«La Navidad es ternura» - Alfa y Omega

«La Navidad es ternura»

El significado de la Navidad, la reforma de la Curia, o los rumores sobre mujeres cardenales –«una frase que salió de quién sabe dónde»–, son algunos de los temas abordados en la entrevista concedida por el Papa Francisco a Andrea Tornielli para La Stampa, de Turín, y para la web Vatican Insider. Éstos son los párrafos más significativos:

Redacción
El Papa, con Andrea Tornielli, en el avión camino a la JMJ de Río de Janeiro, el pasado 22 de julio

¿Qué significa para usted la Navidad?
Es el encuentro con Jesús. Dios siempre ha buscado a su pueblo, lo ha guiado, lo ha custodiado, ha prometido que le estará siempre cerca. En el Libro del Deuteronomio leemos que Dios camina con nosotros, nos guía de la mano como un papá con su hijo. Esto es hermoso. La Navidad es el encuentro de Dios con su pueblo. Y también es una consolación, un misterio de consolación. Muchas veces, después de la misa de Nochebuena, pasé algunas horas solo, en la capilla, antes de celebrar la misa de la aurora, con un sentimiento de profunda consolación y paz. Recuerdo una vez aquí en Roma, creo que era la Navidad de 1974, en una noche de oración después de la misa en la residencia del Centro Astalli. Para mí la Navidad siempre ha sido esto: contemplar la visita de Dios a su pueblo.

¿Cuál es el mensaje de la Navidad para las personas de hoy?
Nos habla de la ternura y de la esperanza. Dios, al encontrarse con nosotros, nos dice dos cosas. La primera: tened esperanza. Dios siempre abre las puertas, no las cierra nunca. Es el papá que nos abre las puertas. Segunda: no tengáis miedo de la ternura. Cuando los cristianos se olvidan de la esperanza y de la ternura, se vuelven una Iglesia fría, que no sabe dónde ir y se enreda en las ideologías, en las actitudes mundanas. Mientras la sencillez de Dios te dice: Sigue adelante, yo soy un Padre que te acaricia. Tengo miedo cuando los cristianos pierden la esperanza y la capacidad de abrazar y acariciar. Tal vez por esto, viendo hacia el futuro, hablo a menudo sobre los niños y los ancianos, es decir, los más indefensos. En mi vida como sacerdote, yendo a la parroquia, siempre traté de transmitir esta ternura, sobre todo a los niños y a los ancianos. Me hace bien, y pienso en la ternura que Dios tiene por nosotros (…).

Es su primera Navidad como obispo de Roma, en un mundo lleno de conflictos y guerras…
Dios nunca da un don a quien no es capaz de recibirlo. Si nos ofrece el don de la Navidad es porque todos tenemos la capacidad para comprenderlo y recibirlo. Todos, desde el más santo hasta el más pecador, desde el más limpio hasta el más corrupto. Incluso el corrupto tiene esta capacidad: pobrecito, la tiene un poco oxidada, pero la tiene. La Navidad en este tiempo de conflictos es una llamada de Dios, que nos da este don. ¿Queremos recibirlo, o preferimos otros regalos? (…)

En enero se cumplen cincuenta años del histórico viaje de Pablo VI a Tierra Santa. ¿Usted va a ir?
La Navidad siempre nos hace pensar en Belén, y Belén está en un punto preciso, en la Tierra Santa donde vivió Jesús. En la noche de Navidad pienso, sobre todo, en los cristianos que viven allí, en los que están en dificultades, en todos los que han tenido que abandonar esa tierra por diferentes problemas. Pero Belén sigue siendo Belén. Dios vino a un punto determinado, a una tierra determinada, apareció allí la ternura de Dios, la gracia de Dios. No podemos pensar en la Navidad sin pensar en la Tierra Santa. Hace cincuenta años, Pablo VI tuvo la valentía para salir e ir allá, y así empezó la época de los viajes papales. Yo también deseo ir, para encontrarme con mi hermano Bartolomeo, Patriarca de Constantinopla, y conmemorar con él este quincuagésimo aniversario renovando el abrazo de 1964 entre el Papa Montini y Atenágoras en Jerusalén. Nos estamos preparando.

