Roma se llenó de acento español - Alfa y Omega

Roma se llenó de acento español

El ambiente de sencillez y alegría acompañó la canonización de santa María de la Purísima, san Vicente Grossi y los padres de santa Teresa de Lisieux

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Hermanas de la Cruz, durante la canonización de santa María de la Purísima. Foto: Reuters/Alessandro Bianchi

El viernes 16 de octubre, sobre las 7:00 horas, comenzó a intuirse que algo grande estaba preparándose en el Vaticano. El de madre María de la Purísima, santa de raíces madrileñas y corazón sevillano, era el primero de los tres tapices en ser desplegado en la fachada de la basílica de San Pedro. Junto a la imagen de la que fue superiora de las Hermanas de la Cruz entre 1977 y 1998 estarían las del sacerdote italiano Vicente Grossi, fundador del Instituto de las Hijas del Oratorio, y las de Luis y Celia Martin, padres de santa Teresita de Lisieux.

Roma se llenó de acento español. Miles de peregrinos (unos 1.200 en la delegación sevillana, presidida por su arzobispo, monseñor Juan José Asenjo, junto con otros miles procedentes del resto de otras diócesis españolas y de Argentina) recorrían sus calles e iglesias. El gran ambiente se palpó de forma espectacular en la Misa de acogida en la tarde del sábado 17, presidida por el cardenal Ricardo Blázquez, presidente de la Conferencia Episcopal, en Santa Maria in Vallicella. Los peregrinos abarrotaron esta parroquia -a la que pertenece la casa de las Hermanas en Roma-, junto a más de cien sacerdotes y obispos. Al finalizar la Misa quedó claro el cariño que en tantísimos pueblos y ciudades se les tiene a las hermanas: el aplauso a los autobuses que las recogieron en la puerta fue ensordecedor.

El Carre, en la plaza de San Pedro

El día grande llegó el domingo 18. Desde muy temprano había largas colas en los accesos a la plaza de San Pedro. Una cantidad ingente de peregrinos quería tener un buen sitio en la ceremonia, presidida por el Papa Francisco, y concelebrada por cientos de sacerdotes, obispos y cardenales. La Eucaristía comenzó a las 10:15 horas de la mañana con la lectura de la petición de canonización y de la biografía de los aún beatos por parte del cardenal Angelo Amato, prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos.

A las 10:32 horas terminó de proclamar el Santo Padre la fórmula de canonización. Una nueva santa de la Iglesia española era elevada a los altares. La plaza, que es corazón de la cristiandad, se desbordó en aplausos y alegría, que se reflejaba especialmente en los rostros de las numerosas hermanas de la Cruz, con sus característicos hábitos marrones. Y en el de una persona muy especial, Francisco José Carretero Díez, Carre, el armao de la Macarena que fue curado milagrosamente por intercesión de la santa española. A 1.600 kilómetros de distancia, repicaban las campanas de la Giralda, en el corazón de Sevilla, y de muchas otras iglesias y conventos de España, Argentina e Italia.

Un momento muy emotivo se vivió a continuación, cuando cuatro hermanas portaron la reliquia de la ya santa, que quedará en el Vaticano. También en el ofertorio de la Eucaristía, cuando sus sobrinos Olga y Guillermo Salvat Ojembarrena le presentaron el pan y el vino al Santo Padre.

Como colofón, sonó una sorpresa en el Vaticano: los sones de la marcha Coronación de la Macarena y de las sevillanas del Adiós, tocadas por el organista de la catedral de Sevilla José Enrique Ayarra.

Una de las grandes protagonistas de la canonización fue Carmen (en la imagen), una niña valenciana de 7 años. Su curación por intercesión del matrimonio Martin Guerin después de nacer prematuramente con una doble septicemia y una hemorragia cerebral ha hecho posible la canonización de los padres de santa Teresa del Niño Jesús. Estos esposos -afirmó el Papa durante la homilía- «vivieron el servicio cristiano en la familia, construyendo cada día un ambiente lleno de fe y de amor». De santa María de la Purísima, Francisco afirmó que «sacando de la fuente de la oración y de la contemplación, vivió con gran humildad el servicio a los últimos». El cuarto nuevo santo es el sacerdote Vicente Grossi, «un párroco celoso, preocupado por las necesidades de su gente, especialmente por la fragilidad de los jóvenes».

Manuel Jiménez Carreira. Roma