«¡Bienvenido, Santo Padre!» - Alfa y Omega

«¡Bienvenido, Santo Padre!»

«Que nadie os quite la paz»; «No os avergoncéis del Señor»: han sido dos de los titulares que dejó el Papa nada más bajar del avión que le trajo a Madrid. Sus primeros pasos por nuestra tierra son los de un peregrino admirado por nuestro pasado y cuya esperanza radica en la revitalización de las raíces cristianas

Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
Fernando: «el Papa me quiere»

Fernando es un chico de 14 años, con síndrome de Down, que no para de moverse. Acaba de aterrizar el Papa en Cuatro Vientos y se ha encaramado a la valla que separa a los jóvenes que han venido a recibirle, de los periodistas que cubren la bienvenida del Santo Padre. Es monaguillo en la parroquia del Buen Suceso, y dice que se ha levantado «muy temprano» para coger sitio, que «me gusta mucho ver al Papa, porque el Papa me quiere». El forma también parte de la Generación Benedicto XVI que ha bautizado el cardenal Rouco en la inauguración de la JMJ. Muchos de ellos han llegado a Barajas para recibir al Santo Padre. Son un centenar largo de colores amarillos y rojos, blancos y verdes, que recibe al Papa al grito de ¡Esta es la juventud del Papa! -por aclamación, el himno oficioso de la JMJ-. «¿Por qué y para qué ha venido esta multitud de jóvenes a Madrid?», se preguntó el Papa, nada más bajar del avión de Alitalia que le trajo a nuestro país. Después de ser recibido por el cardenal Rouco y los Reyes de España, entre la nube de flashes y las aclamaciones, hay un grito que le da respuesta: ¡Viva Cristo! Y es que ha venido a Madrid «para confirmar a todos que Jesucristo es el Camino, la Verdad y la Vida». ¿Qué otras palabras son capaces de resistir dos mil años moviendo los corazones y las vidas de generaciones enteras en busca del sentido de sus días?

¡No os avergoncéis del Señor!

Benedicto XVI baja la escalerilla del avión que le trajo a Madrid

Por eso el Papa da una de las frases clave de esta JMJ: «Yo vuelvo a decir a los jóvenes, con todas las fuerzas de mi corazón: que nada ni nadie os quite la paz; no os avergoncéis del Señor. Él no ha tenido reparo en hacerse uno como nosotros y experimentar nuestras angustias para llevarlas a Dios, y así nos ha salvado». Y pide asimismo el «testimonio valiente y lleno de amor al hombre hermano, decidido y prudente a la vez, sin ocultar su propia identidad cristiana, en un clima de respetuosa convivencia con otras legítimas opciones y exigiendo al mismo tiempo el debido respeto a las propias».

Horas más tarde, le espera una multitud que desborda de largo los alrededores de la Puerta de Alcalá y de Cibeles. Después de recibir las llaves de la ciudad, cruza las puerta de Madrid y de la JMJ, para pedir a los jóvenes: «edificad vuestras vidas sobre el cimiento firme que es Cristo. Nada os hará temblar y en vuestro corazón reinará la paz. Vuestra alegría contagiará a los demás. Se preguntarán por el secreto de vuestra vida y descubrirán que es la misma persona de Cristo, vuestro amigo, hermano y Señor. Él sigue vivo, velando continuamente con amor por cada uno de nosotros».

Un tesoro para el bien común

Antes de aterrizar en Madrid, en el mismo avión que le trajo a la capital de España, el Papa dijo a los periodistas que le acompañaban en el viaje que la JMJ es una semilla silenciosa. Pero esta semilla no ha venido a plantarse en una tierra estéril. En su discurso, el Papa expresó su «admiración por un país tan rico de historia y cultura, por la vitalidad de su fe, que ha fructificado en tantos santos y santas de todas las épocas, en numerosos hombres y mujeres que dejando su tierra han llevado el Evangelio por todos los rincones del orbe, y en personas rectas, solidarias y bondadosas en todo su territorio». Para el Papa, la fe católica es para nuestro país «un gran tesoro que ciertamente vale la pena cuidar con actitud constructiva, para el bien común de hoy y para ofrecer un horizonte luminoso al porvenir de las nuevas generaciones. Aunque haya actualmente motivos de preocupación, mayor es el afán de superación de los españoles, con ese dinamismo que los caracteriza, y al que tanto contribuyen sus hondas raíces cristianas, muy fecundas a lo largo de los siglos».