Usted ha estado en muchas ocasiones con niños gravemente enfermos. ¿Qué puede decir ante este sufrimiento inocente?
Para mí, Dostoyevski ha sido un maestro de vida, y su pregunta, explícita e implícita, siempre ha rondado mi corazón: ¿por qué sufren los niños? No hay explicación. Me viene esta imagen: en cierto momento de su vida, el niño se despierta; no entiende muchas cosas, se siente amenazado, empieza a hacer preguntas a su papá o a su mamá. Es la edad del por qué. Pero cuando el hijo pregunta, luego no escucha todo lo que le tienes que decir y te acorrala con nuevos por qué. Lo que busca, más que una explicación, es la mirada del papá que le da seguridad. Frente a un niño que sufre, la única oración que me viene es la oración del por qué. ¿Señor, por qué? Él no me explica nada, pero siento que está viéndome. Entonces puedo decir: «Tú sabes por qué, yo no lo sé y Tú no me lo dices, pero me ves y yo confío en Ti, Señor, confío en tu mirada».

Al hablar sobre el sufrimiento de los niños, no se puede olvidar la tragedia de quienes sufren hambre.
Con la comida que dejamos y tiramos, podríamos dar de comer a muchísima gente. Si lográramos no desperdiciar, reciclar la comida, el hambre en el mundo disminuiría mucho. Me impresionó leer una estadística que habla de 10 mil niños que mueren de hambre cada día en el mundo. (…) Si trabajáramos con las organizaciones humanitarias y lográramos ponernos todos de acuerdo para no desperdiciar comida, mandándola a los que la necesitan, contribuiríamos mucho para resolver la tragedia del hambre en el mundo. (…) Que la esperanza y la ternura de la Navidad del Señor nos sacudan de la indiferencia.

Algunos pasajes de la Evangelii gaudium le granjearon las acusaciones de los ultra-conservadores estadounidenses. ¿Qué siente un Papa cuando escucha que lo definen marxista?
La ideología marxista está equivocada. Pero en mi vida he conocido a muchos marxistas buenos como personas, y por esto no me siento ofendido. Las palabras que más han sorprendido son las palabras sobre la economía que mata

En la Exhortación no hay nada que no se encuentre en la doctrina social de la Iglesia. No hablé desde un punto de vista técnico, traté de presentar una fotografía de lo que sucede. La única cita específica fue sobre las teorías del derrame, que suponen que todo crecimiento económico, favorecido por la libertad de mercado, logra provocar por sí mismo mayor equidad e inclusión social en el mundo. Se prometía que, cuando el vaso hubiera estado lleno, se habría desbordado y los pobres se habrían beneficiado. En cambio sucede que, cuando está lleno, el vaso, por arte de magia, crece y así nunca sale nada para los pobres. Ésta fue la única referencia a una teoría específica. Repito, no hablé como técnico, sino según la doctrina social de la Iglesia. Y esto no significa ser marxista.

Orando ante el Niño Jesús, en la iglesia de Santa Catalina, en Belén

Usted anunció una conversión del papado. ¿Los encuentros con los Patriarcas ortodoxos han sugerido alguna vía concreta?
Juan Pablo II habló de manera muy explícita sobre una forma de ejercicio del primado que se abra a una situación nueva. Pero no sólo desde el punto de vista de las relaciones ecuménicas, sino también en las relaciones con la Curia y con las Iglesias locales. En estos primeros nueve meses, he recibido las visitas de muchos hermanos ortodoxos, Bartolomeo, Hilarion, el teólogo Zizioulas, el copto Tawadros; este último es un místico, entraba a la capilla, se quitaba los zapatos e iba a rezar. Me sentí su hermano. Tienen la sucesión apostólica, los recibí como hermanos obispos. Es un dolor no poder celebrar juntos todavía la Eucaristía, pero la amistad existe. Creo que el camino es éste: la amistad, el trabajo en común y rezar por la unidad. Nos bendijimos los unos a los otros; un hermano bendice al otro, un hermano se llama Pedro y el otro se llama Andrés, Tomás…

¿La unidad de los cristianos es una prioridad para usted?
Sí, para mí el ecumenismo es prioritario. Hoy existe el ecumenismo de la sangre. En algunos países matan a los cristianos porque llevan consigo una cruz o tienen una Biblia; y antes de matarlos no les preguntan si son anglicanos, luteranos, católicos u ortodoxos. La sangre está mezclada. Para los que matan somos cristianos. Unidos en la sangre, aunque entre nosotros no hayamos logrado dar los pasos necesarios hacia la unidad, y tal vez no sea todavía el tiempo. La unidad es una gracia que hay que pedir. Conocí en Hamburgo a un párroco que seguía la Causa de beatificación de un sacerdote católico que fue guillotinado por los nazis porque enseñaba el catecismo a los niños. Después de él, en la fila de los condenados, había un pastor luterano y lo mataron por el mismo motivo. Su sangre está mezclada. Ese párroco me contó que había ido a ver al obispo y le había dicho: «Sigo con la Causa, pero de los dos, no sólo del católico». Éste es el ecumenismo de la sangre. Todavía existe hoy, basta leer los periódicos. Los que matan a los cristianos no te piden el documento de identidad para saber en cuál Iglesia fuiste bautizado. Tenemos que tomar en cuenta esta realidad.

