Francisco: «Si olvidamos la misericordia nos convertimos en esclavos de nuestras estructuras» - Alfa y Omega

Francisco: «Si olvidamos la misericordia nos convertimos en esclavos de nuestras estructuras»

No es que el Año Santo de la Misericordia sea bueno para la Iglesia. Es que es necesario. Lo afirmó el Papa en la audiencia general de este miércoles

María Martínez López

«Señor, yo soy un pecador, Señor soy una pecadora, ven con tu misericordia». Es la petición que el Papa Francisco ha invitado a hacer a los fieles, durante la audiencia general de este miércoles. El Santo Padre ha dedicado la catequesis a explicar por qué ha convocado el Año Jubilar de la Misericordia, que inauguró ayer al abrir la Puerta Santa de la basílica de San Pedro.

El Papa aclaró que no ha convocado el Año Santo porque crea que «es bueno para la Iglesia», sino «porque la Iglesia lo necesita». En esta época histórica –añadió–, la Iglesia está llamada a hacer esta «contribución peculiar» de hacer «visibles los signos de la presencia y de la cercanía de Dios». Esta cita significa «poner la atención sobre el contenido esencial del Evangelio: Jesús, la Misericordia hecha carne, que hace visible a nuestros ojos el gran misterio del Amor trinitario de Dios». Este reclamo es «más urgente» aún «en nuestros tiempos, en los que el perdón es un huésped raro en los ámbitos de la vida humana»; y en todos los ámbitos: «en la sociedad, en las instituciones, en el trabajo y también en la familia».

El Año de la Misericordia, explicó Francisco, «nos es ofrecido para experimentar en nuestra vida el toque dulce y suave del perdón de Dios, su presencia a nuestro lado y su cercanía, sobre todo en los momentos de mayor necesidad». Es «un momento privilegiado para que la Iglesia aprenda a elegir únicamente “aquello que a Dios le gusta más”: Perdonar a sus hijos, tener misericordia de ellos, de modo que también ellos puedan a su vez perdonar a los hermanos, resplandeciendo como antorchas de la misericordia de Dios en el mundo».

También en la Iglesia

Un medio importante para vivir este Año Santo, continuó la catequesis, será a través de «la necesaria obra de renovación de las instituciones y de las estructuras de la Iglesia. Solamente resplandece una Iglesia misericordiosa». Si se olvida esto, «nos convertiríamos en esclavos de nuestras instituciones y de nuestras estructuras, por más renovadas que puedan ser».

El Papa reconoció que en la Iglesia y el mundo queda muchas urgentes por hacer. Pero volver la mirada a la misericordia divina es imprescindible porque la causa de que esta se olvida es «siempre el amor propio». Puede ser bajo la forma de «búsqueda exclusiva de los propios intereses», o disfrazado «de hipocresía y de mundanidad», como ocurre «a menudo» en la vida de los cristianos. Estos reclamos son tan habituales que muchas veces «no estamos ni siquiera en grado de reconocerlos como límites y como pecado». La solución es «reconocer el ser pecadores, para reforzar en nosotros la certeza de la misericordia divina».

Texto completo de la catequesis del Papa

Queridos hermanos y hermanas, buenos días.

Ayer abrí aquí, en la basílica de San Pedro, la Puerta Santa del Jubileo de la Misericordia, después de haberla abierto ya en la catedral de Bangui, en la República Centroafricana. Hoy quisiera reflexionar junto a ustedes sobre el significado de este Año Santo, respondiendo a la pregunta: ¿Por qué un Jubileo de la Misericordia? ¿Qué significa esto?

La Iglesia necesita de este momento extraordinario. No digo: es bueno para la Iglesia este tiempo extraordinario, no, no. Digo: la Iglesia necesita de este momento extraordinario. En nuestra época de profundos cambios, la Iglesia está llamada a ofrecer su contribución peculiar, haciendo visibles los signos de la presencia y de la cercanía de Dios. Y el Jubileo es un tiempo favorable para todos nosotros, para que contemplando la Divina Misericordia, que supera cada límite humano y resplandece sobre la oscuridad del pecado, podamos transformarnos en testigos más convencidos y eficaces.

Dirigir la mirada a Dios, Padre misericordioso, y a los hermanos necesitados de misericordia, significa poner la atención sobre el contenido esencial del Evangelio: Jesús, la Misericordia hecha carne, que hace visible a nuestros ojos el gran misterio del Amor trinitario de Dios. Celebrar un Jubileo de la Misericordia equivale a poner de nuevo en el centro de nuestra vida personal y de nuestras comunidades lo específico de la fe cristiana, es decir, Jesucristo, Dios misericordioso.

Un Año Santo, por lo tanto, para vivir la misericordia. Sí, queridos hermanos y hermanas, este Año Santo nos es ofrecido para experimentar en nuestra vida el toque dulce y suave del perdón de Dios, su presencia a nuestro lado y su cercanía, sobre todo en los momentos de mayor necesidad.

