«Me da asco» y mucho más. Conferencia íntegra de Alberto Ruiz Gallardón en Católicos y Vida Pública - Alfa y Omega

«Me da asco» y mucho más. Conferencia íntegra de Alberto Ruiz Gallardón en Católicos y Vida Pública

«Me dan asco» las razones que hayan podido motivar la retirada de la reforma del aborto. Estas palabras del ex ministro Alberto Ruiz Gallardón, en los últimos instantes de su conferencia en el Congreso católicos y vida pública, acapararon la atención mediática. Ésta es una transcripción casi íntegra de su ponencia:

Redacción

«Cuando tomé la decisión de dimitir como ministro del gobierno de España, una de las decisiones que acompañaron a la misma eran apartarme de la vida pública. Desde aquella fecha no he comparecido ante los medios de comunicación», porque «era mejor entrar en un momento de reflexión», dijo el ex ministro a modo de presentación. No obstante, «cuando el presidente de la Asociación Católica de Propagandistas me llamó y me invitó a compartir con ustedes unas reflexiones», «ni supe ni pude decir que no» a Carlos Romero.

Gallardón dio a entender que el estrecho vínculo entre este congreso y «la razón de ser» de su compromiso político. Además, se refirió a su vínculo con el obispo auxiliar de Madrid y consiliario nacional de la ACdP, monseñor Fidel Herráez a quien tiene «muy cercano» y le debe «agradecimiento por cómo me ha ayudado, por cómo me ha acompañado, cómo me ha entendido y cómo me ha perdonado a lo largo de todos estos años».

El agradecimiento se hizo extensivo al presidente del Foro Español de la Familia, Benigno Blanco, sentado en ese momento a su lado, ya que éste fue el encargado de presentarle. «Yo, cuando llegué al Gobierno, sabía lo que quería hacer, pero reconozco, y no me duelen prendas, que necesitaba mucha ayuda para saber cómo hacerlo. Yo sabia siempre que defender el derecho a la vida tenía que ser la marca sobre la cual construyésemos no solamente un nuevo discurso de una nueva legislatura, sino de un nuevo tiempo y un nuevo pensamiento, y desde el cual fuéramos capaces de vencer esa pretendida superioridad moral de la izquierda que tanto ha acomplejado al pensamiento en este país, y recurrí a Benigno Blanco. Fue Benigno quien me ayudó con su generosidad, con su tiempo, con su entusiasmo, quien me acompañó en los momentos más difíciles, y cuando el final las cosas terminaron como ustedes saben que han terminado, tuvo la generosidad de decir que la lucha, que el esfuerzo, al margen de los resultados, ha merecido la pena».

La familia, un derecho

Hecha esta introducción, Alberto Ruiz Gallardón pasó a hablar de la familia, que, «a diferencia de otras beneficiosas para la humanidad, como las estructuras políticas, los Estados, las naciones, que son construcciones naturales del hombre, es una realidad natural, y lo es porque la familia está presente en todas las sociedades y en todas las culturas. Por lo tanto, no es una creación artificial del ser humano, sino que es una realidad en la que por definición el ser humano se encuentra con ella. Hago esta distinción porque, cuando hablamos de la disposición que tenemos los seres humanos sobre las estructuras que gestionamos, empezando por nuestras propias naciones, tenemos que ser conscientes de que hay realidad indisponibles para el ser humano, en las que no tenemos capacidad, ni siquiera recurriendo a aritmética de mayorías, para disponer sobre las mismas, por ejemplo el derecho a la vida. Y entre ellas se incluye la familia», una no sólo preexistente, sino también «capaz de generar la realidad de la existencia del ser humano, y a la que, por tanto, no solamente debemos apoyar como consecuencia de la conveniencia, el beneficio y el retorno que, sin duda, tiene para la propia sociedad, sino por una obligación de derecho natural. Tenemos que ser conscientes de que la defensa de la familia es la defensa de un derecho natural del ser humano».

«Hablo bien de derecho —añadió el ex ministro—. El ser humano tiene derecho a la familia, y no puede un estructura política superior privarle de ese derecho familiar, que es su familia, ni sustituirla, como intentaron algunos regímenes totalitarios». Los poderes públicos «tienen que aplicar el principio de subsidiaridad», recalcó citando a san Juan Pablo II.

