El corazón del cristianismo - Alfa y Omega

El corazón del cristianismo

A través de sus encíclicas, de sus enseñanzas y, sobre todo, de su forma de vivir la misión que le ha sido encomendada, Benedicto XVI ha conformado «una doctrina que nos enseña la naturaleza del cristianismo», escribe don Javier Prades, Rector de la Universidad Eclesiástica San Dámaso, de Madrid, y miembro de la Comisión Teológica Internacional.De esta forma «no sólo nos explica el cristianismo, sino que hace presente el cristianismo»

Javier María Prades López
Leyendo la primera encíclica de Benedicto XVI, Deus caritas est, ante la Plaza de San Pedro, el día de su publicación: 25 enero 2006

La renuncia del Papa Benedicto nos da testimonio de su fe en Jesucristo. Esta fe testimoniada, viva y presente nos ayuda a comprender el modo con el cual Benedicto XVI, a lo largo de estos años, ha ejercido el ministerio de Pedro.

Con su decisión nos ayuda a reconocer la verdad del Evangelio. Por así decir, nos ayuda a reconocer que Cristo sigue siendo contemporáneo, que está en el hoy de la Historia y no es un recuerdo del pasado. No olvidemos que, ante su gesto, todos nos hemos quedado sin palabras, y, casi sobre la marcha, hemos tenido que corregir nuestros esquemas mentales. Hemos tenido que dar una respuesta personal a ese hecho tan sorprendente. Salvando la debida analogía, algo así es lo que refieren los que habían visto a Jesús o a los apóstoles, los que se encontraron ante la predicación de san Pablo o de los grandes testigos de la tradición cristiana. Ante ellos, saltan los esquemas mundanos y es necesario preguntarse: ¿pero quién es este Dios tan real, tan decisivo para la vida de un hombre que le permite un gesto de tamaña libertad?

Con esta clave se pueden comprender tanto su diálogo con las sociedades plurales de hoy, como la doctrina que ha recogido en sus encíclicas y documentos. Recordemos que estamos en el Año de la fe, convocado precisamente por Benedicto XVI. ¿Y qué es la fe? El reconocimiento racional y libre, por gracia, de la presencia excepcional de Dios en la Historia. Esto es lo típicamente cristiano.

No profesamos la fe sólo en el sentido de creer que hay un Dios trascendente, algo que ciertamente también afirmamos, sino que ese Dios trascendente ha entrado en la Historia. Éste es el escándalo cristiano: los misterios de la Trinidad y de la Encarnación. Éste es el corazón del cristianismo. Por lo tanto, si Dios ha entrado en la Historia, tiene que poderse reconocer en el presente, hoy. El Papa, aun antes que explicarlo, o a la vez que lo explicaba, nos ha mostrado que Dios en Jesucristo y en el Espíritu Santo se hace presente y como visible en nuestra historia. Este servicio de fortalecimiento y de sostén de la fe de los hermanos es una de las características del ministerio de Pedro.

El cristianismo en acto

En la primera encíclica, Deus caritas est, el Papa comienza con un párrafo muy citado, porque encierra un cierto valor programático: «No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea». No excluye que sean dimensiones necesarias de la vida cristiana, pero no se empieza a ser cristiano de ese modo, «sino -dice- por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva». Esta doctrina nos enseña la naturaleza del cristianismo. Pues bien, esto es lo que hemos podido vivir en estos últimos días. Nos hemos encontrado con un acontecimiento que ha abierto un horizonte para la vida y le indica una dirección fundamental.

El Papa ha sido coherente con su doctrina en la tensión ideal que vive para mostrarnos el cristianismo en acto, tal y como él lo había definido hace ocho años en la encíclica. De manera que, no sólo nos explica el cristianismo, sino que hace presente el cristianismo. Nos dijo cómo es el cristianismo, algo muy importante, porque hemos visto en los años del post-concilio tantas reducciones de la naturaleza original de lo cristiano que son imprescindibles las aclaraciones doctrinales. Pero las precisiones doctrinales adquieren todo su valor cuando iluminan un hecho que está ante nuestros ojos. Y, a su vez, el hecho esclarece la doctrina. Joseph Ratzinger/Benedicto XVI ha enseñado esta doctrina del Concilio Vaticano II y la ha realizado durante todo su ministerio, como obispo, como cardenal y Prefecto y como Papa. En la encíclica Spe salvi nos ha enseñado que «el Evangelio no es solamente una comunicación de cosas que se pueden saber, sino una comunicación que comporta hechos y cambia la vida».

No es posible ofrecer pautas de interpretación de este riquísimo magisterio en pocas líneas. Cabe al máximo destacar algunos puntos sobresalientes. Hemos empezado por la especificidad de la fe en el Dios de Jesucristo, cuya expresión más reciente -aunque no sea propiamente doctrina magisterial- es el libro en tres volúmenes sobre Jesús de Nazaret. Pero resplandece en las dos exhortaciones apostólicas Sacramentum caritatis y Verbum Domini, verdadero díptico sobre el misterio de Cristo, Verbo encarnado, presente en su Cuerpo eucarístico y en su Palabra de vida. A partir de ahí, se puede también situar mejor su denodado interés por una adecuada práctica y comprensión de la acción litúrgica de la Iglesia. Así como el servicio prestado a la interpretación del Concilio Vaticano II, con lo que esto supone para comprender el período ya de cincuenta años que ha seguido al Concilio, no exento de muchas tensiones y problemas para la vida de la Iglesia. El Papa lo ha afrontado en su célebre intervención de Navidad de 2005 y ha dado pie a una relectura y a un trabajo fecundo de entendimiento de lo que fue el Concilio.

Éstas y tantas otras dimensiones del magisterio de Benedicto XVI quedan abiertas para nuestra reflexión. Ahora expresemos nuestro agradecimiento.