Pablo VI y España - Alfa y Omega

En la beatificación de Pablo VI considero un deber volver la mirada a la relación del Papa Montini con España. Las circunstancias del tardofranquismo explican una relación tensa y plagada de insidias y calumnias por parte de quienes se empeñaron en convencer a los españoles de que Pablo VI era un enemigo de España. La realidad muestra, por el contrario, la atención delicada que el Papa prestó a España y a la renovación conciliar de la Iglesia en España. Recordemos algunos de los acontecimientos que jalonaron el pontificado de Pablo VI y que tuvieron enorme trascendencia en la Iglesia española: la encíclica Populorum progressio (1967), el III Congreso Mundial de Apostolado Seglar (1967), el Discurso al Colegio cardenalicio (1969), la concesión del grado de Doctora de la Iglesia a santa Teresa de Jesús (1970), la Carta apostólica Octogesima adveniens (1971), así como el lamentable racimo de desencuentros que culminaron en la dramática petición de clemencia elevada por Pablo VI al entonces Jefe del Estado en favor de los últimos condenados a muerte por el franquismo.

Pensando en España, podemos afirmar que Pablo VI fue profeta de un cambio impresionante, y un pastor que supo mediar entre el inmovilismo de los sectores más resistentes al cambio y la agitación de quienes asumieron el Vaticano II con la mirada puesta en un Vaticano III. Sufrió a causa de los desmanes de quienes quisieron apropiarse del Concilio, pero nunca se rindió al pesimismo. España necesitaba del eje vertebrador del diálogo, como necesitaba políticos capaces de establecer medidas acordes con la libertad humana que superaran el reduccionismo tecnócrata al que la política española parecía condenada. Y si urgentes eran los cambios en materia sociopolítica, no eran menores los desafíos a los que estaban llamados los laicos, especialmente después de la dramática crisis de la Acción Católica. Pluralismo, unidad y equilibrio entre libertad y autoridad fueron, por mucho tiempo, las asignaturas pendientes de los católicos españoles. El III Congreso Mundial de Apostolado Seglar, así como la publicación de la Carta apostólica Octogesima advenimos, fueron piezas clave en la renovación del laicado español. No menor fue la atención dispensada por el Papa a la necesaria separación entre la Iglesia y el Estado, o su especialísima dedicación al clero y al episcopado español.

El Papa conocía perfectamente la situación política, la conflictividad en algunas diócesis, los enfrentamientos entre el clero y el régimen, los signos de politización creciente en una sociedad que carecía de espacios políticos normalizados, la necesidad de renovación del episcopado y las dificultades con las que chocaba la Iglesia conciliar. Y precisamente porque conocía bien la situación española y la riqueza del catolicismo español, jamás dejó de testimoniar su profundo respeto y admiración por la tradición y la herencia religiosa de España. El Papa amó a España y le dolió España. En la hora de su muerte, Joaquín Luis Ortega, entonces director de la revista Ecclesia, dio la medida exacta de ese dolor al escribir: «Los que le conocían de cerca saben que en su corazón había una espina, una más: la espina de España».