La obligación de pensar - Alfa y Omega

La obligación de pensar

Manuel Cruz
Foto: EFE/Rafa Alcaide

Sería muy interesante que un buen sociólogo nos razonara por qué los madrileños pasan indiferentes ante el belencito instalado en los bajos del Ayuntamiento que dirige doña Manuela Carmena. ¿Se han dado cuenta nuestros actuales ediles, de probadas convicciones agnósticas, que lo mejor para desprestigiar el nacimiento era reducirlo de tamaño para que la gente apenas reparara en su existencia? Ahí quedan las preguntas, que podrían continuarse con otras sobre el cambio que nos prometen algunos partidos para las próximas elecciones.

¿Qué cambio? Puestos a pensar uno recuerda las cartas que, según Carl S. Lewis, escribía el «buen diablo» a su inexperto sobrino Orugario. Ya saben, su principal recomendación era que se afanase en suprimir las virtudes y las tradiciones cristianas. Lo más sorprendente eran las regañinas que le dirigía cuando el pobre sobrino le mostraba su «delirante alegría» porque los humanos europeos habían empezado otra de sus guerras.

Ahora que nos encaminamos hacia otra guerra –bueno, ya está aquí–, tío y sobrino deben de andar muy preocupados porque, en esta ocasión, se dilucida nada menos que un retorno a Dios. Y no deja de resultar inquietante que los partidarios del No a la guerra sean precisamente los que tratan de erradicar, al unísono con los fanáticos islamistas, las señas de identidad cristiana que aun quedan en la sociedad europea. Entre ellas, claro, están los belenes, esa atávica costumbre que va contra la glorificación de la oscuridad representada por el solsticio de invierno que las adascolaus quieren festejar en una exaltación de la libertad absoluta del hombre. ¡Ah, la guerra entre libertad y verdad!

Bien sabemos que en las elecciones somos los votantes los que predestinamos ese futuro que todos quieren cambiar para hacernos felices. ¿Qué es la política sino esa busca afanosa del paraíso en la tierra? La vida eterna queda para los pobres creyentes. Pero al menos, dentro de unos días se nos va a conceder la posibilidad de elegir y eso implica un reto: leer hasta la letrita más pequeña los programas electorales, aunque luego los sabios ideólogos de los partidos se dediquen a incumplirlos. ¿Qué vamos a votar? Pensemos, doña Milagros –¡gracias por su carta!–, pensemos…