El Papa visitará México y le pedirá a la morenita «que los cristianos sepan ser oasis de misericordia» - Alfa y Omega

El Papa visitará México y le pedirá a la morenita «que los cristianos sepan ser oasis de misericordia»

La Basílica de San Pedro acogió por segundo año consecutivo una Misa en honor de la Virgen de Guadalupe. Francisco aprovechó la celebración para confirmar su viaje a México, que iniciará el próximo 12 de febrero, y para invitar a los fieles a «cultivar esta experiencia de misericordia»

Redacción

Por segundo año consecutivo, el Papa Francisco presidió en la Basílica de San Pedro la celebración de la Santa Misa con ocasión de la fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe, patrona de México y de toda América Latina y emperatriz del continente Americano.

El Santo Padre aprovechó la celebración para anunciar oficialmente su viaje a México, que iniciará el 12 de febrero y que durará cinco días. Será el XII viaje apostólico de Francisco, que irá a tierras mexicanas para «que nos convirtamos en misericordiosos, y que las comunidades cristianas sepan ser oasis y fuentes de misericordia, testigos de una caridad que no admite exclusiones. Para pedirle esto, de una manera fuerte viajaré a venerarla en Su Santuario el próximo 13 de febrero, allí pediré todo esto para toda América, de la cual es especialmente Madre».

El Pontífice se encontrará con las autoridades, los indígenas, visitará a los enfermos y encarcelados, y se unirá en oración con todo el pueblo mexicano.

Miseria y corazón

En su homilía, en la que utilizó hasta catorce veces la palabra misericordia, Francisco explicó que este término está compuesto de otros dos: miseria y corazón. «El corazón indica la capacidad de amar; la misericordia es el amor que abraza la miseria de la persona humana. Es un amor que siente nuestra indigencia como si fuera propia, para liberarnos de ella».

En este mismo sentido, el Santo Padre aseguró que «Dios nos ama con amor gratuito, sin límites, sin esperar nada a cambio». Y añadió que «este amor misericordioso es el atributo más sorprendente de Dios, la síntesis en que se condensa el mensaje evangélico, la fe de la Iglesia».

Antes de concluir, el Papa invitó a todos a «cultivar esta experiencia de misericordia, de paz y esperanza, durante el camino de adviento que estamos recorriendo y a la luz del Año Jubilar. Y a anunciar la Buena noticia a los pobres, como Juan Bautista, realizando las obras de misericordia en espera de la venida de Jesús en la Navidad».

Dios se goza en María

De María, el obispo de Roma aseguró que «Dios se goza y complace muy especialmente en Ella que ha experimentado la misericordia divina, y ha acogido en su seno la fuente misma de esta misericordia: Jesucristo. Por esta razón le encomendó a Ella los sufrimientos y las alegrías de los pueblos de todo el continente americano, que la aman como madre y reconocen como patrona, bajo el título entrañable de Nuestra Señora de Guadalupe».

«A Ella le pedimos –concluyó Francisco- que este año jubilar sea una siembra de amor misericordioso en el corazón de las personas, las familias y las naciones».

Monseñor Claudio María Celli a los comunicadores católicos

El presidente del Pontificio Consejo para las Comunicaciones Sociales ha hecho llegar su tradicional y esperado mensaje:

RV / 13TV / Redacción

Homilía completa del Papa

«El Señor tu Dios, está en medio de ti […], se alegra y goza contigo, te renueva con su amor; exulta y se alegra contigo como en día de fiesta» (So 3, 17-18). Estas palabras del profeta Sofonías, dirigidas a Israel, pueden también ser referidas a la Virgen María, a la Iglesia, y a toda persona, amada por Dios con amor misericordioso. Sí, Dios nos ama tanto que incluso se goza y se complace en nosotros. Nos ama con amor gratuito, sin límites, sin esperar nada a cambio. Este amor misericordioso es el atributo más sorprendente de Dios, la síntesis en que se condensa el mensaje evangélico, la fe de la Iglesia.

