«La oración es la gran aportación de los brasileños» - Alfa y Omega

«La oración es la gran aportación de los brasileños»

Son testigos de excepción del inmenso trabajo que hay detrás de una Jornada Mundial de la Juventud, pero también de cómo, al final, estos eventos son obra de Dios y Él provee. Han podido constatarlo en la JMJ de Madrid, y también preparando la de Río de Janeiro. Son los voluntarios internacionales españoles que ya llevan meses en Brasil, poniendo su granito de arena en la preparación de la Jornada. Los cariocas –cuentan– se están volcando en la Jornada con su trabajo, su esfuerzo económico y, sobre todo, su oración

María Martínez López
Jóvenes en una Vigilia de oración, el pasado 12 de abril, en la catedral de Río de Janeiro.

Eran apenas un puñado de personas en territorio enemigo. El pasado domingo, en Río de Janeiro, un grupito de españoles se juntaron para animar a la selección española en la final de la Copa Confederaciones, que se disputaba en la misma ciudad. Son voluntarios internacionales permanentes de la Jornada Mundial de la Juventud, y llevan varios meses viviendo en Brasil para ayudar a poner en marcha el gran evento juvenil de este verano.

Un regalo desde Madrid

Ahora mismo, los españoles son siete. Entre ellos, está Antonio Mateo, que, junto con su mujer Elsa, mexicana, fue el primero en llegar a Río, en septiembre del año pasado. Otros cuatro voluntarios españoles le siguieron poco después. Esta primera comitiva «ha sido un regalo de la JMJ de Madrid a la JMJ de Río», explica. Los organizadores de Madrid ya habían hecho llegar al arzobispo de Río un completo informe, que explicaba y revisaba la preparación de la Jornada de 2011. Pero, no contentos con eso, pensaron que «qué mejor ayuda puedes dar, que enviarles manos con experiencia». Así, el Comité Organizador de Madrid se puso en contacto con varios voluntarios, y les planteó esta posibilidad. «Nos mandaron para que nos utilizaran en lo que quisieran», y, al final, varios de ellos han terminado ocupando puestos de responsabilidad. Antonio, por ejemplo, coordina a los 2.800 Voluntarios Internacionales (98 de ellos españoles) que, en breve, comenzarán a llegar a Río para ayudar durante la Jornada. Su mujer es la Secretaria Ejecutiva de los Actos Culturales.

Algunos otros españoles han ido llegando después. Una de ellos es Anna Veciana, aunque su caso es un poco distinto a los demás, pues no dejó España con el objetivo de dedicarse a la Jornada. Anna, que es periodista, llegó a Brasil en enero por motivos de trabajo, y fue entonces cuando se planteó, a la vez, colaborar con la JMJ. Ella no había trabajado en la de Madrid, pero sí en la visita de Benedicto XVI a Barcelona, en 2010. Está contenta porque, dice, «hago lo que me gusta, que es comunicar, y además se trata del mayor evento de este año. La verdad es que estoy aprendiendo bastante». También disfruta de la oportunidad de vivir en una ciudad diferente: «Brasil es un país muy interesante desde el punto de vista social, económico y cultural. Lo que más me ha marcado es la intensidad con la que vives la ciudad, que te regala una puesta de sol diferente cada noche. Su belleza no está sólo en los paisajes, sino en el día a día de las calles, llenas de contrastes y contradicciones». Otra cosa que le ha impactado es «la gente, que te acoge como si fueras uno más».

Dios provee, la JMJ es obra suya

Todos los voluntarios, menos esta joven, viven con familias de acogida, y están encantados con el recibimiento que les han brindado los cariocas. Eso sí -reconoce Antonio-, «nos ha costado adaptarnos a la cultura de aquí; y, a los brasileños, adaptarse a nosotros. Tienen otra forma de hacer las cosas: intentar solucionarlas a medida que van surgiendo. Y yo tengo una mentalidad mucho más europea, de querer que todo esté más planificado». Pero, al final, «ves con claridad que Dios provee, que la JMJ es una obra de Él. Esta experiencia nos ha aportado», entre otras cosas, «confianza en Dios, desprendimiento, humildad y confianza en la oración. ¡Más bien, necesidad de oración!», subraya.

