A los 50 años de Gaudium et spes - Alfa y Omega

Nos aproximamos al 50 aniversario de Gaudium et spes (GS), la constitución pastoral, y clave hermenéutica, del Concilio Vaticano II, promulgada por Pablo VI el 7 de diciembre de 1965. GS nos ofrece un nuevo paradigma de las relaciones Iglesia-mundo basado en el diálogo, el reconocimiento de la justa autonomía de lo terreno y, sobre todo, en la afirmación y defensa de la dignidad humana desde una antropología teológica y cristológica que recupera la visión y experiencia de Dios desde una renovada Teología de la Historia. Su metodología es inductiva, desarrollada con la novedosa categoría signos de los tiempos.

Nos invita a renovar nuestra relación con Dios, con Jesucristo, a estar y mirar al mundo de manera nueva, con apertura de corazón y clave evangelizadora, a vivir en medio de los avatares de la ciudad terrena como constructores del Reino de Dios, desde el amor afectivo y efectivo por todos los hombres en su dimensión personal y social, sabedores de que Cristo es el sentido y fin último de la historia, plenitud de las aspiraciones humanas.

Opino que, en su aplicación, apenas hemos comenzado; muchos católicos –jerarquía y pueblo– rechazan su espíritu y letra (nostálgicos de la cristiandad medieval o de Sodalitium pianum no faltan). A esto habría que añadir los miedos, inseguridades, falta de sensibilización y formación en pastoral social y Doctrina Social de la Iglesia [DSI] del clero y agentes de pastoral (por favor, lean lo que dice el Directorio General de Catequesis a este respecto), el ortodoxo desdén y marginación que sienten muchos responsables eclesiales hacia los que quieren caminar por las sendas del compromiso sociopolítico y un largo etcétera que refleja la pasividad y desidia eclesial por asumir GS de manera real y eficaz teológica y pastoralmente.

Nuestro mayor defecto

Son proféticas aquellas palabras del cardenal Herrera Oria: «Paréceme que los que se dedican a descubrir los defectos del catolicismo español andan a menudo desorientados. No digo que sea nuestro único defecto; pero el más grave de todos, sin comparación posible, es que hemos creado un tipo de cristiano muy pobre en virtudes sociales» (6/1/1956). «La quiebra más honda del catolicismo hispano es la deficiente formación de la conciencia social, defecto que viene de antiguo» (1/7/1961).

El cardenal Suquía decía en 1985: «Hoy, como ayer, existen entre nosotros situaciones de egoísmo e injusticia, se registran fallos y omisiones, muchas veces por falta de coherencia entre la fe y la vida. En no pocos católicos hay una despreocupación preocupante por los problemas sociales y políticos». Cuatro años más tarde añadía: «La puesta en práctica de la DSI, como orientadora del modo de vida de los cristianos en el mundo, como la forma específicamente cristiana de construir la ciudad temporal, en la que se desenvuelven vuestras vidas, es una grave necesidad de nuestra Iglesia, si quiere ser fiel a su Señor, vivir íntegramente la vida cristiana y proponer al mundo caminos de libertad y solidaridad. Quisiera […] contribuir a que crezca vuestra conciencia y vuestro compromiso social, vuestro interés por conocer y aplicar la DSI, vuestro valor para acometer iniciativas y suscitar obras que la hagan realidad entre nosotros. Quisiera alentar vuestra presencia como Iglesia en la vida pública, en el mundo del trabajo y de la cultura, exhortar y animar a movimientos y asociaciones de seglares a una mayor incidencia en la sociedad actual y en la realidad concreta de Madrid».

¿Qué ha cambiado?

¿Ha cambiado algo realmente desde entonces? ¿Sí? ¿No? Yo afirmo que no. Francisco nos ha invitado a «armar lío», nos ha recordado que somos una Iglesia que se ha lanzado de manera suicida por el tobogán de la irrelevancia social, la insignificancia pastoral y la esterilidad evangelizadora, que el Maestro vivió en medio del mundo pero muchos de nosotros en medio del incensario, tan calentitos; y esto, o lo frenamos y cambiamos, o nos convertimos en una Iglesia-secta-museo.

Por eso, recuperemos la verdadera mística cristiana que no huye del mundo, que integra ortodoxia y ortopraxis, y que nos hace seguidores encarnados de un Dios encarnado. Saquemos la DSI de las bibliotecas y llevémosla a la calle. Recuperemos la dimensión social de los sacramentos y no tengamos miedo a proclamar y vivir nuestra fe en Dios, que libera al hombre de toda esclavitud, personal y social.

¿Lo haremos? Hay mucho que ganar en ello.