La palabra «misericordia» está compuesta por dos palabras: miseria y corazón. El corazón indica la capacidad de amar; la misericordia es el amor que abraza la miseria de la persona humana. Es un amor que «siente» nuestra indigencia como si fuera propia, para liberarnos de ella. «En esto está el amor: no somos nosotros que amamos a Dios, sino que es Él que nos ha amado y ha mandado a su Hijo como víctima de expiación por nuestros pecados» (1 Jn 4, 9-10). «El Verbo se hizo carne», quiso compartir todas nuestras fragilidades. Quiso experimentar nuestra condición humana, hasta cargar en la Cruz con todo el dolor de la existencia humana. Tal es el abismo de su compasión y misericordia: un anonadarse para convertirse en compañía y servicio a la humanidad herida. Ningún pecado puede cancelar su cercanía misericordiosa, ni impedirle poner en acto su gracia de conversión, con tal de que la invoquemos. Más aún, el mismo pecado hace resplandecer con mayor fuerza el amor de Dios Padre quien, para rescatar al esclavo, ha sacrificado a su Hijo. Esa misericordia de Dios llega a nosotros con el don del Espíritu Santo que, en el Bautismo, hace posible, genera y nutre la vida nueva de sus discípulos. Por más grandes y graves que sean los pecados del mundo, el Espíritu, que renueva la faz de la tierra, posibilita el milagro de una vida más humana, llena de alegría y esperanza.

También nosotros gritamos jubilosos: «¡El Señor es mi Dios y salvador!». «El Señor está cerca», nos dice el apóstol Pablo, nada nos tiene que preocupar. La misericordia más grande radica en su estar en medio de nosotros, en su presencia y compañía. Camina junto a nosotros, nos muestra el sendero del amor, nos levanta en nuestras caídas, nos sostiene ante nuestras fatigas, nos acompaña en todas las circunstancias de nuestra existencia. Nos abre los ojos para mirar las miserias propias y del mundo, pero a la vez nos llena de esperanza. «Y la paz de Dios […] custodiará sus corazones y sus pensamientos en Cristo Jesús» (Flp 4, 7). Esta es la fuente de nuestra vida pacificada y alegre; nada ni nadie puede robarnos esta paz y esta alegría, no obstante los sufrimientos y las pruebas de la vida. Cultivemos esta experiencia de misericordia, de paz y esperanza, durante el camino de adviento que estamos recorriendo y a la luz del año jubilar. Anunciar la Buena noticia a los pobres, como Juan Bautista, realizando las obras de misericordia, es una buena manera de esperar la venida de Jesús en la Navidad.

Dios se goza y complace muy especialmente en María. En una de las oraciones más queridas por el pueblo cristiano, la Salve Regina, llamamos a María «madre de misericordia». Ella ha experimentado la misericordia divina, y ha acogido en su seno la fuente misma de esta misericordia: Jesucristo. Ella, que ha vivido siempre íntimamente unida a su Hijo, sabe mejor que nadie lo que Él quiere: que todos los hombres se salven, y que a ninguna persona le falte nunca la ternura y el consuelo de Dios. Que María, Madre de Misericordia, nos ayude a entender cuánto nos quiere Dios.

A María santísima le encomendamos los sufrimientos y las alegrías de los pueblos de todo el continente americano, que la aman como madre y reconocen como «patrona», bajo el título entrañable de Nuestra Señora de Guadalupe. Que «la dulzura de su mirada nos acompañe en este Año Santo, para que todos podamos redescubrir la alegría de la ternura de Dios» (Bula Misericordiae vultus, 24). A Ella le pedimos que este año jubilar sea una siembra de amor misericordioso en el corazón de las personas, las familias y las naciones. Que nos convirtamos en misericordiosos, y que las comunidades cristianas sepan ser oasis y fuentes de misericordia, testigos de una caridad que no admite exclusiones. A Ella le suplico que guíe los pasos de su pueblo americano, pueblo peregrino que busca a la Madre de misericordia, y le pide que le muestre a su Hijo Jesús.