santiago de Compostela, recuerda esta primera Jornada Mundial de la Juventud fuera de Roma como «toda una experiencia de Iglesia», a la que acudió con la peregrinación organizada por la Conferencia Episcopal. Eso sí, fue «muy distinta a cómo es ahora. Las parroquias y grupos de allí organizaban cada uno sus iniciativas, y los grupos se montaban su agenda como querían. Nosotros fuimos a una villa miseria, estuvimos con misioneros españoles… A la delegación de España nos trataron muy bien, muchos nos llamaban y nos invitaban a las actividades que organizaban». Sólo hubo dos actos centrales con el Papa: la Vigilia y la Ecuaristía de envío. Don Víctor recuerda que «fue la primera vez en la que percibí la exigencia del discurso del Papa. Sentí que nos exigía porque nos quería, y porque la Iglesia nos necesitaba. Me quedé con esa idea de que no éramos la esperanza del futuro, sino del presente de la Iglesia. Me impactó también la fuerza con la que hablaba. El Papa se vio con un millón de jóvenes que nadie esperaba, totalmente entregados. Muchos eran de Hispanoamérica, con los problemas que tenía el continente; estaba en una Argentina que se reconciliaba tras la dictadura… Y nos invitó a ser protagonistas y reclamar nuestro sitio».

Momento de la peregrinación de los jóvenes españoles a la JMJ de Buenos Aires

De Buenos Aires…, a Santiago

Una llamada especialmente oportuna para los jóvenes del grupo de Víctor, que venían de Galicia. «Nuestra responsabilidad era mayor», ya que fueron a Buenos Aires con el encargo del entonces arzobispo de Santiago de Compostela, monseñor Antonio María Rouco, de fijarse en todo. Santiago iba a acoger la próxima Jornada internacional, y había que saber hacerlo. «Nos llevábamos copias de casi todo, hablábamos con la organización… Y luego lo pusimos en práctica. Muchas ideas -los voluntarios, la comida, las actividades de la tarde- las cogimos de Buenos Aires», aunque también introdujeron novedades: «Una de las cosas que vimos es que tenía que haber una agenda oficial de actos». También lanzaron la idea de las catequesis. Gracias a las experiencias de estos jóvenes, se puede decir que «las JMJ, con el concepto que tenemos hoy de ellas, nacieron en Santiago 1989».

Esta Jornada -añade- tuvo tanto éxito también gracias a la experiencia de comunión que habían vivido los jóvenes de toda España, dos años antes, en Argentina. «En la peregrinación de la Conferencia Episcopal no íbamos tanto a título personal, como enviados de la Iglesia en España». Durante esos días de abril -la JMJ fue el Domingo de Ramos- en Buenos Aires, «cada día teníamos oración y Eucaristía juntos, y vivimos muchos momentos de encuentro. Al volver, además, nos dedicamos a recorrer nuestras respectivas diócesis compartiendo lo que habíamos vivido».

La llamada de Juan Pablo II

En 1987, las JMJ eran un experimento incipiente, y apenas se conocían. Pero «el Papa Juan Pablo II tenía una gran fuerza de convocatoria, por su irradiación paternal, su cercanía a los jóvenes, su claro mensaje lleno de Cristo y su fuerza evangelizadora. Los jóvenes simplemente le creían y respondían a la invitación que él les había dirigido personalmente. Fue una respuesta vital». El padre Mariano Irureta, que por aquel entonces era capellán de la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense de Madrid, explica que, «desde el anuncio de la JMJ en Buenos Aires, muchos jóvenes comenzaron a ilusionarse. No era una empresa fácil, pero ellos mismos fueron entusiasmándose y entusiasmando a otros», hasta conseguir un grupo bastante grande.

El padre Mariano recuerda que la Vigilia con el Papa marcó especialmente a los universitarios. «Las palabras del Papa llenaron esa noche fría de calor, fuerza y luz. Los jóvenes empezaron a experimentar las grandes esperanzas que el Papa tenía puestas en ellos. Era admirable ver cómo les infundía ánimo, fuerza y valentía para su vida diaria y para ser testigos de Cristo en medio del mundo. Algunos me decían que, a pesar de la multitud de jóvenes, sentían que el Papa les hablaba a ellos personalmente. Y no querían dejarlo solo en la tarea de la evangelización del mundo. Descubrieron que la vida cristiana es una vocación en medio del mundo», que comenzó a realizarse en la misma Universidad, donde «todos estábamos llamados a ser testigos y misioneros». Por todo ello, para este sacerdote, «las JMJ son un sacramental de la Iglesia para los tiempos de hoy».