Tenemos necesidad de vivir como hermanos - Alfa y Omega

Tenemos necesidad de vivir como hermanos

El pasado domingo, monseñor Carlos Osoro presidía por primera vez, como arzobispo de Madrid, la Eucaristía en la solemnidad de Nuestra Señora de la Almudena, Patrona de la archidiócesis, en una Plaza Mayor abarrotada de fieles. Dijo así en la homilía:

Carlos Osoro Sierra
Monseñor Carlos Osoro durante la homilía, en su primera Misa de la solemnidad de la Almudena como arzobispo de Madrid

Excelentísimos y reverendísimos señor nuncio de Su Santidad, monseñor Renzo Fratini; señores obispos auxiliares, don Fidel, don César y don Juan Antonio; excelentísimo Cabildo Catedral; queridos hermanos sacerdotes, queridos diáconos; queridos miembros de la vida consagrada, religiosos, religiosas, institutos seculares, sociedades de vida apostólica, nuevas familias; queridos seminaristas.

Excelentísimos señores Presidente de la Comunidad de Madrid, don Ignacio; Presidente de la Asamblea de Madrid, don José Ignacio; alcaldesa de Madrid, doña Ana Botella, y corporación municipal; autoridades civiles, militares y jurídicas.

Hermanos y hermanas todos, los que estáis aquí presentes y quienes estáis siguiendo esta celebración a través de los medios de comunicación.

¡Qué realidad más bella nos hace vivir hoy la presencia de la Santísima Virgen entre nosotros! Acabamos de escuchar la Palabra de Dios. Nos decía: «Alégrate y goza, que vengo a habitar dentro de ti… Habitaré en medio de ti». Y de la misma manera, qué fuerza tiene decir juntos, con una misma voz, a la Virgen: «Tú eres el orgullo de nuestra raza». Y, más aún, poder verificar en la persona de Santa María que es cierto en ella y en la historia de los hombres lo que nos decía el libro del Apocalipsis: «Ésta es la morada de Dios con los hombres: acampará entre ellos. Ellos serán su pueblo y Dios estará con ellos y será su Dios». Dios acampó, se encarnó y le dio rostro humano la Virgen María.

Hermanos, dejadme deciros con alegría cómo, a través del de la Virgen María, nos ha dicho Dios mismo: «Todo lo hago nuevo». Es la primera vez que, como arzobispo de Madrid, celebro con vosotros la fiesta de la Patrona de la archidiócesis de Madrid, Nuestra Señora de la Almudena. Gracias, Señor, por este regalo que me haces en los primeros días de comienzo de mi ministerio episcopal, acercando a tu Santísima Madre, una vez más, a mi vida y a la vida de quienes viven en Madrid. Quiero deciros con fuerza y convicción las palabras del Señor: Todo lo hago nuevo. Y la novedad hoy nos la explica a través de su Madre. Gracias, al cardenal-arzobispo emérito de Madrid, don Antonio María Rouco, por su trabajo en el acrecentamiento de la devoción a Nuestra Señora de la Almudena, en sus años de ministerio episcopal en Madrid; ella le pagará con creces las muestras que ha tenido de amor hacia María.

Tres miradas

Habéis escuchado la proclamación del Evangelio. Desde lo que el Señor nos dice, os voy a hablar de tres miradas: mirada a María que desató el nudo del pecado; mirada de María testigo privilegiado de Jesucristo; y mirada de María que provoca acogida y anuncio.

Mirada a María que desató el nudo del pecado: La fe de María desata el nudo del pecado. ¿Qué significa esto? El nudo de la desobediencia de Eva lo desató la obediencia de María. Lo que ató Eva por su falta de fe, lo desató la Virgen María por su fe. «Jesús, al ver a su Madre, y cerca al discípulo que tanto quería…» Es la mirada de Jesucristo a María y al discípulo amado en el que estábamos todos nosotros. ¿Cómo miró Jesús a su Madre desde la cruz? La miró y nos mostró: «Mujer, ahí tienes a tu hijo», es decir, quien te habla es tu Hijo, que siendo Dios se hizo hombre, y los que son por Él, con Él y en Él, como el que está a tu lado, son tus hijos, son hijos de Dios, son hijos en el Hijo. Somos sus hijos. María es un regalo de Jesucristo a todos los hombres.

