¿Descubrirán el amor de Dios? - Alfa y Omega

¿Descubrirán el amor de Dios?

«El más pobre es quien no conoce a Dios. Hay que ir a buscarlos estén donde estén». Estas palabras, que monseñor Carlos Osoro recordó cuando se despedía de Valencia, se las dijo la fundadora de las Operarias Misioneras del Sagrado Corazón de Jesús, a la que dirigió durante 15 años. Su curación milagrosa, a los 25 años, llevó a los altares a Bernardo de Hoyos

María Martínez López
La madre María de las Mercedes con Severiano Ballesteros, que le donó el importe de su Premio Príncipe de Asturias

El 22 de abril de 1936, la familia de María Mercedes Cabezas aguardaba su muerte. Los médicos habían desahuciado a la joven, de 25 años, que desde hacía 11 sufría una extraña enfermedad. Las oraciones al Venerable Bernardo de Hoyos parecían inútiles. «Mi padre», pensando que había muerto, «le dijo a mi hermano: Ciérrale ese ojo, que le queda un poco abierto. En aquel momento se le transformó el rostro y contestó: No, padre, no he muerto, estoy curada», contaba su hermana.

Con monseñor Juan Antonio del Val, entonces obispo de Santander, en 1982
Con monseñor Juan Antonio del Val, entonces obispo de Santander, en 1982

Esta curación llevó a los altares, en 2010, al Beato Bernardo de Hoyos. Y a Mercedes la marcó «como un sello —explica el jesuita Fernando Lasala, postulador de la Causa de canonización de la fundadora de las Operarias Misioneras del Sagrado Corazón de Jesús—. No se quedó tanto con la intercesión del padre De Hoyos, sino con la fuerza del amor de Dios a través de Jesucristo», que sintió muy intensamente. «Ella repetía muchísimo su nombre, así entero: Jesucristo».

Ya nada podía ser igual. Poco después de curarse, «en la oración, empezó a notar que Cristo la quería para una cosa nueva». Los jesuitas con los que se dirigió la probaron con bastante dureza para comprobar su sinceridad, lo cual le causó mucho sufrimiento. Al final, en 1948, le dieron el visto bueno y le recomendaron que fuera a Santander. «Quería hacer algo que tuviese relación con los niños abandonados y con los moribundos —explica el padre Lasala—, tenía las dos cosas muy grabadas». Se instaló con las primeras compañeras en Campogiro, en los suburbios, y allí pusieron en marcha una residencia para niñas de familias humildes o rotas. También hacían una gran labor de caridad y apostolado en el vecindario, y hasta la policía sabía que su casa siempre estaba abierta.

Esta labor caritativa iba acompañada de un profundo espíritu de reparación. Si oía a alguien blasfemar, le reprendía con mucho cariño; pero reparaba, sobre todo, ante el sagrario. «Vivía la reparación de una forma muy profunda, como alguien enamorado de Jesucristo. Nos decía: Hijitas, amemos a Jesucristo, con la voz de quien lo ha saboreado. Por las noches, la oíamos levantarse para rezar».

Habla la hermana María Mercedes Sordo, que llegó con 13 años a la residencia para estudiar en la ciudad, y con 18 entró en las Operarias. «La devoción al Corazón de Jesús, la reparación, la confianza en la Providencia y vivir como miembros del Cuerpo místico de Cristo lo he mamado de ella —afirma la hoy superiora de esa comunidad—. Al principio, daba la impresión de que era seria. Pero de jovencitas nos veía y nos acariciaba, y si veía a un niño le hacía la señal de la cruz y se preguntaba: ¿Qué será de él? ¿Podrá descubrir lo que Dios le ama? Toda su vida era que Jesucristo pudiera ser conocido. Íbamos por la calle, y se preguntaba si esa gente sería cristiana. Le preocupaba mucho que las almas se perdieran».

La madre María de las Mercedes
La madre María de las Mercedes

«Estoy con los pobres de solemnidad siempre, pero, al final de mi vida, compruebo que el más pobre es quien no conoce a Dios. Hay que ir a buscarlos donde estén», le decía a su director espiritual durante sus últimos 15 años, monseñor Carlos Osoro. El entonces Rector del seminario de Santander recordó estas palabras al despedirse de Valencia.

Más allá de la obra que hizo «con niñas, jóvenes, enfermos», afirmaba en una serie de artículos tras su muerte, hay que acercarse «a la hondura de quien hizo posible estas obras». Madre Mercedes «autentificó la vida a la luz del Evangelio». No había recibido mucha formación en su San Cristóbal de la Cuesta natal, y «toda su cultura la aprendió meditando las páginas del Evangelio y entrando en la vida desde esa luz». De hecho, «hablaba de Dios como si estuviera conversando con Él. Hablaba sin tapujos, sencillamente, como se habla del mejor amigo. Y porque así hablaba con Dios, sabía hablar de los hombres». Ella «venía a buscar luz en mi ministerio, pero era yo el que salía profundamente gratificado con sus palabras y enriquecido mi ministerio sacerdotal. Ella venía a recibir el perdón del Señor y yo descubría la grandeza de un Dios que sigue obrando maravillas».