La belleza, puente entre fe y sociedad - Alfa y Omega

La belleza, puente entre fe y sociedad

«Una fe que no se hace cultura es una fe no plenamente acogida, no enteramente pensada ni fielmente vivida». Esta frase del beato Juan Pablo II, incluida en el Manifiesto de clausura del Congreso Católicos y Vida Pública, es el mejor resumen de lo que significó el acto cultural Ecos de Dios

María Martínez López
Un momento de Ecos de Dios

Imágenes —400— de cuadros y obras de arquitectura; poesía religiosa; y 16 obras musicales cantadas por la coral Jesús-María, demostraron, por la vía de los hechos, cómo «la alianza fecunda entre fe y arte ha sido filón de inspiración para poetas, pintores, músicos… Cuando el hombre mira a Dios, su vida misma cobra sentido a través de la belleza».

El esqueleto de esta Carta a los buscadores de Dios, dividida en siete momentos, fue la historia de la salvación: Creación, Encarnación —a través de María, cuya «dulce fortaleza fue su encanto, / la fuerza de su amor, la fe vivida»—, y Redención —«Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera/ que aunque no hubiera cielo yo te amara/ y aunque no hubiera infierno, te temiera»—. A la salida, Agustín comentaba que, «a través del arte, se ha transmitido muy bien cómo Cristo interviene en la historia del hombre, y los sentimientos» que eso despierta en él. «En algún momento, he llegado a emocionarme. La belleza acerca mucho a Dios».

Pero Ecos de Dios iba más allá de este núcleo fundamental, y de la belleza con la que se compartió. El arte se entrelazaba con reflexiones, leídas por jóvenes universitarios, sobre cómo la fe, al igual que en el arte, se ha de encarnar en toda la vida del hombre. Si, en palabras de san Juan de la Cruz, el Creador pasó por bosques y espesuras, y, «con sólo su figura, vestidos los dejó de su hermosura», se recordó que, por ser creada, la naturaleza contiene indicaciones morales, como la dignidad intrínseca del hombre.

No todos los cuadros eran religiosos: mientras se proyectaban, por ejemplo, algunos cuadros de niños de Murillo, se recordaba que «es imposible amar verdaderamente a Dios y sentirse amado por Él sin amar al prójimo. Pero amar no es tanto dar, como darse». Por otro lado, saber, como afirma el libro de la Sabiduría, que ésta, «sin cambiar en nada, renueva el universo y, entrando en las almas buenas de cada generación, va haciendo amigos de Dios y profetas», obliga a los cristianos a formar su conciencia, y a asumir que «adherirse a la Verdad exige a veces un acto heroico».

La fe, vivida en la Iglesia con la ayuda de los sacramentos, se ha encarnado en la sociedad a lo largo de dos mil años. Los santos, en el «diálogo íntimo y personal con Dios, encontraban la fuerza, la valentía, la generosidad, la humildad y la pobreza que les permitieron llevar a cabo grandes empresas al servicio de Dios y del hombre, generando comunidades vivas, capaces de construir y educar, poniéndose confiadamente en las manos del Señor». La cultura monástica medieval, las universidades y hospitales, la aportación de tantos clérigos a las ciencias, son prueba de ello, como leyó Almudena. Después, explicaba a este semanario que, como estudiante de Historia, el acto había tenido mucho significado para ella. «La religión tendría que estar mucho más presente en el arte y la cultura contemporáneas. El sentido pleno de la belleza es acercar a la gente a Dios. Eso se debería recuperar. Si no, en el arte o en cualquier ámbito, se puede llegar a hacer algo bonito, pero no con plenitud».

Para Carmen, una congresista, Ecos de Dios había sido «una inyección de ánimo y de optimismo impresionante. Los católicos somos capaces de la nueva evangelización, sencillamente imitando el amor de Cristo, que lo puede todo».