La oración está siendo, precisamente, «la gran aportación del pueblo brasileño» para el éxito de la Jornada. «Desde hace dos años, se celebran Vigilias eucarísticas mensuales, a las que acuden miles de personas. Muchas parroquias, además, organizan sus propias celebraciones y cadenas de oración», y en todas las Misas se pide por la JMJ. Lo mismo ocurre en el seno del Comité Organizador: «En las dos sedes hay una capilla, y todos los miércoles tenemos exposición del Santísimo. Todos los sectores vamos a rezar dos horas, por grupos, y da igual lo que haya que hacer. Son personas de mucha oración, y me ha sorprendido para bien. Me da mucha seguridad».

La gente está dando el callo

Otra faceta muy importante ha sido la formación, pues «la mayoría de gente de aquí no había visto nunca una JMJ -explica Antonio-. Lo primero que hemos tenido que hacer ha sido pasar por todas las parroquias, explicando a la gente en qué consiste e ilusionándolos». En este sentido, en mayo tuvo lugar una especie de ensayo general de las catequesis de los obispos. «Había que probar los sitios donde se van a celebrar, y se aprovechó para que obispos de todo el país dieran una catequesis sobre la Jornada y su lema».

Esta labor ha dado mucho fruto. No sólo la juventud, sino todos los católicos, «están con una ilusión y una expectación tremendas. Hay casi 45.000 voluntarios diocesanos», de cuya formación y preparación espiritual se han encargado las parroquias, en muchos casos con una reunión semanal. «Están totalmente entregados. Si pides que alguien vaya al aeropuerto, a las tres de la mañana, para recoger a un voluntario internacional que llega, surgen personas dispuestas por todas partes. Muchos llaman para decir que todavía no les han llamado para hacer nada»; y es que, todavía, no hay trabajo para tantas manos. «A más de uno» que quería ser voluntario permanente «le hemos tenido que decir que no había trabajo ni sitio para todos. La gente está dando el callo».

Un frente más difícil ha sido el económico. Por las características de Brasil, «esta Jornada no ha tenido todos los patrocinios que tuvo Madrid, y ha salido adelante con sangre, sudor y lágrimas; además de con el esfuerzo de todo el pueblo católico brasileño. Si va a haber una JMJ bonita, va a ser gracias a muchas señoras que, como la viuda del Evangelio, han dado lo poco que tenían», y que quizá ni participen en los actos centrales. Todo esto hace pensar a Antonio que la JMJ de este año «va a ser una manifestación de la Iglesia a través de las personas, del pueblo fiel. El abrazo del Cristo del Corcovado», del que tanto se habla -y que Benedicto XVI mencionó en su Mensaje para la Jornada-, «va a ser el de todos los brazos de la diócesis».

Cuenta atrás en Río

En Río de Janeiro ya se respira la cuenta atrás. La archidiócesis se prepara para recibir, este sábado, la Cruz de los jóvenes y el Icono de la Virgen. Los símbolos de la Jornada están, desde abril, recorriendo las distintas diócesis del Estado de Río, y por fin, poco más de dos semanas antes del comienzo de la Jornada, llegan a su capital. Durante estos días se encuentran en Itaguaí. Su obispo, monseñor José Ubiratan, resaltó al recibirlos el papel clave que juega la juventud: «Es un tiempo de gracia. Vosotros sois jóvenes no sólo del futuro, sino también del presente. La Iglesia confía mucho en vosotros para la construcción de nuestro futuro, para que sea un futuro próspero, de esperanza, progreso, alegría, paz y evangelización».

