«Queremos que la gente viva las obras de misericordia» - Alfa y Omega

«Queremos que la gente viva las obras de misericordia»

Madrina inaugura un hogar para madres en la parroquia de San Francisco de Asís (Vallecas). Los franciscanos, que también dirigen un piso para exdrogodependientes, piden la implicación de toda la comunidad en estas y otras obras

María Martínez López
La cocina de la casa, donde las madres se reparten las tareas. Foto: María Pazos Carretero

En una plazuela de Vallecas, una adolescente juega a la pelota con Fede, de 6 años, y un niño del barrio. Desde el carrito, su bebé los observa. Esta joven y Natalia, la madre de Fede, son dos de las 6 mujeres que viven en el hogar de acogida Inmaculada Concepción, que la Fundación Madrina inauguró hace un mes en la parroquia San Francisco de Asís. «Se nos caía el alma a los pies» al ver el edificio donde antes se formaban los novicios «prácticamente vacío», recuerda el padre Antonio Roldán, superior de la comunidad de la Tercera Orden Regular franciscana, a la que pertenece la parroquia. Los religiosos decidieron «dedicarlo a la defensa de la vida y a apoyar a madres en riesgo de exclusión», y se pusieron en contacto con Madrina.

Las madres que viven en el hogar tienen cada una su habitación con cuarto de baño propio. El estilo es sobrio, pero en las cosas de los bebés no se ha escatimado detalle gracias a las donaciones. Las tareas domésticas dependen de las madres, a las que acompaña continuamente una educadora. Cuentan además con la ayuda de una psicóloga. Fuera de la casa, la fundación les ofrece también formación y ayuda para buscar trabajo. En el futuro, la casa tendrá capilla y una guardería con cuidadora para cuando las madres no estén en casa.

Daliza con el pequeño Miguel Ángel en el comedor de la casa. Foto: María Pazos Carretero

Una parroquia que acoge

El hogar Inmaculada Concepción no es la primera experiencia de acogida de esta comunidad de franciscanos, cuyo carisma –explica Antonio Roldán– «es practicar las obras de misericordia viviendo en fraternidad». Al otro lado de la plaza y del templo, desde 1993 está el hogar Hontanar, para la reinserción de drogodependientes. Dos personas contratadas atienden a seis residentes, y 40 voluntarios se turnan para estar con ellos a cualquier hora del día y de la noche. «Toda obra social tiene que tener una presencia permanente de alguien. Es lo que crea el clima de familia. Lo importante es estar. Tenemos voluntarios que se ponen a estudiar. Entonces, puede surgir que uno de los chicos les pregunte cómo se hace algo con el ordenador, se lo expliquen…».

En el hogar de Madrina quieren hacer lo mismo con voluntarias de la parroquia: «No solo les cedemos el edificio –aclara el sacerdote–. Queremos que sea un lugar donde la gente de la parroquia se implique en las obras de misericordia». Él mismo visita con frecuencia a las chicas, «para ver cómo estamos», cuenta Daliza. Su bebé, Miguel Ángel, ha sido el primero en recibir una carantoña del franciscano en esta visita.

Jesusito, de un mes, es el residente más joven del hogar de acogida Inmaculada Concepción. Foto: María Pazos Carretero

«¿Y tú, qué puedes dar?»

A la vuelta de la esquina, un grupo de chiquillos sale en tropel de clases de apoyo escolar de Cáritas, una pastoral que «cuidamos mucho», explica el padre Antonio. Atienden a 120 familias. «Hemos repartido 12.000 euros para libros de texto, y 80 familias reciben alimentos. Además de los voluntarios, tenemos 15 colaboradores. Son beneficiarios a los que preguntamos “¿Y tú, qué puedes dar?”. Y ofrecen su tiempo». Además, está el centro juvenil que puso en marcha hace décadas fray Damián, el sacristán. A sus 88 años, «cada sábado reúne a chavales» y, después de hacer actividades, «les explica el Evangelio de ese domingo».

Desde 1940 en Vallecas

Los franciscanos llegaron a Vallecas en 1940. En su primera parroquia, San Diego, «las calles estaban sin asfaltar, y los niños tiraban piedras a los frailes», cuenta Roldán. «La gente iba descalza, así que montamos un taller para hacer alpargatas». Un año después, la diócesis les pidió que se hicieran cargo también de San Francisco de Asís. Poco a poco, «la gente fue entendiendo que estábamos para ayudarles». Ahora, todos los vecinos «están muy sensibilizados, y cuando hace falta algo, la cesta se llena». Además, en los últimos meses «Dios nos ha regalado nuevas vocaciones».

«No teníamos dónde dormir»

En el comedor, Daliza le explica a Natalia cómo se reparten en la casa de acogida Inmaculada Concepción las tareas domésticas. Pero en seguida se ponen a hablar de sus hijos, que tienen la misma edad. Natalia es la incorporación más reciente al hogar de acogida y lo considera «como un milagro». Hace solo unos días aterrizó en Barajas con Fede, de 6 añ
os, y Maxi, de 5 meses. Es colombiana, pero ha vivido ocho años en España. Aquí se casó con un italiano que la maltrataba y tuvo a sus niños.

«De la mano de Dios»

Hace unos meses, él se los llevó engañados a Ecuador, donde vive su hermana. Luego se fue por trabajo a Estados Unidos, y desde allí rompió con su mujer por teléfono. Sin su permiso, Natalia no podía sacar a los niños de Ecuador. Poco después, Maxi se puso muy enfermo. «Le diagnosticaron una inmunodeficiencia –explica ella–, y los médicos tenían que mandar las pruebas a España para estudiarlo, porque en Ecuador no había medios. Con ese argumento conseguí que mi marido me firmara unos poderes generales, y hui de allí». En Madrid, unas amigas le pagaron la primera noche en un hotel, «pero la pasé pensando que al día siguiente mis hijos no tenían dónde dormir». Buscando ayuda para madres solteras encontró a la Fundación Madrina, y en dos días estaba en el hogar de acogida. «Ha sido todo muy de la mano de Dios». Ahora, además de sacar adelante a su familia, su sueño es terminar las tres asignaturas que le quedan de la carrera de Medicina.

Daliza también llegó al hogar después de quedarse sin casa. Gracias a la mediación de una asistente social del centro de salud, Madrina la había ayudado con formación y acompañamiento durante el embarazo. Después de nacer el niño, «tuve un problema con mi primo, con el que estaba viviendo, y me sacó todas mis cosas a la calle. Llamé a Madrina y en seguida vinieron a buscarme. Aquí me siento bien, tengo una casa y todas nos ayudamos».