«África necesita justicia, no limosnas» - Alfa y Omega

«África necesita justicia, no limosnas»

Monseñor Miguel Ángel Sebastián, misionero comboniano aragonés que, en estos momentos, sirve a la Iglesia como obispo de Lai, en el Chad, denunció, la pasada semana, en las Jornadas Nacionales de Delegados diocesanos de Misiones, que han tenido lugar en Alcalá de Henares, que muchas ONGs y organismos internacionales «viven gracias a la situación de miseria» en África

Cristina Sánchez Aguilar

Los países africanos son ricos, dijo monseñor Sebastián. «No sólo ricos en riquezas, sino también en capital humano: médicos, ingenieros, informáticos…, que abandonan sus países». Y aludió a la corrupción de muchos políticos y funcionarios africanos, pero que no son los únicos culpables: «Pienso en tantos organismos internacionales que viven gracias a la situación de miseria de una parte de la Humanidad; esos organismos u ONGs tienen necesidad de que la situación siga así. Son organismos que conocemos bien en el Tercer Mundo. Si bien es verdad que hacen mucho para ir arreglando el continente, también es verdad que ellos ganan mucho con sus actividades; no podéis imaginar los sueldos enormes que ganan los empleados de las agencias de la ONU, ni los presupuestos enormes en funcionamiento, en transporte, etc. Es inimaginable y escandaloso».

Además, monseñor Sebastián contó la estupefacción en muchos africanos, cuando ven que cualquier petición de contenido religioso es sistemáticamente desechada. «Los africanos no entienden por qué cuando se pide ayuda para construir una capilla, se tenga tanta dificultad para obtenerla», dijo.

Una de las organizaciones de las que sí recibe ayuda su diócesis para el sostenimiento de la Iglesia es Obras Misionales Pontificias, «pero estas ayudas no llegan a cubrir todas las necesidades», advirtió. «Lo más difícil de cubrir es el funcionamiento ordinario de la diócesis: el sostenimiento del clero, las ayudas económicas a comunidades de religiosas y la formación de los seminaristas…» —la diócesis cuenta con 23 seminaristas mayores—. Por esta razón, desde el Obispado se buscan ayudas constantemente: «Preparamos proyectos y se presentan, en general, a varios organismos, pues ninguno te da la totalidad de lo pedido; eso, además de pedir la participación local».

El obispo se sinceró con los participantes en las Jornadas y expresó su indignación por la imagen que, en Occidente, se tiene de África: «Esa imagen de África que toca el corazón de la gente y hace meter la mano en el bolsillo. Es verdad que en África hay mucha pobreza, injusticias, guerras…, eso lo han denunciado los obispos en los dos Sínodos especiales para África. Pero no podéis imaginaros cuánto daño hacen esas imágenes a los africanos. En África, todos estamos convencidos de que hay mucho que hacer, mucho que cambiar, pero no son las limosnas de los ricos las que pueden desarrollar los países africanos, sino la justicia internacional», denunció.

El Cuerno de África se extingue

Otro de los grandes asuntos abordados fue la situación que se vive en el Cuerno de África. En una de las mesas redondas, Daniel Burgui, periodista y testigo presencial de la tragedia, declaró, contundente: «El Cuerno de África se extingue». Y recordó cómo más de mil supervivientes llegaron, cada día durante 2011, al campo de refugiados de Dadaab, en Kenia, «huyendo de Somalia, de la peor sequía en 60 años, de una hambruna que estrangula estómagos y una guerra ininterrumpida que dura dos décadas».

«Cada día, 1.200 personas, durante los meses de julio, agosto y septiembre, atravesaron desde el Bajo Juba, en las entrañas del sur de Somalia, el desierto que media hasta alcanzar el suelo keniano. En travesías de hasta 20 y 30 días, sin comida, sin agua, a menudo descalzos. Muchas familias se perdían por el camino, algunas se reencontraban; debían dormir en arcenes, al raso, entre arbustos de espinos. Muchos fueron atacados por milicias, contrabandistas, o por los propios ejércitos regulares, abusados, robados, desposeídos y temerosos de las hienas y otras alimañas, del sol, el calor y la deshidratación», narró el periodista.

Pero, tras describir la dureza, Burgui dejó un aliento a la esperanza: «Tanto los refugiados, como los misioneros y cooperantes, se esfuerzan y sudan a diario por hacer sostenible la vida, en un contexto y una emergencia humanitaria sin precedentes».

Una piratería desconocida

Don Gerardo González, ex redactor jefe de la revista Mundo Negro, recorrió la historia de Somalia y concluyó que, «a su guerra sin fin —desde la caída del general Siad Barre, en el año 1991, y que ha costado 300.000 muertos y un millón y medio de refugiados—, se suman otras dos realidades conflictivas: la piratería y el hambre».

Y aludió a una piratería desconocida para muchos: «Los verdaderos bandidos del mar son los pescadores clandestinos que saquean los peces de los pescadores artesanales somalíes. Somalia no es, por tanto, sólo un Estado fallido. Es un Estado atrapado en la tela de araña de los intereses internacionales. Sus 3.300 kilómetros de costa, en el golfo de Aden, el mar de Arabia y el Océano Índico —donde faenan 700 barcos pesqueros tanto legal como ilegalmente—, y su acceso al estrecho de Bad el-Mandeb, que separa el continente de la península arábiga, son la razón de que no se le permita vivir en paz».