Las víctimas de abusos sexuales del clero cuentan su lucha por sanar - Alfa y Omega

Las víctimas de abusos sexuales del clero cuentan su lucha por sanar

Mientras que la película Spotlight vuelve a centrar la atención del país en el escándalo de los abusos sexuales de sacerdotes en Boston, algunas víctimas cuentan su Larga Cuaresma. «Nunca dejé de practicar la fe», explica Katharine, aunque el rechazo de algunos miembros de la Iglesia a escuchar a las víctimas sólo agravaba su herida

Aleteia

Un conocido intelectual católico se refirió al año 2002 como la Larga Cuaresma: un periodo en que la culpa pesaba sobre la Iglesia a causa del mal manejo de los casos de abusos sexuales por parte de sacerdotes.

El término del padre Richard John Neuhaus era apropiado: algunas revelaciones de la archidiócesis de Boston sobre el mal manejo de los curas abusadores no terminó con una radiante mañana de domingo de Pascua. Lo que comenzó como un reportaje de investigación por The Boston Globe el 6 de enero de 2002, pareció ser una creciente bola de nieve el resto del año, con otras investigaciones periodísticas en todo el país que encontraron negligencia en otras diócesis. Mientras muchos líderes católicos tomaron una postura defensiva, viendo la exposición de los casos como un ataque a la autoridad moral de la Iglesia, los obispos estadounidenses renovaron las políticas para prevenir ese mal manejo. Terminó el año con la renuncia del arzobispo de Boston, cardenal Bernard Law, y parecía que esa Cuaresma estaba finalmente llegando a su fin.

Pero para muchas víctimas de abuso, la Cuaresma continuó; para algunos, tristemente, nunca ha dejado de ser Viernes Santo.

Spotlight, una gran producción cinematográfica que presenta los esfuerzos de Globe por exponer el manejo de la archidiócesis de Boston de los casos de abusos por parte de sacerdotes, se presenta en Nueva York, Los Ángeles y Boston este viernes y en todo el mundo al final de este mes. Sin ninguna duda, reabrirá viejas heridas y reavivará viejos debates. Aleteia ha querido considerar un aspecto del escándalo de los abusos: la sanación de las víctimas. Contactamos con varias de las víctimas y otras personas involucradas en la recuperación y les pedimos que contaran sus historias, que hablaran sobre lo que les pasó para encontrar la sanación, y qué medidas sienten que la Iglesia aún necesita tomar.

La singularidad del recorrido de cada persona es importante de tener en cuenta. Presentamos dos historias, pero de ninguna manera queremos insinuar que representan a una típica víctima de abuso sexual. Estas historias representan una gama de experiencias: ambos fueron abusados por sacerdotes católicos, pero en lugares y décadas distintas. Uno es hombre, la otra es mujer. Mañana, les presentaremos las historias de víctimas que hablan sobre el impacto que el abuso sexual tuvo en sus familias.

Para poder hablar les hemos pedido que usaran pseudónimos para proteger su identidad. Otros han publicado artículos sobre sus abusos y han estado de acuerdo en revelar sus nombres reales. Algunas de nuestras fuentes han contactado a otras víctimas de abuso.

Katharine

Katharine tenía 14 años cuando fue abusada por un joven sacerdote de la parroquia, pero dice que había sido «preparada» para el abuso un tiempo antes. El sacerdote, de quien no dijo el nombre, era un amigo de la familia, alguien «que hizo mucho por mí». Él alentó el interés de ella por la música, comprándole un estéreo y llevándola a conciertos.

El abuso continuó durante un año y medio, al inicio de los años 1970.

«Y luego paró, y cuando paró, él dejó de tener interés en mí todo el año siguiente», dijo en la entrevista telefónica. Pero continuó su cercanía durante un tiempo. Incluso él presidió su matrimonio años después.

«Bautizó a dos de mis tres hijos, y yo terminé trabajando para él en otra escuela» como profesora, dijo. «Nunca hablé de eso. Simplemente, fue una de esas cosas que pasan».

Pero un día él desapareció, y se publicó en los noticieros que había sido acusado de abusar de algunos chicos a su cuidado. Las noticias impresionaron a Katharine.

«Todo se hizo claro, comencé a llorar sin parar. Fue un momento muy duro». Para entonces, ella ya tenía tres hijos, y sabía que tenía que recomponerse por el bien de ellos. Fue a las oficinas de la archidiócesis de Boston para denunciar lo que le había pasado hacía 20 años. «Tuve que firmar un papel diciendo que no había reconocimiento de culpabilidad, y que pagarían mi terapia, que en realidad era lo único que yo quería», dijo.

