Así decidió la Iglesia dialogar con el mundo moderno - Alfa y Omega

Así decidió la Iglesia dialogar con el mundo moderno

José María Ballester Esquivias
Foto: CNS

El 25 de diciembre de 1961 san Juan XXIII convocó oficialmente el Concilio Vaticano II a través de la constitución apostólica Humanae salutis. Entre los objetivos prioritarios fijados por este documento figura la contribución de la Iglesia al mundo moderno. Como indicaba el Papa, el Concilio «tendrá que alcanzar este objetivo de tal manera que logre revestir de luz cristiana y penetrar de fervorosa energía espiritual no solo el interior de las almas, sino también la masa colectiva de las actividades humanas».

Con esta hoja de ruta, los padres conciliares se pusieron manos a la obra y el 20 de octubre de 1962, nueve días después de inicio del Concilio, hicieron referencia al objetivo fijado por el Pontífice en el mensaje que dirigieron a la humanidad entera. Sin embargo, la elaboración del documento conciliar fue ardua, y dio lugar a numerosos debates entre las distintas sensibilidades presentes en Roma.

Por fin, el 7 de diciembre de 1965, víspera de la clausura oficial del Concilio, Pablo VI –que sucedió a Juan XXIII en la Cátedra de Pedro en junio de 1963– rubricó con su firma la constitución apostólica Gaudium et spes. Sobre la Iglesia en el mundo actual. Gaudium et spes, gozo y esperanza, eran sus primeras palabras, de las que se desprende la voluntad de la Iglesia de abrazar su relación con el mundo moderno desde una perspectiva positiva y no desde el fustigamiento o desde el señalamiento sistemático de los errores.

Este enfoque en la forma es una de las principales novedades de la Gaudium et spes. En su libro –publicado en italiano– La doctrina social de la Iglesia, logros y nuevos desafíos, Giorgio Campanini señala cómo para la doctrina social de la Iglesia, el Concilio supuso «cambiar su función alternativa o radicalmente crítica de la cultura moderna» por «una búsqueda de sentido de las instituciones políticas y económicas de la civilización moderna». Más adelante Campanini puntualiza que la «herencia del pasado no se rechaza, sino que se propone en una óptica nueva».

Una óptica nueva que se plasma plenamente en la Gaudium et spes. Uno de los ejes de esta constitución apostólica es su afirmación inicial (figura en su proemio) de que a la Iglesia no le «impulsa ambición terrena alguna», léase ambición política. Y en su apartado 76 aclara que la «comunidad política y la Iglesia son, en sus propios campos, independientes la una de la otra», por lo que se resalta el predominio del carácter sobrenatural de la Iglesia.

Esto no es óbice para que la Iglesia tenga por misión, como explica Arturo Bellocq en su monumental ensayo La doctrina social de la Iglesia, qué es y qué no es, «iluminar con la luz superior que posee –la del Evangelio– para orientar moralmente la actividad humana en este campo, mostrándole el sentido último de la vida del hombre y la sociedad y denunciando las injusticias».

Un claro ejemplo viene dado en el apartado 80 de la Gaudium et spes dedicado a la guerra. Tras advertir de «las matanzas enormes e indiscriminadas» que pueden ocasionar las guerras modernas, dice lo siguiente: «Sepan los hombres de hoy que habrán de dar muy seria cuenta de sus acciones bélicas. Pues de sus determinaciones presentes dependerá en gran parte el curso de los tiempos venideros». De rabiosa actualidad.