«No estamos hablando, como a veces se ha intentado expresar, de una institución más, por muy beneficiosa que sea, de una institución complementaria, de una institución alternativa o de una institución que presta determinados servicios a la sociedad, pero que si no los prestase podría ser sustituida por otros organismos públicos o privados que lo hiciesen. Ahí quiero marcar claramente la diferencia del derecho natural».

De la misma forma, «hay obligaciones de la familia en su conjunto que no pueden ser delegadas ni traspasadas a otras instituciones ni públicas ni privadas. Pienso por ejemplo en la educación».

«Creo que si abordamos la concepción de la familia, no como algo que felizmente el ser humano a lo largo de su evolución ha sido capaz de construir en su propio beneficio, sino como una realidad natural, que para los creyentes deriva directamente de la voluntad de Dios, pero que los no creyentes tienen que constatar que no es una obra artificial construida por el ser humano, habremos dado un gran avance».

«La familia es indestructible»

«La segunda pregunta que nos deberíamos hacer es si hay alternativas a la familia», añadió el ex ministro. «Se habla de crisis, pero la familia es indestructible. Y tenemos estar convencidos de esto para no flaquear en el apoyo».

«¿Qué realidad observamos?», se preguntó. «En primer lugar, que pese a todas las crisis, la mayoría de la gente vive en familia. En España, más del 80 %». Y «la valoración de familia es «infinitamente superior a cualquier otra institución».

Vemos también que «el matrimonio sigue siendo el horizonte vital de la mayoría de los jóvenes; que paradójicamente, en contra de lo que se dice, somos la sociedad y los poderes públicos los que ponemos obstáculos de carácter económico, de carácter social, de carácter cultural también a lo que es un impulso natural de la inmensa mayoría de la juventud española y europea».

«En tercer lugar, algo muy importante: que el matrimonio, al margen de su resultado, al margen de su recorrido, en su inicio es una vocación de permanencia. Esto me parece extraordinariamente importante. Nadie entiende el matrimonio como situación coyuntural con tiempo limitado; luego la vida nos lleva a cada uno a donde nos puede llevar. Pero el hecho de que en ese acto constitutivo de la familia, que es el matrimonio, haya una vocación de permanencia, una vocación de llevar siempre esa relación es, es en sí mismo, enormemente fortalecedor de la institución familiar».

Por lo demás, «es verdad que las mueres europeas no tienen el numero hijos que nuestra sociedad deberían conseguir que pudiesen tener. Pero lo positivo es que sí los quieren tener. Y que todos los estudios demoscópicos acreditan que las mujeres quieren tener más hijos de los que tienen. Y que si no lo hacen es por impedimentos. Yo utilicé, en su momento, en un debate parlamentario, y fui muy criticado, la expresión violencia estructural que sobre la mujer pesa en la sociedad española y europea, una violencia estructural que no le permite desarrollar su recorrido profesional si opta por la maternidad. Una violencia estructural que muchas veces la castiga. Pero su voluntad, aunque nos tiene que doler que no podamos satisfacerla, es en sí misma un aspecto positivo».

«Nada ha podido acabar con la familia, ni los totalitarismos del siglo XX, ni la incorporación de la mujer al mundo laboral, ni muchas veces el anonimato derivado del proceso de urbanización de nuestra sociedad», añadió Gallardón a modo de conclusión de este capítulo.

«La familia es indestructible, y eso lo que nos tiene que hacer no es regalarnos en la comodidad de saberlo, sino fortalecernos en la necesidad de ayudar», dijo el exministro de Justicia. «Hoy vivimos una situación ciertamente especial. Una situación de crisis económica. Yo tengo sentimientos muchas veces contradictorios, frente a un discurso que suscribo absolutamente, y es que la crisis económica es la prueba evidente de que la familia es imprescindible, que es el instrumento para garantizar una sociedad solidaria y humana, porque es la institución que llega siempre, y que, precisamente por estar constituida por el afecto de la persona y no desde el interés, nunca es capaz de poner un límite» a su generosidad. «Pero creo que no debemos de ninguna de las formas refugiarnos única y exclusivamente en ese concepto de que familia» como realidad que suple «las ineficiencias de las Administraciones Públicas en los momentos de dificultad».

