Papá, mamá, ¿venís a Misa? - Alfa y Omega

Papá, mamá, ¿venís a Misa?

Las Jornadas Mundiales de la Juventud, los nuevos movimientos eclesiales, la Pastoral Universitaria, la vida consagrada… son infinitas oportunidades que la Iglesia ofrece para que los jóvenes conozcan a Cristo. Muchos de ellos, nunca antes habían escuchado la Buena Noticia, ya que en sus casas no habían tenido la oportunidad de acercarse a Dios, por no tener unos padres creyentes. Todavía no es un fenómeno universal enraizado en la historia de la Iglesia del siglo XXI, pero comienzan a verse casos concretos y sus frutos: son los hijos que evangelizan a sus padres

Cristina Sánchez Aguilar

Monseñor José Ignacio Munilla, obispo de San Sebastián: Tu felicidad será la nuestra

Las nuevas generaciones de jóvenes, en lo que respecta a su acogida del mensaje cristiano, parten de algunas ventajas, pero también de otras desventajas, comparándose con la generación de sus padres, mucho más influenciada por Mayo del 68. La principal desventaja de la juventud actual es su gran desconocimiento del hecho religioso: en la práctica, podríamos decir que empiezan de cero. Sin embargo, su principal ventaja es la frescura en su adhesión a la fe, ya que no han sido hijos de experiencias negativas en la Iglesia. Los posibles rechazos hacia la Iglesia que puedan darse en estas nuevas generaciones, son más consecuencia del bombardeo mediático anticlerical, que de su propia experiencia personal. En consecuencia, debemos evangelizar directamente a estas nuevas generaciones.

Pero también es evidente que un número considerable de padres de Mayo del 68 han procurado para sus hijos una cierta educación católica, sin plena convicción de lo que esto supone. Han inscrito a sus hijos en la Escuela Católica o en la catequesis parroquial, con el propósito principal de que sus hijos queden preservados, o por lo menos prevenidos, frente a muchos males morales… Su interés por la fe católica es de tipo moralista. No sería de su agrado que sus hijos fuesen creyentes fervientes y plenamente coherentes. Es como si dijesen a sus hijos: ¡Vosotros aprended muchas cosas buenas que se os puedan ofrecer, pero sin que os coman el coco!

Y, claro, ha acontecido que este modelo de educación cristiana, con honrosas excepciones, no ha funcionado. Primero, por la falta de un referente coherente en el hogar; y, en segundo lugar, por haber olvidado que el hecho central del cristianismo es la gracia del encuentro personal con Cristo… Este fracaso educacional ha supuesto que no pocos padres hayan sufrido mucho al ser testigos de la infelicidad de sus hijos, motivada por la falta de propuestas y horizontes de esperanza… Pero cuando un padre o una madre ven a su hijo superar su frustración existencial, y constatan la influencia determinante que la fe cristiana y el espacio eclesial han tenido en esa sanación, entonces se les presenta también a ellos una ocasión de gracia para abrirse a la fe. Los hijos se convierten en misioneros de sus padres.

El encuentro de gracia vivido por los hijos en las JMJ, por poner un ejemplo, se convierte en ocasión para que unos padres agnósticos o secularizados modifiquen sus presupuestos previos y amplíen sus horizontes. El amor paterno y materno dispone a los padres a dar el voto de confianza a quien ha hecho felices a sus hijos… ¿Y si ha sido Dios?… Recuerdo las palabras de unos padres secularizados en el momento en que su hija ingresaba en un monasterio: Hija, tu felicidad será la nuestra.

Mercedes Aroz, ex senadora socialista: La misericordia de Dios y el poder de la oración

La fe es un don gratuito de Dios. Sólo así puedo comprender lo que me aconteció inesperadamente hace pocos años, y que ha supuesto pasar de la increencia y de una ideología marxista materialista, sobre la que construí mi vida y la de mi familia, a la fe cristiana. Pero este don llegó primero a mi hijo menor que me precedió varios años en el camino de la fe, lo que lleva a plantear la relación de ambos hechos.

Sin embargo, la fe es un acontecimiento personal que viene de fuera de uno mismo, y a la vez es profundamente interiorizado. Ésta es mi propia experiencia. La fe se inicia cuando Dios irrumpe en la vida y toca lo más íntimo del corazón. Y es a partir de ese momento cuando se implica la razón y toda la persona en la búsqueda y conocimiento de Dios, conllevando un cambio radical de vida. A través de la razón y la reflexión se puede llegar a creer en la existencia de Dios, pero la fe como experiencia y relación con Él es una verdadera gracia.

La conversión de mi hijo aconteció dentro de su proceso de búsqueda, no exento de riesgos, cuando ya vivía de forma independiente. Dios puso en su camino los medios, las personas y las intuiciones decisivas para llegar a la fe cristiana que dio sentido a su vida. Y el buen puerto que es la Iglesia católica le dio estabilidad y el lugar para vivir la fe. Como madre, acogí con respeto sus creencias y con alivio su nueva vida, pues supuso una transformación admirable. Pasó a ser un gran testimonio de vida cristiana, lo que supuso para mí una mejor aceptación del fenómeno religioso; sin embargo, nunca imaginé ni me planteé seguir sus pasos.