En la procesión con la Patrona de Madrid

Tenemos una Madre que dijo a Dios cuando llegó el momento en que Él quería acercarse a los hombres, en la máxima explicitud y cercanía, haciéndose hombre. Conocemos a Dios porque esta Mujer que hoy nos reúne fue mirada por Dios de una manera especial: en absoluta libertad, presta la vida a Dios. Y por obra del Espíritu Santo, y con la adhesión total de María, dice a Dios: «Hágase en mí según tu palabra». Comenzando así la plenitud de la Historia, Dios se hizo hombre. La mirada del Señor a su Madre y a nosotros es un regalo, no es algo que se pueda comprar, es gracia, es amor total y pasión absoluta por el hombre. Para que el hombre llegue a tener la plenitud que, en el fondo de su corazón, desea y busca.

Mirada de María testigo privilegiado de Jesucristo: «Mujer, ahí tienes a tu hijo». Agradecemos a Dios su mirada en nuestras historias personales, la misma mirada que tuvo al discípulo a quien tanto quiso el Señor. Son historias con problemas, con tristezas y alegrías, con esperanzas y desesperanzas. Pero la mirada de María es mirada de consuelo en el largo camino de la historia de cada ser humano y en nuestra historia colectiva. Es la mirada de quien ha sido la testigo más cualificada, porque, entre otras cosas, es la más conocedora de Dios, la que más intimidad ha tenido con Dios. En la mirada de la Virgen María, tenemos un regalo permanente, es el regalo de la misericordia de Dios, que la miró desde la cruz y la enseñó a mirar a todos los hombres con el mismo amor de Él, en las situaciones reales en las que viven, para hacerles llegar el amor mismo de Dios. La Virgen nos enseña a mirarnos entre nosotros de otra manera, como hermanos, pues ella nos mira como Madre. Aquí, en esta plaza y en todos los lugares en los que nos ven o escuchan, hay hombres y mujeres de todas las edades con un título único: hijos en el Hijo, hermanos con el Hermano. Es la mirada que rescata, que acompaña y que protege. Es la mirada de quien nunca abandona a nadie.

Hoy, como hace 919 años, cuando apareció en los muros de esta Villa, quiere acercarnos el rostro de su Hijo Jesucristo y su amor de Madre, que siempre está atenta a las situaciones diversas que viven sus hijos. Ellos tienen sufrimientos diversos, unos más punzantes que otros. La crisis económica hizo y hace sufrir a muchas familias, a ancianos, adultos, jóvenes y niños. Pero nos ha hecho ver también que hay una crisis más profunda, que nos pide una renovación por dentro, en la raíz de nuestra existencia: hay que renovar al hombre por dentro, hemos de nacer de nuevo. Sí, nos pasa como a Nicodemo, a quien Jesús le ofrece nacer de nuevo. No importa la edad. Hoy, en María, Jesús nos ofrece nacer de nuevo. La situación que viven los hombres y la Humanidad, en todas las latitudes de la tierra, lo necesita. Es cierto también que esta situación de crisis profunda, que incluye la económica, y que tiene aspectos más profundos, ha puesto a prueba el corazón y el alma de tantos que han salido a los caminos de los hombres para ayudar a quienes más necesitaban, mostrando el rostro generoso y solidario de personas, instituciones y familias. Que nada se nos interponga a la mirada de María, que nadie nos oculte esta mirada, que nadie intente robar esta mirada.

Mirada de María que provoca acogida y anuncio: «Ahí tienes a tu Madre. Y desde aquella hora, el discípulo la recibió en su casa». Tal día como hoy, precisamente en la fiesta de la Almudena, hace veinticinco años, caía el muro de Berlín. Un muro que separaba a los hombres, que hacía vivir en enemistad, en exclusión y en desencuentro. Un muro que no basta romperlo físicamente: hay que romper los muros que habitan en nosotros, que están construidos dentro de nosotros. De ahí, la urgencia de acoger y anunciar a Jesucristo, como nos lo enseña la Virgen María. Esto es lo que hizo el discípulo amado, san Juan. Esta acogida y anuncio de María, que hizo del discípulo amado y hace de todos los hombres, es la que rompe muros y estrecha relaciones construidas con el amor mismo de Dios, que se nos ha revelado en Jesucristo y de la que María es testigo.