«Sí, creo también que la crisis demográfica en un mundo que a veces, si nos mirasen desde fuera pensarían que tenemos una vocación oculta de suicidio, nos tiene que demostrar cuál es el camino a seguir».

Invierno demográfico

Alberto Ruiz Gallardón pasó entonces a exponer diversos datos estadísticos sobre la preocupante situación en la actualidad referidas la nupcialidad y el aborto en España y Europa. «No eludo mis responsabilidades. Yo, al haber sido tres años miembro del Gobierno de España, soy responsable de muchas de las cosas que aquí voy a criticar», aclaró.

«Europa se encamina a un invierno demográfico, con España a la cabeza». Si la situación no ha sido catastrófica, ha sido gracias a la inmigración. En todo caso, la edad media de la población europea se ha ampliado hasta casi 42 años, con un incremento de 6 años en los últimos 20. «Y según todos los pronósticos, va a continuar creciendo. «Se está produciendo una inversión de la pirámide poblacional». Estamos en «pleno invierno demográfico». «De seguir esta tendencia, las consecuencias serán sencillamente catastróficas. Y estas realidades probablemente no es políticamente correcto manifestarlas, pero no nos daremos cuenta de que no estamos ante una opción mejor que otra, sino que, ante la defensa de la familia, estamos ante la púnica opción que permite el siglo XXII».

«Estamos en una situación de natalidad crítica, y hay que decirlo así. Cada vez se tienen los hijos más tarde. España, con una edad media 31,6 años (tenemos ese lamentable privilegio), es el país de la UE donde se tienen los hijos más tarde». Pero «todos los países de la UE están por debajo del nivel reemplazo generacional (2,1)». Portugal, con 1,28 hijos por mujer; Polonia, 1,31; España, 1,32…

A estos datos, Ruiz Gallardón añadió los del aborto. «En Europa, se producen 1 millón 100 mil abortos anuales. Eso significa que cada día, en la UE, hay 3.013 niños que dejan de nacer. Eso significa que, en lo que se está produciendo este acto, poco más de una hora, habrá más de 150 abortos en Europa. Eso significa que vivimos en un continente, el más antiguo, el que construyó la democracia, el que creó el pensamiento, en el que casi el 20 % de embarazos termina en aborto. Eso significa que vivimos en un continente en el que se han producido más de 28 millones abortos desde 1992. Es la primera causa de mortalidad infantil. Reino Unido, Francia, España y Alemania son en la actualidad los países donde más abortos se producen. Otra tristeza de récord: España, con un incremento de 67 mil abortos, es el país de la UE donde más ha aumentado el aborto en los últimos 20 años».

Y el divorcio… Junto con el desplome de la nupcialidad, «tenemos que constar que se producen un millón divorcios anuales. Tenemos 200 mil divorcios anuales más que en 1992, a pesar de que el número de matrimonios han descendido. Son casi 20 millones divorcios desde 1992» en Europa. «Otra vez más, España es el país de la UE donde más ha crecido la ruptura familiar, un 226 % en 20 años».

«Otro dato que nos debe dar tristeza y preocupación: 4 cada 10 matrimonios se rompen antes de los 10 años matrimonio. Eso produce una inestabilidad preocupante en la familia. Y cada vez son menos los matrimonios que duran más de 20 años: a día de hoy no llegan ni al 30 % del total. En resumen, por cada 2 matrimonios que se producen en Europa, se rompe 1».

«Ésta es la realidad a la que nos enfrentamos, se está produciendo una inversión de la pirámide población, ya hay más personas mayores que jóvenes, de seguir esta tendencia, las consecuencias invierno demográfico sería catastrófico, se está produciendo un vaciamiento de nuestros hogares…».

«Ahora yo podría hacerles un discurso económico, y decirles que todo esto significa un incremento de los gastos sanitarios, incremento de las pensiones, una quiebra de las prestaciones sociales, y que por tanto supone una quiebra del Estado del bienestar. Pero créanme que, siendo eso extraordinariamente importante, más me preocupa que eso lo que produce es una inestabilidad familiar, una tendencia al individualismo y, en definitiva, una desestructuración brutal y sin precedentes de nuestra sociedad».