Pero la misericordia del Señor es grande, y su poder conmueve el corazón más endurecido y da luz a la mente más ofuscada. Como creyente, he podido comprobar la fuerza de la oración cuando no hay motivaciones egoístas, viendo la respuesta amorosa de Dios ante nuestras súplicas más fervientes. Mi hijo rezó así por su madre, y la fe entró en mi vida. En el verano del año 2000, durante la Jornada Mundial de la Juventud, mientras mi hijo estaba en Roma con el Papa Juan Pablo II, nuestros caminos de fe se entrecruzaron. Aquel importante evento eclesial que convocó a dos millones de jóvenes me abrió los ojos sobre el vacío de las ideologías, y poco después, en la soledad del Pirineo, decidí ponerme en camino hacia el Dios de Jesucristo y la Iglesia católica. El camino ha sido largo y muy difícil, pero ha valido la pena.

Daniel Navarro, seminarista de 4º curso en Madrid: Una familia unida en el Evangelio

Mis padres siempre han sido religiosos, pero mi padre, concretamente, me confesó que había empezado a conocer a Cristo de verdad gracias a un libro que le recomendé y gracias a mi testimonio personal de vida. Ahora, lo que más le ayuda cada día, es que hablamos de todas nuestras inquietudes en torno a la fe, y eso ha provocado que mi familia cada vez sea más consciente de su ser como cristianos y miembros activos de la Iglesia, además de valorar más la labor de los sacerdotes y fomentar la comunión con ellos.

Y no sólo han cambiado mis padres desde que entré en el Seminario, sino también ha variado la relación entre los miembros de mi familia: ha sido un refuerzo en la unión y en la armonía familiar. El Señor se ha hecho mucho más fuerte en el medio de una familia plenamente unida en un solo pensamiento, en un solo perdón, en vivir el Evangelio.

Mis padres, como padres, destacan que han sentido una gran tranquilidad por el inmenso crecimiento personal que han visto en mí. Yo salí de casa por la puerta de atrás, y ahora veo a mi familia y la amo, cosa que antes no ocurría. Fue con mi padre con quien más cambió la relación después de que me dijera que se estaba encontrando con Cristo de manera personal gracias a mi vocación.

S. Mª A. E., Hermana Clarisa: Todo lo mejor

Cuando tomé la decisión de entrar en un monasterio de clausura de la Orden de las Hermanas Pobres de Santa Clara, hace ahora once años, la noticia cayó como un bombazo en mi casa, especialmente a mi padre que tanto se había esforzado en darme todo lo mejor en este mundo. Desde ese día, mi padre, a quien admiraba profundamente y que tanto había influido en mi vida, me dejó de hablar; luego, intentó convencerme de que era una locura; y por último se negó a acompañarme el día de mi entrada. Mi madre intercedió, y al fin consiguió convencerle de que viniera con todos al que fue para él como el día del entierro de su hija.

Mis padres nos habían bautizado y todos hemos estudiado en colegios religiosos, pero él se había ido alejando de la Iglesia, de los sacramentos, y al contacto con el mundo del trabajo adquirió una mentalidad materialista y racionalista, sin ninguna referencia a Dios. La fe que había recibido en germen en el Bautismo parecía sin vida. Criticaba muchas cosas de la Iglesia, la veía como una organización con fallos, y la religión como algo superado por los avances científicos.

Desde que entré, no he dejado de rezar por él, muchas veces con lágrimas, pues quiero que donde esté yo, esté él también conmigo; no me refiero físicamente a un lugar, sino a la comunión profunda en Dios, aquí en este mundo y para siempre, quiero para él todo lo mejor: que conozca a Dios y que le ame.

A lo largo de estos once años, mi padre ha sido alcanzado por Dios a través de mi vida consagrada. Muchas veces, cuando venía de visita, al contacto con las Hermanas, experimentaba alegría y no pena; verme feliz, plena, al tiempo que le daba paz, le hacía preguntarse muchas cosas sobre Dios; yo le hablaba o le daba algún libro para leer. Él ha tenido la libertad y la valentía de preguntarme cómo descubrí que Dios me llamaba a esta vida y ha ido guardando estas cosas en su corazón; Dios está haciendo el resto…

El último acontecimiento familiar ha sido la boda de mi hermana, en noviembre de 2009. Ella me llamó la víspera y me dijo: Hermana, quiero hacerte un regalo. ¿Sabes qué hemos hecho esta tarde papá, mamá, Miguel y yo? Pues hemos recibido el sacramento de la Reconciliación. Más tarde, al ver las fotos de la boda, me he quedado con una donde se ve a mi padre recibiendo el Cuerpo de Cristo.

Francisco, estudiante de Psicología: Una madre no se cansa de esperar

Hace cuatro años, en una Vigilia de jóvenes en la catedral de la Almudena, me acerqué a la fe. Conocí la Milicia de Santa María y empecé a participar en la Pastoral Universitaria, en el grupo de la Milicia, y a rezar el Rosario. Mis padres al principio no lo entendían, no querían que fuese…, pero mi madre, tras escuchar mi testimonio en la Vigilia de la Inmaculada del pasado año, poco a poco, empezó a recuperar la fe que perdió hace años y está comenzando a ir a Misa. Le impresionó mucho el amor a la Virgen y, en un momento de la comunión, cuando cantaron una canción que dice No se cansa de esperar, se acordó cuando era joven y rezaba a María. Mi padre va más lento, pero también va.

Cuando empezó el cambio, tuvimos muchos problemas, la relación era más hostil, pero ahora hay menos discusiones y hablamos de temas más interesantes, se nota que ha cambiado el trato humano. Mi madre, desde los 15 años, dejó de practicar, pero ahora ya me comprenden y me animan a que participe.