Recordemos hoy a un hombre excepcional que tuvo en su vida la cercanía de la Virgen María: me refiero a san Juan Pablo II; él vivió con especial valentía y audacia su vida con la ayuda de la Virgen María. Él nos invitó a construir la civilización del amor, como hoy el Papa Francisco nos invita a construir la cultura del encuentro, a romper los muros que nos separan y dividen, acogiendo a Jesucristo. Nuestra Señora de la Almudena, en el relato del muro de la Vega, bella evocación medieval, nos invita a derribar muros de separación entre los hombres, a construir y hacer puentes para construir una cultura del encuentro. Para hacer esto, ella, hoy, nos regala su mirada. Madrileños, no os dejéis robar la mirada de la Virgen, que es mirada de ternura, que fortalece por dentro y por fuera, mirada que nos hace hermanos y solidarios.

El momento del Voto de la Villa

No es fácil vivir como hermanos

Santa María de la Almudena: tenemos necesidad de estas tres miradas. Tenemos necesidad de que nos regales tu mirada, la que te regaló tu Hijo Jesús y que tú regalaste a Juan el Apóstol, y que él vivió anunciando a Jesucristo. San Juan, cuando te recibió en su casa, en su vida, acogió tu mirada. Danos tu mirada, esa que tú tienes y que regalaste a todos los hombres el día que dijiste a Dios, el mismo día que pronunciaste: Hágase en mí según tu palabra.

Cuando prestaste tu vida y te convertiste en una vasija preciosa para contener sólo a Dios, en ti y por obra del Espíritu Santo, Dios se hizo presente entre los hombres y tomó rostro humano. Tienes pasión por darnos vida, alegría, por romper muros que nos separan y excluyen, por crear esa unidad y comunión que solamente es posible cuando nos unimos desde esa hondura que nos funda y nos hace ser hijos de Dios y, por eso, hermanos. Tienes siempre algo que decir a los hombres para darnos esperanza, para hacer nuestros los sueños de Dios, para hacernos ver que los hombres no somos dueños, ni patronos, que el único dueño de todo es Dios, el mismo que pidió a la Virgen Santísima que le prestase su vida para mostrar lo que hemos de ser con su misma vida: «El mayor entre vosotros se ha de hacer como el menor, y el que gobierna, como el que sirve. Porque ¿quién es más, el que está a la mesa, o el que sirve? ¿Verdad que el que está a la mesa? Pues yo estoy en medio de vosotros como el que sirve» (Lc 22, 26-27).

Gracias, Santa María, por el protagonismo que has tenido en darnos a conocer quién es el hombre y quién es Dios. Eres portadora de una mirada diferente sobre todas las cosas, la misma que te regaló tu Hijo Jesucristo para que nos la dieses a todos nosotros: una mirada de ternura, de misericordia, de Madre, que nos ampara siempre y nos destapa el alma, mirada de compasión.

Madre, tenemos necesidad de vivir como hermanos. No es fácil vivir como hermanos, pero te lo pedimos de corazón, necesitamos vivir así, como el aire que respiramos o el agua que nos abreva la sed; que nunca nos falte el clima de hermanos que se ayudan los unos a los otros y en donde nadie pasa necesidad, porque lo mucho o lo poco que tenemos lo ponemos a disposición de los que más lo necesitan.

Al recibir a tu Hijo Jesucristo aquí, en el misterio de la Eucaristía, dentro de unos momentos, dejemos que Él entre en nuestras vidas como entró en María, dejemos que nos mire como miró a su Madre, entremos en comunión con Él, y vayamos por el mundo entregando el mismo anuncio de María: Proclama mi alma la grandeza del Señor, es decir, anunciemos que, con Jesucristo, todo es nuevo, porque tiene la novedad de quien es el Camino, la Verdad y la Vida. Amén.