«Alguien podría decir que mi discurso es catastrofista y que estoy llevando las cosas demasiado lejos, pero créanme que eso no es así, que ésta es la realidad. Y si alguien ha tenido en España la valentía de enfrentarse a este problema, son ustedes. Con este Congreso Católicos y Vida Pública y con congresos anteriores».

Ganar la batalla de las ideas

Ante esta cruda real, hay que preguntarse «cuáles son los cambios que tenemos que hacer»; «muchos son de carácter estructural, medidas económicas, políticas, medidas sociales… Pero por encima de todo eso», la prioridad «es superar el miedo a los hechos, que contradicen las teorías que son políticamente correctas. Ésta es una batalla que, además de ganarla día a día, además de ganarla en cada medida concreta, la tenemos que ganar en el terreno del pensamiento. Y ahí es donde tenemos la principal dificultad, porque nos enfrentamos a una sociedad que ha asumido como propios algunas teorías que están profundamente contradichas por la realidad, por los hechos cotidianos. Y que, por tanto, no podemos asumir de ninguna manera como propias.

Esas teorías mal llamadas progresistas (porque no puede haber más progreso ni mejor manifestación de una mentalidad progresista que la defensa del más débil, que es lo que ha caracterizado siempre a las ideologías de los movimientos progresistas: defender al esclavo frente al dueño, al trabajador frente al patrón, a la mujer frente al hombre…), se quebró en el mismo momento en el que el también mal llamado feminismo introdujo la idea de que, cuando se produce un conflicto entre el más débil de todos, que es el no nacido, y la mujer, su madre, tenía que primar el derecho directamente de la mujer».

«Esas teorías son las que, en estos momentos, nos están doblando la voluntad. Y tenemos que articular no solamente medidas concretas, sino articular y fortalecer nuestro pensamiento, y proclamarlo con orgullo, sin ningún tipo de preocupación por el quién dirán ni por las consecuencias profesionales que puedan tener en cada uno de nosotros. No hay puesto de trabajo que justifique una abdicación en la defensa del derecho a la vida. No hay éxito social que pueda compensar la renuncia a la defensa a aquello de lo que una persona, desde su honestidad, cree. Y por lo tanto venzamos esa batalla del pensamiento».

La educación, una responsabilidad irrenunciable

Alberto Ruiz Gallardón pasó a hablar entonces de «algunos aspectos que me parece especialmente importantes. El primero es la educación», tema par el cual echó mano de las reflexiones publicadas en la prensa por el arzobispo de Milán, el cardenal Angelo Scola, antes del VII Encuentro Mundial de las Familias, celebrado en la capital lombarda. «Están escritas con sencillez; son diez reflexiones y están escritas para todos, sin ningún dogmatismo ni intentos de establecer juicios maniqueos; antes al contrario, con intentos siempre de convocatoria». «En una de estas reflexiones», Scola «habla de la educación, y dice que la familia se enfrenta cada día a situaciones de riesgo que exigen poner sobre la mesa todos sus valores y sus recursos personales y relacionales. Pero estos no están fácilmente disponibles dentro del contexto social fragmentado en que estas familias viven. El riesgo se presenta tal vez bajo la forma de desafío, muy a menudo, de la necesidad de conciliar familia y trabajo, que obliga a los progenitores a inventar continuamente nuevas soluciones sensatas y sostenibles en la gestión de su tiempo».

El cardenal llama en primer lugar la atención sobre el hecho de que «los niños son siempre hijos, es decir generados», y sobre la centralidad del «nexo de sus padres, los generadores».

«Eso significa —añadió Gallardón— la necesidad de confirmar urgentemente la misión educadora de la familia, que es su esencia». «Porque la familia da vida, pero no solo da vida biológica. Tiene que dar vida plenamente humana. Y la vida plenamente humana no se consuma con el nacimiento, sino que es necesario que éste vaya acompañado de un proceso educativo del que no podemos abdicar las familias. Uno de los intentos del Estado totalitarios ha sido sustraer ese derecho a la educación, asumirlo por parte de los Estados».

