Una de las mayores alegrías de mi vida - Alfa y Omega

He trabajado con toda ilusión en la Causa de canonización de santa Bonifacia, nuestra fundadora. Al principio, desde 1987, lo he compaginado con otras tareas; y a partir de 1993, de modo exclusivo. A lo largo de estos años ha crecido mucho en mí el gran cariño y admiración que ya le tenía. Estoy convencida de que es un testigo excepcional de la fe, por sus extraordinarios valores evangélicos. La canonización significa su victoria. Que la Iglesia haya reconocido su santidad, haciéndole justicia, es una de las mayores alegrías de mi vida, si no la mayor después de mi consagración perpetua a Dios en 1960. Diría: Éste es el día en que actuó el Señor para las Siervas de San José.

De la ceremonia, destacaría el momento en que el Papa leyó la fórmula de canonización: el corazón me latía con muchísima fuerza. ¡Lo había esperado tanto! De la homilía subrayo lo bien referida que está a Bonifacia Rodríguez la segunda lectura, tomada de san Pablo a los tesalonicenses: trabajar como lo había hecho desde pequeña; no solamente era un medio para no ser gravosa a nadie, sino que suponía también tener libertad para realizar su propia vocación. No ser gravosa y ser libre: dos notas muy importantes en su vida y misión. Dos dimensiones esenciales para que la mujer recobre en el trabajo el sentido de su dignidad. Destacaría también esta frase del Santo Padre: la Madre Bonifacia «asumió la cruz con el aguante que da la esperanza, ofreciendo su vida por la unidad de la obra nacida de sus manos». El Papa revela el gran conocimiento que tiene de la figura de Bonifacia Rodríguez de Castro.

Al canonizar a la Madre Bonifacia, la Iglesia reconoce la autenticidad evangélica de su vida y misión, y nos la propone como testigo de la fe. Al mismo tiempo, la Iglesia ratifica que el trabajo hermanado con la oración, núcleo de su espiritualidad, es verdadero espacio de encuentro con Dios. Porque, desde que Jesús se hizo uno de tantos en Nazaret, Dios acontece en el corazón de la vida, en lo cotidiano y sin relieve, en las ocupaciones más normales de cada día. Finalmente, con la canonización de la Madre Bonifacia, la Iglesia autentifica su vida humilde de servicio a la mujer trabajadora pobre. Y proclama que el perdón de las ofensas y el silencio ante humillaciones e injusticias son manifestaciones del amor fraterno.

La canonización de Bonifacia acontece porque no se enciende una luz para ponerla debajo de un celemín, sino sobre un candelero. Según el deseo de Jesús, santa Bonifacia debe ser luz que nos alumbre a todos, para que veamos el bien que ha hecho y glorifiquemos a nuestro Padre del cielo.

En el saludo en español que precedió al ángelus, Benedicto XVI se dirigió a las Siervas de San José con estas palabras: «Saludo en particular a las Siervas de San José, que tienen el gran gozo de ver reconocida por la Iglesia universal la santidad de su fundadora». Cuando después de la celebración pudimos encontrarnos y saludarnos, nos brillaban los ojos a todas, y comentamos: ¡Qué bien ha sabido resumir el Papa nuestros sentimientos!