¡Muéstrame tu misterio, animal! - Alfa y Omega

¡Muéstrame tu misterio, animal!

Javier Alonso Sandoica

No es que me haya sobrevenido un brote psicótico ni tenga cuentas con nadie; en estas líneas quiero referirme estrictamente a esa otra especie que se nos restriega por la pernera del pantalón y algo parece decirnos.

Para contarnos la creación del ser humano por Dios, hombre y mujer lo creó, el autor del Génesis escribe que ningún animal corresponde a esa fuerza amorosa que golpea en el corazón humano. Sólo hombre y mujer se avienen, y en lo suyo encuentran descanso. Sin embargo, no por ello existe incomunicación del hombre con la familia animal. Para pensar debidamente, hay que acudir a las fuentes, y en este caso las fuentes son los niños, que nunca se equivocan.

Los chavales descubren el mundo a través del misterio de los perros y los gatos, y también los saltamontes, monos y pumas. Quizá porque ellos son los primeros en intuir su inasible misterio. Como decía el crítico literario Cyril Connolly, «en la juventud, me obsesionaba el mundo animal, criaturas sin remordimientos, sin obligaciones, sin pasado ni futuro, que no poseían nada excepto la intensidad del presente».

No sé si alguno de mis lectores tiene un gato a su derecha mientras lee. Yo tengo una gata que se calla cuando rezo y me mira como tratando de adivinar de dónde vengo. El hechizo se rompe cuando conviertes al animal en amigo, en hijo, en esposo amantísimo, cuando le mudas de especie, como hizo Truman Capote con su perro Charlie, a quien escribía postales: «Querido Charlie, aquí todos los perros tienen miedo, no te gustarían nada. Te echo de menos, ¿quién te quiere? Truman, quién si no».

No me gustan los perros a los pies de las tumbas de mármol de los reyes; la fidelidad sólo nace de un corazón libre. Qué fino estuvo Borges con los gatos: «En otro tiempo estás. Eres el dueño/de un ámbito cerrado como un sueño». El animal es vecino, el hombre y la mujer forman hogar, algo así.

Podemos regalarles poesía, eso sí, la que quieran, como hizo Byron cuando murió su perro Boatswain:

«Aquí reposan los restos de una criatura/ que fue bella sin vanidad/ fuerte sin insolencia,/ valiente sin ferocidad,/ y tuvo todas las virtudes del hombre y ninguno de sus defectos».

Es un Byron triste por la pérdida de su mascota, y escribe esos hermosos excesos. El animal es un regalo de Dios para redondear la sensibilidad del hombre hacia el misterio.