Esto ha repercutido también en «la desaparición de la compasión en su acepción más literaria, en relación con lo mayores, con los frágiles, con los débiles, con las personas que sufren algún tipo de discapacidad…», lo cual supone «probablemente uno de los motivos de deshumanización más importantes que hemos tenido de las últimas décadas».

«Pues bien, la familia no puede abdicar de su obligación educativa, ni a favor de los poderes publicas, ni siquiera a favor de instituciones privadas que podamos sufragar como consecuencia de nuestros recursos económicos. Y esto no se limita a una fase determinada de la vida, sino que tiene que permanecer y continuar».

«Ahora, con la misma sinceridad, habremos de decir también que a la familia no se le puede dejar sola. Que en su valor educativo primario, urge que esté acompañada por otros actores, con los que se tiene que conformar una alianza: una alianza entre familia, escuela, grupos de comunidades que puedan actuar conjuntamente conforme al principio de subsidiaridad», como resaltaba san Juan Pablo II. «Son papeles distintos, pero es un objetivo absolutamente compartido».

Conciliación de vida familiar y laboral

Alberto Ruiz Gallardón pasó a hablar entonces de la conciliación de la vida familiar y laboral. «La flexibilidad en los horarios de trabajo es todavía muy insuficiente en España y en Europa», dijo. «7 de cada 10 europeos tiene un horario definido por la empresa. Menos de tres trabajadores tienen flexibilidad laboral». Si el objetivo es «elegir libremente el horario», esto es «algo que, a día de hoy, sólo pueden alcanzar 4 de cada 100 trabajadores en Europa».

«Los servicios guarderías no se utilizan: 3 de cada 4 personas no usan los servicios de guarderías, no porque no quieran, sino porque son extraordinariamente caros».

«Pero yo quiero introducir un factor de reflexión: cuando hablamos de conciliación, todas las políticas que introducen los gobiernos, ¿en quién están pensando? Están pensando en la mujer. No es malo, pero es insuficiente. Porque las políticas de conciliación desconocen a quien tenía que ser el auténtico interlocutor, la familia en su conjunto. Esto es muy importante. La familia es el sujeto social, el lugar de responsabilidad compartida, y es quien tiene que recibir esas ayudas.

Es verdad que tenemos políticas, algunas muy modernas, que se dirigen exclusivamente a ampliar el mercado laboral. Y esto es bueno, porque da nuevas oportunidades a las mujeres y porque supone alcanzar igualdad de oportunidades. Fantástico. Pero lo que no podemos de ninguna de las formas es que la relación familiar se reduzca a una variable del factor laboral. Y por lo tanto, si el sujeto receptor esas políticas de conciliación fuese la familia, conseguiríamos también aumentar la libertad de elección de los miembros de la familia sobre cómo construir la propia realidad. No todo consiste en establecer mecanismos que ayuden a que, quien opte libremente por una opción laboral, lo pueda hacer con elementos sustitutorios. Hay que dar libertad a la familia para que elija. Y tiene que ser ella la receptora, la familia directamente, no sólo los progenitores, de esas ayudas».

Frente a este deseo, «es evidente que los modelos que se están proponiendo en estos momentos en determinados referentes mundiales (pienso en Apple y Facebook, que financian a sus empleadas jóvenes la congelación de sus óvulos, para evitar que interrumpan su menor edad laboral, o en las afirmaciones, luego disculpadas, desmentidas y matizadas, de la presidenta del Círculo de Empresarios, que apostaba por contratar a mujeres menores de 25 años o a mayores de 45 sin riesgo de maternidad), entran en profunda contradicción con este discurso».

Por una inmigración integrada

El tercer elemento de debate que introdujo Gallardón en relación con las políticas familiares fue la inmigración. «Detrás de cada trabajador que viene a nuestro país, hay una familia», dijo. «Si analizamos todos los procesos de inmigración que ha habido en la historia de la humanidad, tenemos que constatar, sin excepciones, que aquellos que han conseguido la plena integración en la población, no fueron las inmigraciones individuales, ni las masculinas como actos de conquista, y reservadas, por tanto, a los militares, sino las inmigraciones de las familias. Y todos estamos de acuerdo en que ese fenómeno de la inmigración, que tanto ha aportado a nuestro propio bienestar económico, requiere necesariamente la integración. Pues bien, yo quiero romper una lanza por que hagamos políticas de inmigración que favorezcan que, cuando esta realidad se ha producido, se extienda también a las propias familias, porque esas familias se van a convertir en elementos clave para la integración en nuestra sociedad. Porque la desestructuración —lo hemos visto en Francia— cuando se produce, es cuando los individuos quedan aislados. Un individuo no queda aislado si permanece dentro de su propia familia, aunque la haya tenido que trasladar al completo».