Este Jubileo, en resumen, es un momento privilegiado para que la Iglesia aprenda a elegir únicamente «aquello que a Dios le gusta más». Y, ¿qué es lo que «a Dios le gusta más»? Perdonar a sus hijos, tener misericordia de ellos, de modo que también ellos puedan a su vez perdonar a los hermanos, resplandeciendo como antorchas de la misericordia de Dios en el mundo. Esto es aquello que a Dios le gusta más. San Ambrosio, en un libro de teología que había escrito sobre Adán, toma la historia de la creación del mundo y dice que Dios, cada día después de haber creado la luna, el sol o los animales, el libro, la Biblia dice «y Dios dijo que esto era bueno»; pero cuando ha creado al hombre y a la mujer la Biblia dice «Dios dijo que esto era muy bueno». Y san Ambrosio se pregunta por qué dice «muy bueno»; por qué –dice– está tan contento Dios después de la creación del hombre y de la mujer: porque finalmente tenía a alguno para perdonar. Es bello, ¿eh? La alegría de Dios es perdonar, el ser de Dios es misericordia, por esto este año debemos abrir el corazón, para que este amor, esta alegría de Dios nos llene, nos llene a todos nosotros de esta misericordia.

El Jubileo será un «tiempo favorable» para la Iglesia si aprendemos a elegir «aquello que a Dios le gusta más», sin ceder a la tentación de pensar que haya algo más importante o prioritario. Nada es más importante que elegir «aquello que a Dios le gusta más»: ¡su misericordia, su amor, su ternura, su abrazo, sus caricias!

También la necesaria obra de renovación de las instituciones y de las estructuras de la Iglesia es un medio que debe conducirnos a hacer la experiencia viva y vivificante de la misericordia de Dios que, sola, puede garantizar a la Iglesia el ser aquella ciudad puesta sobre un monte que no puede permanecer escondida (cfr. Mt 5, 14). Solamente resplandece una Iglesia misericordiosa. Si debiéramos, solo por un momento, olvidar que la misericordia es «aquello que a Dios le gusta más», cada esfuerzo nuestro sería en vano, porque nos convertiríamos en esclavos de nuestras instituciones y de nuestras estructuras, por más renovadas que puedan ser, pero siempre seríamos esclavos.

«Sentir fuerte en nosotros la alegría de haber sido reencontrados por Jesús, que como Buen Pastor ha venido a buscarnos porque estábamos perdidos» (Homilía en las Primeras vísperas del domingo de la Divina Misericordia, 11 abril 2015): este es el objetivo que la Iglesia se pone en este Año Santo. Así reforzaremos en nosotros la certeza de que la misericordia puede contribuir realmente a la edificación de un mundo más humano. Especialmente en estos nuestros tiempos, en que el perdón es un huésped raro en los ámbitos de la vida humana, el reclamo a la misericordia se hace más urgente, y esto en cada lugar: en la sociedad, en las instituciones, en el trabajo y también en la familia.

Cierto, alguno podría objetar: «Pero, padre, la Iglesia, en este Año, ¿no debería hacer algo más? Es justo contemplar la misericordia de Dios, pero ¡hay muchas necesidades urgentes!». Es verdad, hay mucho por hacer, y yo en primer lugar no me canso de recordarlo. Pero es necesario tener en cuenta que, en la raíz del olvido de la misericordia, está siempre el amor proprio. En el mundo, esto toma la forma de la búsqueda exclusiva de los propios intereses, de placeres, de honores unidos al querer acumular riquezas, mientras que en la vida de los cristianos se disfraza a menudo de hipocresía y de mundanidad. Todas estas cosas son contrarias a la misericordia.

Los lemas del amor propio, que hacen extranjera la misericordia en el mundo, son tantos y tan numerosos que frecuentemente no estamos ni siquiera en grado de reconocerlos como límites y como pecado. He aquí por qué es necesario reconocer el ser pecadores, para reforzar en nosotros la certeza de la misericordia divina. «Señor, yo soy un pecador, Señor soy una pecadora, ven con tu misericordia» y esta es una oración bellísima, es fácil eh, es una oración fácil para decirla todos los días, todos los días: «Señor yo soy un pecador, Señor yo soy una pecadora, ven con tu misericordia».

Queridos hermanos y hermanas, deseo que en este Año Santo, cada uno de nosotros tenga experiencia de la misericordia de Dios, para ser testigos de «aquello que a Dios le gusta más». ¿Es de ingenuos creer que esto pueda cambiar el mundo? Si, humanamente hablando es de locos, pero «porque la locura de Dios es más sabia que la sabiduría de los hombres, y la debilidad de Dios es más fuerte que la fortaleza de los hombres» (1 Cor 1, 25). Gracias.