No al olvido - Alfa y Omega

No al olvido

Podía haber escogido otra foto. Hubiera podido elegir la de una rosa dentro del orificio que una bala asesina dejó en un cristal de un restaurante parisino. O la de las velas y mensajes que dejan los franceses…

Pedro J Rabadán
Foto: REUTERS/Philippe Wojazer

Podía haber escogido otra foto. Hubiera podido elegir la de una rosa dentro del orificio que una bala asesina dejó en un cristal de un restaurante parisino. O la de las velas y mensajes que dejan los franceses en los altares callejeros en recuerdo de sus víctimas. Preciosas también las instantáneas de los edificios emblemáticos de grandes ciudades del mundo con los colores de la bandera gala. Podía, pero no. He elegido esta, que es el horror. Porque, al contrario de lo que estoy oyendo con frecuencia estos días, no quiero que se olvide lo que ha pasado en París. Porque esos cuerpos serán enterrados; porque el miedo de los supervivientes y testigos les acompañará el resto de sus vidas; y porque el dolor de familiares y amigos de los asesinados no desparecerá jamás.

Fotografías como esta deben permanecer siempre en la retina. Porque el ritmo trepidante de nuestras vidas actúa como una anestesia que da paso al olvido en cuestión de días. Será otra tragedia más. Casablanca, Nueva York, Madrid, Londres, Singapur, París… Me aterra que asumamos con resignación que va a volver a pasar, porque eso significaría que lo estamos normalizando. Miro la foto otra vez. Esta carnicería en dos dimensiones es real. Y pienso en la noche del viernes, de explosiones y tiroteos, de gritos, himnos y sobre todo, llanto. Y en el silencio de la ciudad desierta tras la masacre, donde ni tan siquiera sonaban las sirenas de las ambulancias, porque no iban al hospital sino que trasladaban muertos al anatómico forense. No al olvido.

Recordarlo sirve también para actuar. Y para rezar. Los terroristas abrieron fuego a grito de «Dios es grande». Una blasfemia. Dios es grande en Amor, no en odio, y es Juez que juzgará a esas bestias. A las víctimas seguro que las acoge en su casa. Y para las familias desgarradas, solo queda pedir que les dé consuelo, porque razón nunca se va a encontrar.