El pianista abandona las manos - Alfa y Omega

El pianista abandona las manos

Javier Alonso Sandoica

El pianista abandona, por un momento, su instrumental habitual con el que se expresa mejor, las manos, para ponerse a la altura de todo ser humano, y empieza a dialogar, a hablar de Prokofiev, de la Madre de Dios, de Picasso, de París, de Goethe. Todo así, desordenadamente, como los recuerdos que se acumulan sin un proceso definido. Me refiero al pianista ucraniano Sviatoslav Richter, del que la editorial Acantilado acaba de sacar un libro delicioso sobre los encuentros que el escritor, director de escena y muchas otras profesiones, Yuri Borísov, tuviera con él. Es un memorial de maravillas, porque Richter sabe de todo, de literatura, filosofía, pintura (otra de sus magistrales dedicaciones). Pero para los que amamos la música, no podemos prescindir de su legado interpretativo. Ya sabemos que era un excéntrico, como todo monstruo que se consagra a una de las bellas artes («cerveza y salchichas, eso es Brahms»), pero el oyente siempre es indulgente con quien le pone la belleza tan a mano. Me impresiona que diga que los tiempos se han vuelto tan crispados que la gente no tiene tiempo para leer a Proust. Es un ejemplo elocuente de que ya no hay ocasión para el sosiego. De hecho, nuestra tenista Garbiñe Muguriza acaba de declarar al diario Marca que cuando descansa y escucha música, cada quince segundos cambia de canción. Durante la época soviética, Richter cierra la ventana y sigue profundizando en Mozart. Cuando tiene lugar la caída del Muro de Berlín y el comunismo se viene abajo en la Unión Soviética, Richter no abandona su disciplina, sigue en la crisálida de su estudio intentando mejorar o comprender más a fondo los preludios de Rachmaninov. Por cierto, que hay un hermoso pasaje en el libro sobre el preludio op. 23 nº 1 del compositor ruso, dedicado a la Odiguitria, la Madre de Dios, «¿Sabe cómo se traduce? ¡Como “la guía del camino”. He visto su icono en el Ermitage, sostiene entre los brazos al Niño Jesús. El icono se ha conservado mal, al Niño le falta el ojo izquierdo. Una vez me fijé en su ojo derecho abierto y de repente oí cómo la Madre de Dios me susurraba: “¡Fui yo quien ayudó al monje Teófilo!”. Es Odiguitria». No estamos delante de un artista original que enloquece con su genio, sino del enamorado del tiempo transfigurado por una belleza que siempre es novedad.