Ella no quería ver a ninguno de los profesionales que la archidiócesis le recomendaba, y tuvo suerte al encontrar un buen terapeuta católico. «Quería a alguien que pudiera ver el contexto» de su fe. «Amaba mi fe. Nunca dejé de practicarla… El comienzo de la sanación fue encontrar a este maravilloso terapeuta».

«El trabajo que hice con el psiquiatra fue como tirar todos los juguetes al suelo, tirar todas las partes de ti al suelo e intentar descubrir qué parte realmente eras tú y qué parte se había formado a causa del abuso o qué parte era el abuso», cuenta. «Es como desarmarte y armarte nuevamente, dejando atrás partes de tu personalidad, como la necesidad de ser perfecta, cosas que había desarrollado a causa del abuso».

Ella había comenzado a recuperarse cuando estalló en 2002 el escándalo, y las noticias la hicieron nuevamente volver a la terapia más frecuentemente. Pero luego se dio cuenta de que no había sido la única que había experimentado un abuso. «Y me di cuenta que le había sucedido a algunos niños a los que yo les daba clase», en la parroquia donde ella enseñaba, cuando su antiguo abusador aún trabajaba allí. «Darme cuenta de que, sin querer, yo había estado de alguna manera presente cuando ocurrió, fue un golpe muy duro para mí», dice.

El dolor de Katharine se agravó a causa de las homilías que escuchaba en la Misa de domingo, que criticaban al Globe y retrataban a las víctimas como gente que quería atacar a la Iglesia desde fuera. «Sólo quería ponerme de pie y decir, “Pero yo soy una de ellas”», explica.

«La razón por la que todos fuimos abusados fue porque éramos parte de la Iglesia. De las personas que conocía, unas eran acólitos, estaban en el coro, y la Iglesia era una parte muy importante de nuestra vida. Una vez me encontraba de camino al trabajo, escuché en la radio al cardenal Francis George, de Chicago, hablando sobre otro caso, y diciendo: “Si una chica de 14 años seduce a un sacerdote, en realidad no es culpa del sacerdote”. Estoy parafraseando, pero era algo de ese estilo. La culpa era de la víctima. No pude ir a trabajar ese día».

Toda la experiencia, dice, la sensibilizó frente a la gente que siente que está fuera de la Iglesia, «sean divorciados, o que han abortado, o sean gays o lesbianas, y se les hace sentir como si estuviera por ahí en alguna parte».

Su experiencia como una especie de «marginada» fortaleció su convicción de que la Iglesia necesita estar cerca de los que están sufriendo y necesitan curación. «Nunca hay que tener miedo de escuchar, durante el tiempo que sea necesario», señala. «Hemos perdido a una generación, si no dos, en medio de todo esto. No todo a causa del escándalo de abusos sexuales, sino a causa de una mentalidad de “ellos y nosotros”, la jerarquía, los laicos o las víctimas de abuso y resto de personas».

Pero también encontró gente en la Iglesia que fue realmente cariñosa. Había un sacerdote muy sensible que rápidamente le prestó atención, y la ayudó a sanar a través del sacramento de la Reconciliación y la Eucaristía. Había un funcionario de la archidiócesis que sabía lo difícil que era para ella celebrar Navidad y Pascua a causa del abuso. Este funcionario «me llamó muchos años en Nochebuena, para ver cómo estaba, sólo para estar en contacto conmigo y ver cómo estaba», cuenta Katharine.

El abuso físico, dice, le produjo una «herida espiritual»: desconfiar de Dios, desconfiar de que Dios la ama. De niña ella conoció a Dios como Padre, algo que atribuye al amor de su propio papá. Pero su relación con Dios Hijo y Dios Espíritu Santo fue «suspendida» a causa del abuso. «Sentía que tenía que esforzarme por ser perfecta, porque entonces podría estar lejos del alcance de Jesús. Su amor, su sacrificio no eran para mí. No había una relación personal porque yo no era digna de ello».

Además de la terapia, atribuye su sanación a los amigos que crecieron con ella, «personas maravillosas que me han visto en mis momentos más oscuros. Y a mi esposo e hijos, que me ataron a la vida, cuando lo más fácil hubiera sido rendirse».

Paul Fericano

Paul Fericano también tenía 14 años cuando fue abusado sexualmente. El abuso, llevado a cabo por un sacerdote franciscano en el seminario menor de Saint Anthony en Santa Bárbara, California, en 1965, no sólo destruyó su vocación al sacerdocio, sino que lo alejó de la Iglesia. Ha escrito que ya no es católico.

Pero Fericano no está amargado, y de hecho ha perdonado a su agresor, y ahora intenta trabajar con las diócesis católicas para ayudar a sanar a otras víctimas de abuso a través del programa llamado SafeNet, o Survivors Alliance and Franciscan Exchange Network.

