La Iglesia, viva y joven - Alfa y Omega

La Iglesia, viva y joven

Alfa y Omega

«La Iglesia está viva; ésta es la maravillosa experiencia de estos días. Precisamente en los tristes días de la enfermedad y la muerte del Papa, algo se ha manifestado de modo maravilloso ante nuestros ojos: que la Iglesia está viva. Y la Iglesia es joven»: lo decía Benedicto XVI, tras la marcha del Bienaventurado Juan Pablo II a la Casa del Padre, en la primera homilía de su pontificado, el 24 de abril de 2005. Estos días en Madrid, más de seis años después, en la XXVI Jornada Mundial de la Juventud, todos lo hemos podido comprobar, aún con mayor evidencia. Las riadas de jóvenes que todos hemos visto y oído a lo largo y ancho de la capital de España, venidos hasta de los lugares más alejados de la tierra, no es que no se quejaran de los sacrificios por los que han tenido que pasar, muchos de ellos nada pequeños, ¡es que mostraban una alegría desbordante! ¿Cómo es posible? Desde luego, no es producto de ninguna elucubración, sino un hecho innegable, el de la fe en Jesucristo. Los hechos se ven y se tocan, y justamente la fe cristiana se refiere a un hecho; no es una lista de preceptos ni una gran idea, como dice el mismo Benedicto XVI al inicio de su primera encíclica, Deus caritas est. Y ese hecho no es otro que la resurrección de Jesucristo, que su Presencia viva, aquí y ahora, en esos rostros llenos de gozo de los dos millones de jóvenes que han llenado a Madrid de esperanza verdadera.

En la homilía de la Misa del domingo, en Cuatro Vientos, el Papa lanzaba la pregunta: «¿Cómo es posible que alguien que ha vivido sobre la tierra hace tantos años tenga algo que ver conmigo hoy?» Sencillamente, porque Cristo vive, aquí y ahora, en su Cuerpo visible: la Iglesia, y por eso afirmó con fuerza al comienzo de su pontificado que ¡la Iglesia está viva y es joven! «Ella lleva en sí misma el futuro del mundo y, por tanto, indica también a cada uno de nosotros la vía hacia el futuro. La Iglesia está viva y nosotros lo vemos: experimentamos la alegría que el Resucitado ha prometido a los suyos. La Iglesia está viva; está viva porque Cristo está vivo, porque Él ha resucitado verdaderamente».

De modo admirable, los días de la JMJ de Madrid 2011 han puesto, igualmente, ante nuestros ojos, y no con menos vigor, la presencia viva del Resucitado; han puesto bien de manifiesto el precioso significado de la Cruz de los jóvenes que, desde que la entregó Juan Pablo II en 1984, no ha dejado de peregrinar por el mundo entero: es en verdad, como dice san Pablo, ¡la Cruz gloriosa! Por ella, en efecto, se vence todo temor. ¿Acaso no lo han dejado bien claro los jóvenes de la JMJ? No son superhéroes; bien saben que están llenos de debilidades, pero arraigados y cimentados en Cristo, firmes en la fe, ya no pueden tener ningún miedo. Benedicto XVI se lo volvió a reiterar con toda claridad, en las palabras que no pudo pronunciar con los labios, en la Vigilia de oración de Cuatro Vientos; pero las dijo, con mayor fuerza aún, permaneciendo bajo la tormenta con los jóvenes, con amor y fidelidad de padre, maestro y pastor: «No tengáis miedo al mundo, ni al futuro, ni a vuestra debilidad».

¿Cómo no recordar el No tengáis miedo del fundador y Patrono de las JMJ? «Mi recuerdo -lo dijo también Benedicto XVI en la homilía del inicio de su pontificado- vuelve al 22 de octubre de 1978, cuando el Papa Juan Pablo II inició su ministerio. Todavía, y continuamente, resuenan en mis oídos sus palabras de entonces: ¡No temáis! ¡Abrid, más todavía, abrid de par en par las puertas a Cristo! El Papa hablaba a los fuertes, a los poderosos del mundo, los cuales tenían miedo de que Cristo pudiera quitarles algo de su poder». Pero Benedicto XVI recordaba también que su predecesor, además, «hablaba a todos los hombres, sobre todo a los jóvenes. ¿Acaso no tenemos todos de algún modo miedo -si dejamos entrar a Cristo totalmente dentro de nosotros, si nos abrimos totalmente a Él-, miedo de que Él pueda quitarnos algo de nuestra vida?» Y con el mismo brío que Juan Pablo II no dudó en gritar: «Hoy, yo quisiera, con gran fuerza y gran convicción, a partir de la experiencia de una larga vida personal, decir a todos vosotros, queridos jóvenes: ¡No tengáis miedo de Cristo! Él no quita nada, y lo da todo».

Este grito precioso, que resonaba, la noche de Cuatro Vientos, en los dos millones de silencios ante el Santísimo Sacramento, sigue mostrando a la Iglesia, ante un mundo que, sin Cristo, se deshace en pedazos, verdaderamente viva y joven, y por ello puede seguir, con el gozo de la verdadera libertad, la voz del Papa, en la Misa y en la Vigilia de esta inolvidable JMJ de Madrid 2011: «¡No os guardéis a Cristo para vosotros mismos!… Debemos proponer, con coraje y humildad, el valor universal de Cristo, como salvador de todos los hombres y fuente de esperanza para nuestra vida». Sí, en verdad, la Iglesia está viva y es joven. Su presencia, Santo Padre, sobre todo, lo ha puesto estos días ante nuestros ojos. ¡Gracias, y hasta siempre!