La importancia de recordar - Alfa y Omega

Hace casi 200 años en Lyon, la noche del 5 al 6 de octubre de 1818, una mujer sencilla y fuerte decidió dejar su casa para atender las necesidades de una niña huérfana a causa de la Revolución. Claudina Thévenet –así se llamaba la mujer– tenía miedo, pero no se paralizó, porque tenía la certeza de que Dios iba con ella. Esta noche del 6 de octubre de 2015 he recordado la valentía de la primera mujer de mi congregación religiosa. Es curioso que, justamente hoy, haya oído quejas desde mi despacho. Me he encontrado con María que, como imaginaréis, no se llama realmente María. Hace pocos días que ha llegado al colegio y estaba llorando enfadada porque le dolía mucho la cabeza –o la vida– y no podían venir a buscarla ni podía irse sola. María, menor de edad, no esperaba a sus padres, sino a la educadora que ahora se encarga de cuidarla. María no ha vivido una guerra como la Revolución Francesa, pero sufre las consecuencias de la guerra interior cuando se viven situaciones injustas. A diferencia de lo que Claudina vivió aquella noche, que le parecía «una empresa loca y presuntuosa, sin ninguna garantía de éxito», yo hoy sabía que todo iba a ir bien. Lo sabía porque lo que pasó en Lyon hace tantos años ha contagiado a muchas personas. No solo a las que hemos optado, como ella hizo después, por la vida religiosa, sino a muchos laicos que comparten su carisma. A María no se le ha pasado el dolor de cabeza pero se ha sentido cuidada, acogida y querida por diferentes personas de la comunidad educativa. Antes de irse se ha despedido con un abrazo. Dios sigue con nosotros y hoy tenía rostro de adolescente.