«Me sentí profundamente traicionado por este sacerdote, que me dejó sintiéndome indigno de ser sacerdote», dice en una entrevista, «y una especie de herida en el corazón, de no sentirme digno como persona». «Cuando dejé el seminario sentí que mi dolor, el cual enterré, era principalmente un sentimiento de traición y de no ser capaz de confiar en otros hombres. Durante mucho tiempo estuve separado de mi padre».

Cuenta que ha tenido algunos profesores que han reconocido en él un talento para expresarse con palabras.

«De muchas maneras, creo que me ha salvado escribir, expresarme a través de la poesía y las historias», dice. «Mucho antes de que buscara ayuda profesional, creo que la escritura se volvió mi terapia».

Más tarde, al recibir psicoterapia, comprendió que tenía que perdonar a su agresor.

«No es nada fácil perdonar, implica un verdadero deseo de caminar y estar dispuesto a ser sincero sobre uno mismo. Yo les digo a las víctimas que el perdón no es una conveniencia, como lo era cuando éramos niños en la iglesia. Es un verdadero diálogo».

Se encontró con su agresor, un hombre que lo negaba todo continuamente, en sus últimos años. «No tengo miedo de decirlo, tuvimos una relación muy compasiva el uno hacia el otro», dice Fericano. «Realmente lo sentí por él, y al mismo tiempo estaba trabajando con otras víctimas que habían sido lastimadas por él, ayudándoles a conseguir una terapia y también abogados para que les recompensara por lo que les había hecho, y él sabía eso, y también los franciscanos».

Parte del proceso de perdón, explicó, fue «recuperar y revivir mi historia», dice Fericano. «Le digo a las víctimas que si quieren perdonar, tienen que revivir lo que les pasó. Necesitan abrazar ese sufrimiento, en lugar de apartarlo. Me desilusionan algunos sacerdotes que me dicen que es momento de seguir adelante. ¿Qué saben ellos de seguir adelante? Para mí es tiempo de superarlo, no de seguir adelante. Pienso que el sacerdote que se pone de pie en el púlpito y dice a su rebaño que es tiempo de dejar atrás la crisis de abusos por parte de sacerdotes no está haciendo ningún servicio. Hay cientos de personas en las iglesias que han sido abusadas y callan, hayan sido abusadas por el esposo, la pareja o el sacerdote».

Salir adelante

Con el estreno de Spotlight este fin de semana, el cardenal de Boston Seán P. O’Malley hizo una declaración en la que reconocía que «el estreno de la película puede ser especialmente doloroso para las víctimas de abusos sexuales por parte de sacerdotes». El cardenal declaró: «El reportaje de investigación de los medios sobre la crisis de abusos ha incitado una llamada de la Iglesia a asumir la responsabilidad por sus fallos y reformarse –para hacer frente a lo vergonzoso y oculto– y a comprometerse en proteger primero a los niños, por encima de cualquier otro interés».

«Hemos pedido y continuamos pidiendo perdón a todos aquellos heridos por los crímenes de abuso a menores. Como arzobispo de Boston me he encontrado personalmente con cientos de víctimas de abuso por parte de sacerdotes en los últimos doce años, escuchando sus sufrimientos y humildemente buscando su perdón. Me han impactado profundamente sus historias y me obligan a continuar trabajando por la sanación y reconciliación así como ratifico el compromiso de hacer todo lo posible para prevenir el daño a cualquier niño en el futuro».

La escritora Dawn Eden, que fue víctima de abuso a manos de un pariente, dijo que si la Iglesia quiere ayudar a sanar a las víctimas de abusos sexuales, «necesita ofrecer curación no sólo a aquellos que fueron dañados por los sacerdotes, sino también ayudar al gran número de aquellos heridos fuera de nuestras iglesias y escuelas. La mayoría de casos de abusos sexuales infantiles son perpetrados en casa por un miembro o amigo de la familia del niño».

«Las víctimas a menudo sienten que han sido abandonadas por Dios», dice Eden, autora de My Peace I Give You: Healing Sexual Wounds with the Help of the Saints, en una declaración a Aleteia.

«Nosotros como Iglesia necesitamos darles ayuda espiritual y una comunidad amorosa para que recuperen su identidad como hijos e hijas amadas de Dios en Cristo. Para hacer esto, necesitamos sacerdotes que no tengan miedo a predicar sobre los abusos y curación. También necesitamos parroquias proactivas en la promoción de grupos de apoyo como el Maria Goretti Network y SafeNet, porque la gente encuentra la curación en la comunidad».

John Burger / Aleteia