«Aunque esto suponga un aumento del presupuesto público en gastos sociales y en educación, seamos plenamente conscientes de que, si queremos dejar a las generaciones de nuestros hijos, un legado de inmigración integrada en nuestro país, tenemos que apostar por un modelo de inmigración que no suponga un desgarro de la persona, con lo que es su esencia natural de convivencia, que es su propia familia. Y eso es algo que, desgraciadamente, muy pocas veces se ha dicho en este país».

La ley del aborto

Gallardón dedicó los últimos minutos de la ponencia a comentar algunos proyectos que no llegó a poder concluir al frente del Ministerio de Justicia. El primero fue una revisión de la legislación hereditaria en España, para «fomentar la obligación de los padres, que, en el día a día, aunque hayan superado la mayoría de edad, debemos seguir ayudando a los hijos, aunque sea a costa de que, el día en que tengamos que hacer testamento, no quede absolutamente nada que poder repartir».

El segundo tema fue, obviamente, la reforma del aborto. «Quiero trasladarles dos ideas», dijo, que dan cuenta «la ley que en estos momentos tenemos en España». «No voy a hacer un revisión general de lo que ha sido este debate en España, de lo que ha sido la doctrina del Tribunal Constitucional todos estos año, de lo que ha sido la lucha contra a la concepción del aborto no como un derecho… ¡Jamás puede ser considerado un derecho!».

«El primer, hoy en España, en un intento que no puede tener otro objetivo que atacar directamente a la familia, se permite a las menores abortar sin ni siquiera informar a sus padres». Es este «acto traumático», en el que, «como me ha enseñado Benigno Blanco, la mujer es siempre víctima», se deja a la menor en el «abismo espantoso que significa tomar esa decisión sola», «sin informar a sus padres», abocándolas a «una soledad destructiva para ellas».

Como segundo punto, se refirió al tercer supuesto de aborto, tras la violación y el peligro para la vida de la madre. «En las reformas que intenté y no conseguí hacer del aborto, tengo que decir que, en algunos puntos, conseguí apoyos, muchos. En otras reformas, menos, y en algunas, pocos. Los índices estadísticos lo decían. Y hablo lo que para mí constituyó la causa de mi propia conciencia, más fuerte que ninguna otra, para intentar reformar la ley: la consideración del legislador actual de que los ciudadanos, las personas, somos distintos, tenemos distintos derechos, en función de que tengamos una discapacidad o no. La paradoja nos llevaba a que, en todas las encuestas, ese terrible supuesto de entender que una malformación le hace alguno susceptible de perder el derecho a la vida que sí se le reconoce al ser perfecto, el que carece de ningún tipo de deficiencia, es paradójicamente el que menos tenía en la opinión pública, probablemente porque hacen falta todavía muchos años para seguir avanzando en la convicción y en la explicación».

«Pero yo lo relaciono con la familia. En los últimos años me he reunido con muchísimas familias que tenían hijos en esta situación, y eran ellos los que me decían: ¡Ministro, cómo es posible que alguien piense que este hijo mío con síndrome de down o con esta deficiencia de carácter físico tiene menos derecho a vivir!».

«Cuando se establece una legislación en la que se suprime ese derecho a esas personas con estas discapacidades, se está atacando directamente la familia, porque es la familia la que cuida al frágil, la que cuida al débil, la que no le importa perder recursos económicos, tiempo y dinero, y la que, antes, al contrario, se enriquece y se llena de afectos como consecuencia de la oportunidad que le da la vida le da de volcarse en dar vida a una persona que, por sí misma, la tendría de infinita peor calidad». «Aquellos que no creen en la familia no quieren naturalmente que se presenten este tipo de situaciones porque, probablemente, les pondrían frente a su propia conciencia de lo que significa la ruptura de la humanidad».