En la Exhortación apostólica usted invitó a tomar decisiones pastorales prudentes y audaces en cuanto a los sacramentos. ¿A qué se refería?
Cuando hablo de prudencia no pienso en una actitud paralizadora, sino en una virtud de quien gobierna. La prudencia es una virtud de gobierno. También lo es la audacia. Hay que gobernar con audacia y con prudencia. Hablé del Bautismo y de la Comunión como alimento espiritual para seguir adelante, y que se debe considerar como un remedio y no como un premio. Algunos pensaron inmediatamente en los sacramentos para los divorciados que se han vuelto a casar, pero yo nunca hablo de casos particulares: sólo quería indicar un principio. Debemos tratar de facilitar la fe de las personas más que controlarla. El año pasado, en Argentina, denuncié la actitud de algunos sacerdotes que no bautizaban a los hijos de madres solteras. Es una mentalidad enferma.

¿Y en cuanto a los divorciados que se han vuelto a casar?
La exclusión de la Comunión para los divorciados que viven una segunda unión no es una sanción. Hay que recordarlo. Pero no hablé de esto en la Exhortación.

¿Se ocupará de ello el próximo Sínodo de los Obispos?
La sinodalidad en la Iglesia es importante: sobre el matrimonio en su conjunto hablaremos en las reuniones del Consistorio en febrero. Después, el tema será afrontado en el Sínodo extraordinario de octubre de 2014, y también durante el Sínodo ordinario del año siguiente. En estas sedes se profundizarán y aclararán muchas cosas.

¿Cómo procede el trabajo de sus ocho consejeros para la reforma de la Curia?
El trabajo es largo. Quienes querían presentar propuestas o enviar ideas ya lo han hecho. El cardenal Bertello recopiló las opiniones de todos los dicasterios vaticanos. Recibimos sugerencias de los obispos de todo el mundo. En la última reunión, los ocho cardenales dijeron que hemos llegado al momento de presentar propuestas concretas, y en el próximo encuentro, en febrero, me entregarán sus primeras sugerencias. Yo siempre estoy presente en los encuentros, excepto el miércoles en la mañana por la audiencia. Pero no hablo, sólo escucho, y esto me hace bien. Un cardenal anciano me dijo hace algunos meses: «Usted ya comenzó la reforma de la Curia con la misa cotidiana en Santa Marta». Esto me hizo pensar: la reforma empieza siempre con iniciativas espirituales y pastorales, antes que con cambios estructurales. (…)

¿Puedo preguntarle si tendremos mujeres cardenales?
Es una frase que salió de quién sabe dónde. Las mujeres en la Iglesia deben ser valorizadas, no clericalizadas. Los que piensan en las mujeres cardenales sufren un poco de clericalismo.

¿Cómo procede el trabajo de limpieza en el IOR?
Las comisiones referentes están trabajando bien. Moneyval nos dio un informe bueno, vamos por el buen camino. Sobre el futuro del IOR, veremos. Por ejemplo, el Banco central del Vaticano sería la Apsa. El IOR fue creado para ayudar a las obras de religión, a las misiones, a las Iglesias pobres. Luego se convirtió en lo que es ahora.

¿Hace un año se habría imaginado que la Navidad de 2013 la habría celebrado en San Pedro?
Claro que no.

¿Se esperaba que lo eligieran?
No, no me lo esperaba. No perdí la paz mientras aumentaban los votos. Permanecí tranquilo. Y esa paz todavía me acompaña, la considero un don del Señor. Al terminar el último escrutinio, me llevaron al centro de la Sixtina y me preguntaron si aceptaba. Respondí que sí, dije que me habría llamado Francisco. Sólo entonces me alejé. Me llevaron a la habitación contigua para cambiarme. Después, poco antes de asomarme, me arrodillé para rezar durante algunos minutos en compañía de los cardenales Vallini y Hummes en la capilla Paulina.