Era el 23 de junio, justo 30 días antes de la Jornada. Este día se vivió, en todo el país, como una gran fiesta. La Conferencia Episcopal y el Comité Organizador de la JMJ habían convocado, en todas las capitales, desfiles de automóviles. El mayor de ellos, como no podía ser de otra forma, tuvo lugar en Río. Los coches partieron de cada uno de los ocho Vicariatos en los que se divide la ciudad, y se reunieron en la parroquia de Nuestra Señora de la Concepción, donde se sumaron a una Vigilia de adoración y alabanza, que concluyó con un castillo de fuegos artificiales. Durante la celebración, monseñor Orani Joao Tempesta, el arzobispo de Río y Presidente de la JMJ, dio gracias a Dios «por todos los dones que ya nos ha concedido durante estos dos años de preparación, en especial a través de la peregrinación de la Cruz y el Icono de Nuestra Señora. La JMJ está a las puertas, y por eso elevamos a Dios todos los dones que recibimos y Le pedimos que nos ayude en este momento». A esta oración están llamados a sumarse todos los fieles del mundo, como pretende resaltar la campaña #pray4wyd, que la red social de oración May Feelings lanzó ese mismo día.

Una JMJ para estrenar matrimonio

Cuando, en marzo de 2011, Antonio decidió trabajar en la organización de la JMJ de Madrid, «tenía 46 años y llevaba a mis espaldas muchas heridas diferentes, como un matrimonio declarado nulo, del que habían nacido mis dos hijas; o la separación de mis padres, durante mi adolescencia». Tenía una empresa de organización de eventos, pero sintió una llamada del Señor y lo dejó todo para dedicarse en cuerpo y alma a la Jornada. Durante esos meses, conoció a Elsa. Ella, mexicana, también había dejado un cargo de responsabilidad, en su caso en un Banco de Australia. Quería hacer un voluntariado y profundizar en su fe, para combatir el vacío que se había instalado en su vida tras 13 años de trabajo en el mundo de las finanzas. La sede de la JMJ en Madrid le ofreció la oportunidad de hacer ambas cosas y de aprender «la importancia que tiene hacer todo para Dios», cuenta Elsa.

Así fue como Dios guió sus caminos. «Acabamos la JMJ de 2011 como novios -nos recuerda Antonio-, y bendecidos directamente por el Papa, puesto que la mayoría del Comité Organizador quiso que fuéramos una de las parejas que llevaron las ofrendas durante la Misa» de clausura, en Cuatro Vientos. «Es increíble cómo el Señor, cuando dejas todo en Sus manos, siempre te sorprende, devolviéndote el ciento por uno donde más lo necesitas». Se casaron el 13 de mayo de 2012, y, pocos meses después, en agosto, Carla Diez de Rivera, que había sido responsable de Actos Culturales en Madrid, «nos llamó y nos propuso ofrecer nuestro primer año como matrimonio a la JMJ de Río. Ni nos lo habíamos planteado, pero nos miramos a la cara y no podíamos decir que no».

Les movió a ello, en primer lugar, el deseo de «fortalecer nuestro matrimonio. Elsa lo había dejado todo para venirse a Madrid, y aquí todo era lo mío. Dios nos ha llamado para salir los dos fuera, y poder estar más unidos cuando volvamos». En segundo lugar, dijeron que sí como acción de gracias por cómo sus caminos se cruzaron en Madrid. Eso no significa que no les haya costado «mucho dolor de corazón, sobre todo por la separación de mis hijas durante tanto tiempo. Pero creo que ha sido bueno para ellas, al igual que para nuestro matrimonio. Ha sido un año de mucho aprendizaje, que me ha ayudado a trabajar mis propias debilidades».

No saben muy bien qué harán a partir del 29 de julio, cuando haya concluido la Jornada de Río de Janeiro. Pero sí tienen algo claro: «Los dos nos sentimos llamados a trabajar en la Iglesia. No es fácil, pero creemos que en la Iglesia hace falta gente con experiencia laboral en otros ámbitos».