Al humilde trabajador de la viña del Señor - Alfa y Omega

Al humilde trabajador de la viña del Señor

Redacción
«Un sencillo, humilde trabajador de la viña del Señor»: primeras palabras de Benedicto XVI

Madrid recibe cada año con sincera hospitalidad a ocho millones de visitantes. Este mes de agosto, sin embargo, espera a uno todavía con mayor impaciencia, emoción y júbilo: al Santo Padre, que ha regalado a España y a cuantos la conformamos el enorme privilegio de ser el único país que organiza una segunda Jornada Mundial de la Juventud y que le da a él la bienvenida por tercera vez. Aunque ambos honores nos desbordan de alegría y motivación, hemos de vivirlos con modestia y sencillez; las mismas virtudes de las que el propio Pontífice nos da ejemplo en cada episodio de su vida.

Todavía resuenan en mi memoria sus palabras del 19 de abril de 2005, cuando el Cónclave de cardenales lo eligió Papa y se dirigió a la muchedumbre que se agolpaba en la Plaza de San Pedro: «Me han elegido a mí, un simple y humilde trabajador de la viña del Señor». Una de las cumbres intelectuales de la Iglesia de nuestro tiempo se nos presenta como un humilde trabajador de la viña del Señor. Toda una lección para una juventud que necesita rearmarse de valores y tener nuevos ejemplo a los que poder imitar.

A lo largo de sus seis años de pontificado, Benedicto XVI se ha afanado en filtrar la savia del Evangelio a la vida presente y cotidiana, reivindicando desde el magisterio de Jesús la grandeza y vigencia de instituciones como la familia o el matrimonio; de valores como el sacrificio, el compromiso o la austeridad; de dones divinos como la felicidad compartida, la alegría de lo inmaterial o la entrega en el amor. Instituciones, valores y dones de los que hoy se encuentra huérfana la sociedad europea y, en particular, la española.

Desde hace tiempo, en el diario ABC venimos demandando un rearme moral de la sociedad española y la inoculación de valores en el circuito sanguíneo de nuestro entramado social, donde la juventud es siempre la savia nueva. Por eso celebramos y acogemos la visita de Benedicto XVI a España como una oportunidad para reafirmarnos en todo aquello que nos puede hacer buenos y mejores.

Trece de los diecinueve Viajes apostólicos que el Papa Ratzinger ha realizado fuera de Italia han tenido como destino el viejo continente. No es fruto de la casualidad o de la proximidad geográfica, sino de la preocupación del Santo Padre por un continente que concentra un tercio de la riqueza mundial, pero también una creciente y alarmante pobreza moral, una epidemia de hedonismo y superficialidad que desata los egos y paraliza los corazones; que adormece a la juventud y aniquila sus alicientes e ilusiones.

A Benedicto XVI le atormenta percibir una Europa así, su Europa. La que le vio nacer, en la que cree como cuna del saber y lanzadera hacia el futuro, y por la que vela siguiendo el ejemplo de san Benito de Nursia, el gran impulsor de la ordenación cristiana del continente y de su unidad espiritual en el siglo VI. Los monasterios benedictinos se extendieron desde las costas mediterráneas a Escandinavia, desde Irlanda hasta Polonia; deteniéndose de manera muy especial en el frondoso interior de Galicia, en una ímproba labor de evangelización y de cohesión de los pueblos en torno a los mismos valores espirituales, morales y humanistas que, en 1964, Pablo VI reconoció al designar a san Benito Patrono de Europa. Yo tengo el honor de compartir con él su nombre, pero nuestro actual Pontífice le honra, perpetúa y glorifica continuando con su extraordinario compromiso y contribución a la regeneración del ciudadano europeo moderno como hombre de fe, pero también de intelecto: hombres y mujeres que persiguen el progreso y mejora de su comunidad desde el desarrollo interior, desde la oración, pero también desde la cultura y el trabajo.

Con esta misión urgente de activación cristiana, ética e intelectual, llega Benedicto XVI a España; una Visita que nos enorgullece, pero que también nos sitúa en el centro de esa deriva ética y ese déficit de valores del mundo moderno. De ahí las ansias, la esperanza y la humildad con la que hemos de recibirlo, con la que hemos de darle la bienvenida. A Madrid, y a nuestros corazones.