Caná - Alfa y Omega

Caná

II Domingo del tiempo ordinario

Aurelio García Macías
Foto: CNS

Tras el tiempo de Navidad, iniciamos un nuevo ciclo litúrgico denominado tiempo ordinario, o tiempo durante el año. Es el tiempo más extenso de todo el año en el que celebramos el misterio de Jesucristo en plenitud y donde el domingo se convierte en el centro de la semana, que convoca a toda la Iglesia para hacer memoria del misterio pascual y celebrar la Santa Eucaristía.

El texto del profeta Isaías que se proclama en este domingo como primera lectura evoca la imagen nupcial de las bodas para referirla a la alianza de comunión deseada por Dios para con su pueblo Israel. La alegría que experimenta el marido con su esposa sirve para evocar la alegría que encuentra Dios en comunión con su pueblo. Y este deseo de Dios está descrito en términos amorosos, nupciales: «Por amor de Sión no callaré, por amor no descansaré…». Es un lenguaje poético y profético, porque Isaías aventura que los pueblos futuros verán la salvación de Dios.

Este texto está en perfecta consonancia con el pasaje evangélico de las bodas de Caná. Jesús, rodeado de sus discípulos y acompañado por María, su madre, inicia su ministerio mesiánico en un ambiente nupcial. Son invitados a una boda. Se presiente el clima de alegría. Pero, cuando nadie lo espera, hay un contratiempo: «No tienen vino». Es presumible el disgusto de los novios y el sufrimiento de sus familias si conocen la noticia. Ante la atenta mirada de María y sus entrañas maternales, Jesús se ve forzado a anticipar la hora, el comienzo de sus signos salvíficos. En Caná de Galilea Jesús hace su primer milagro, el primer signo que muestra a los hombres su verdadera identidad.

Solo Jesús podía hacer este gesto que abruma las mentes racionales de algunos de los presentes y quebranta hasta las mismas leyes de la naturaleza. Expresa a través de una acción visible su verdadera identidad invisible a los ojos humanos. A través de este primer signo salvador –con el que Juan inaugura el Libro de los Signos de su Evangelio– Jesús manifiesta su gloria, revela quién es en realidad: el Mesías.

Juan concluye el relato insistiendo en las consecuencias de este primer signo de Jesús: «Manifestó su gloria y sus discípulos creyeron en Él». Sin embargo, hay una serie de aspectos, a mi juicio importantes, que reclaman atención. Es curioso que los protagonistas del relato de esta boda no son los novios, sino dos de sus invitados: María y Jesús. Jesús muestra reticencia a iniciar sus milagros porque la falta de vino no tiene que ver con él, es responsabilidad del novio; y esta no es su boda. La insistencia de María obliga a Jesús a estar solícito a las necesidades de los esposos. Ante la crisis inesperada, Jesús no reprocha la irresponsabilidad de nadie; respeta el papel del mayordomo y el prestigio del anfitrión, y proporciona vino en abundancia (se calcula más de 700 litros) y de muy buena calidad. Más aún, el mayordomo y el esposo no son conscientes de la crisis; incluso desconocen el origen del agua convertida en vino. Es más, el mayordomo felicita al esposo por haber reservado para el final el vino mejor.

¿Qué quiere decir todo esto? Que Jesús hizo este milagro no buscando su propia gloria, sino dejando el protagonismo a quien le correspondía. Respetó la petición de la madre y el curso lógico de la boda. Su acción pasó desapercibida para todos, menos para María y los discípulos. Por eso, creció la fe de sus discípulos en Él. Amén de otros muchos interesantes aspectos, el texto evangélico de este domingo destaca la humildad de Jesús. Como dice el texto evangélico, manifestó su gloria, pero no buscó su gloria; sino el bien de los demás. Esta es la lógica de Dios, el proceder del Mesías: la humildad.

Evangelio / Juan 2, 1-12

A los tres días, había una boda en Caná de Galilea, y la madre de Jesús estaba allí. Jesús y sus discípulos estaban también invitados a la boda.

Faltó el vino, y la madre de Jesús le dice: «No tienen vino». Jesús le dice: «Mujer, ¿qué tengo yo que ver contigo? Todavía no ha llegado mi hora». Su madre dice a los sirvientes: «Haced lo que él os diga». Había allí colocadas seis tinajas de piedra, para las purificaciones de los judíos, de unos cien litros cada una. Jesús les dice: «Llenad las tinajas de agua». Y las llenaron hasta arriba. Entonces les dice: «Sacad ahora y llevadlo al mayordomo». Ellos se lo llevaron. El mayordomo probó el agua convertida en vino sin saber de dónde venía (los sirvientes sí lo sabían, pues habían sacado el agua), y entonces llamó al esposo y le dijo: «Todo el mundo pone primero el vino bueno, y cuando ya están bebidos, el peor; tú, en cambio, has guardado el vino bueno hasta ahora».

Este fue el primero de los signos que Jesús realizó en Caná de Galilea; así manifestó su gloria y sus discípulos creyeron en él. Después bajó a Cafarnaún con su madre y sus hermanos y sus discípulos, pero no se quedaron allí muchos días.