«Me da asco»

Terminaba así la conferencia: «Es la primera vez que hablo, probablemente será también la última en mucho tiempo. Es un tema en el que me siento apasionadamente comprometido, sé, porque ustedes han sido, durante muchísimos años, cuando a lo mejor algunos cometíamos algunos errores, los que han marcado un camino, y yo quería devolverles con gratitud el hecho de haber marcado ese ejemplo y haber plantado una semilla, que hoy unos, mañana muchos y, estoy convencido de que en el futuro la inmensa mayoría seremos capaces de convertir en buen fruto no sólo en España, sino en toda Europa».

Empezaba el coloquio. Ruiz Gallardón empezó esquivando con gran habilidad una pregunta sobre la conveniencia de dar prioridad a la inmigración hispanoamericana sobre la musulmana. «La inmigración (seamos plenamente conscientes) es un fenómeno extraordinariamente positivo para nuestro país», dijo. «No seríamos lo que somos, no estaríamos donde estamos, si no hubiésemos recibido esa inmigración, y tampoco si otros países no hubiesen aceptado inmigrantes españoles». Citó entonces al ministro Suizo de la famosa frase —según Gallardón, dirigida a España— de que «nosotros pedimos inmigrantes, pero resulta que nos enviaron personas». «Son personas», insistió. «Y como tales, el objetivo de todas las políticas tiene que ser la integración, el respeto a la cultura, a la religión…». «La inmensa mayoría son de origen hispanoamericano, pero incluso para la inmigración que no tiene estos parámetros, mi propuesta rotunda es abrir, una vez que el inmigrante está en España, ese parámetro, abrir ese espacio a su familia para buscar la integración».

La siguiente pregunta era sobre por qué no fomentar la adopción como alternativa al aborto, una pregunta, según el exministro, «cargada lógica», pero «la realidad no es así, la realidad es que esta cultura, en la que el aborto se ha pretendido implantar como un derecho, lo que ha introducido en la mentalidad de una parte desgraciadamente muy importante de los jóvenes europeos es que el aborto es un método anticonceptivo y se utiliza como método anticonceptivo. Esto es así de brutal, pero es así, y ésa es la razón» por la que algunos gobiernos «favorecen esa concepción del aborto como derecho». «Es obvio —añadió— que si, a una mujer que se le plantea una situación de dificultad de llevar adelante el cuidado y la educación de su hijo, si se le ofrece que otra familia deseosa de eso, adopción, debería de optar por ese procedimiento». Pero «es muy difícil explicar la condición humana. Y es muy difícil explicar a una mujer el sacrificio, que lo es, pero que el único esfuerzo que se le pide no es convivir el resto de su vida» con su hijo, sino respetar «la ley natural, que conlleva a un nacimiento, sabiendo que», para ese niño, «va a haber amor, cuidado, afecto…». Pero «ésa no es la mentalidad de una parte importante mujeres que abortan en Europa».

Y llegó entonces una última pregunta, que Benigno Blanco le leyó al ex ministro: «¿Qué influencia cree que en la decisión de retirar el anteproyecto de ley del aborto han tenido los intereses de las clínicas abortistas?».

La respuesta de Ruiz Gallardón no tuvo desperdicio: «No tengo ese dato para poder contestarlo con exactitud, porque a mí, en las razones que se me dieron para la retirada del proyecto de ley del aborto lógicamente no se esgrimió. Sí sé, y esto es importante que lo sepamos, que hay un grupo organizado, que ha trabajado en defensa de sus intereses, eso lo hemos podido ver en los medios de comunicación. Pero yo quiero terminar contestando esa pregunta diciendo —y entiéndanme ustedes la expresión— que me da igual. Me da igual. No me importa que haya sido porque lo ha promovido un lobby económico, no me importa que haya sido porque alguien ha podido pensar que es un beneficio electoral. Es lo de menos. Lo de más es que no hay ninguno, ni un solo de los motivos que pudiésemos imaginar, en una contraposición al deber moral de cualquier ser humano de defender la vida de sus semejantes que se pudiese anteponer. Por lo tanto, sea éste o sea cualquier otro, lo único que me da es asco. No me importa».