La vida religiosa supera el pesimismo - Alfa y Omega

La vida religiosa supera el pesimismo

Envejecimiento y escasez de vocaciones son dos amenazas que se ciernen sobre la vida religiosa, pero los consagrados han sabido obtener frutos positivos de esta situación. El lamento pesimista ha quedado superado

Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
Foto: Alfa y Omega

Según datos de la Confederación Española de Religiosos (Confer), de los más de 74.000 religiosos y religiosas que había en España en 1993, 1.500 eran novicias o novicios. Hoy, la cifra de consagrados se acerca a los 45.000, mientras que el número de aquellos que están en período de formación es de 356. Además, la edad media de los religiosos hoy en nuestro país es de 70 años.

Sin embargo, los datos no ahogan la esperanza. El religioso camilo José Carlos Bermejo, autor del libro Envejecimiento en la vida religiosa, afirma que «durante muchos años nos hemos estado agarrando a clavos ardiendo como las palabras refundar o revitalizar. Pero no dejan de ser un mecanismo de defensa que se centra más en lo institucional que en lo carismático. El futuro inmediato será de menos institutos religiosos, menos provincias, menos comunidades…, pero no pasa nada: la mala noticia sería la muerte o la extinción el Evangelio. Lo grave sería que muriera el kerigma».

El jesuita Miguel Campo Ibáñez, profesor en la Facultad de Derecho Canónico de la Universidad Pontificia Comillas y asesor jurídico de la CONFER, señala en este sentido que «afortunadamente hemos superado una fase de cierta negatividad en la vida religiosa en España, de pensar: “Esto se acaba, el último que apague la luz”, etc. Gracias a Dios esta manera de ver las cosas se está dejando atrás, porque lo que estamos viendo es que el Espíritu Santo nos está llamando a vivir con autenticidad, prestando nuestro servicio a la Iglesia, y confiando en la Providencia. Por supuesto que hay que seguir promoviendo las vocaciones, ¡claro que sí!, pero sin angustias, viviendo auténticamente, siendo lo que somos, y viendo cuál es la voluntad del Señor. Si Él quiere que esto siga, seguirá. Y si no, pues se terminará. La obra es de Dios, no nuestra».

No somos una empresa. Seguimos a Jesús

José Carlos Bermejo revela las dificultades que surgen cuando un instituto deja de recibir vocaciones: «tener que organizarse para el cuidado recíproco, la posible frustración de los más jóvenes al convertirse en cuidadores de los religiosos más ancianos, la ansiedad al ver que las vocaciones no llegan, las dificultades económicas…». Pero en todo ello los religiosos están advirtiendo nuevas oportunidades: el enriquecimiento que supone para la vida en comunidad la convivencia de generaciones distintas, la apertura a la aportación de los laicos, la colaboración entre distintas congregaciones para sacar proyectos en común, la llamada a dejar la obra de Dios en sus manos…

Foto: CONFER

Con todo, «esta realidad –continúa Bermejo– hace aflorar de nuevo una pregunta para cada religioso: ¿quién soy yo? Eso nos va a permitir volver al origen motivacional de nuestra vocación, y responder de nuevo con un retorno a lo fundamental: Yo no soy un miembro de una empresa que debe hacer todo lo posible por expansionarse y no desaparecer. Yo soy un seguidor de Jesús, e iré donde Él me lleve».

Laicos y religiosos comparten misión

En las últimas décadas, la relación de los institutos de vida religiosa con los laicos está siendo cada vez más estrecha, «hasta el punto de que ha habido un cambio de mentalidad: de concebir al laico como alguien que colabora con los religiosos, a pensar en que todos juntos llevamos a cabo la misma misión», explica Miguel Campo, quien confirma que «en los últimos seis o siete años está cristalizando un movimiento extraordinario de laicos vinculados a la identidad de institutos religiosos, en lo que se llama Misión compartida. Creo que es algo que está suscitando el Espíritu Santo en estos últimos años, y los institutos están buscando fórmulas para dar cuerpo a todo esto».

Para este asesor jurídico de la CONFER, «podemos hablar ya de obras de la Iglesia que laicos y religiosos sacamos adelante todos juntos». Pero para ello, el trabajo de formación es fundamental: «se está avanzando mucho para que haya equipos de laicos que den continuidad al carisma, cuidando especialmente la formación de la segunda generación de laicos, aquellos que no han estado en contacto tan directo con los religiosos pero que llevan adelante su obra para que se mantenga su carisma».

El carisma no es un monopolio

En este mismo sentido se pronuncia José Carlos Bermejo: «La misión en la Iglesia es común. El presbítero, el religioso, el padre de familia…, todos llevamos a cabo la misma misión. Porque el carisma de cada instituto religioso no es exclusivo de aquellos que viven consagrados en este instituto». Para el religioso camilo, el carisma es «un don de Dios al mundo, un regalo a todos los hombres, para que sea vivido en el seno de la Iglesia. Es patrimonio de la humanidad, no es un monopolio de tal o cual congregación. Si esto es así, religiosos y seglares tenemos el reto de colaborar mirando el Evangelio para que los carismas sigan vivos, no meramente para que se mantengan las obras, algunas de las cuales se han vendido o se venderán, o se transformarán en edificios con otros fines. El centro de todo esto no es el edificio o la supervivencia del instituto; el centro es Jesús de Nazaret y su Evangelio, y la misión es compartida. Tenemos que mirarnos entre iguales porque, más allá del proyecto concreto, todos somos seguidores de Jesús y de su misión».

¿Y qué pasa con los ladrillos?

¿Qué sucede con los hospitales, colegios y demás edificios, cuando la vida de una comunidad religiosa llega a su fin? Desde hace tiempo se están dando soluciones como apostar por la colaboración con los laicos. Ejemplo de ello es Fere-Ceca, una fundación canónica dependiente de la Conferencia Episcopal que asume obras educativas procedentes de institutos religiosos, para que la identidad católica de los centros no se pierda. Otros institutos han llegado a acuerdos con fundaciones como Educatio Servanda o Arenales para sacar adelante un proyecto educativo basado en un ideario cristiano.

En este sentido, Miguel Campo explica también que «si unos religiosos o unas religiosas quieren vender o alquilar su colegio, necesitan la licencia de la Santa Sede, porque son bienes eclesiásticos que pertenecen a la Iglesia, y la Iglesia no quiere que salgan de su patrimonio. En Estados Unidos, por ejemplo, la Santa Sede tuvo que intervenir en varias ocasiones para que las obras apostólicas de la Iglesia lo siguieran siendo, aunque pasasen a depender de una fundación civil. Porque se trata de bienes de la Iglesia para el cumplimiento de su misión apostólica. En la Iglesia existe la propiedad privada, pero condicionada al bien común de la Iglesia. Y de alguna manera se debe articular jurídicamente que, aunque no dependa ya de ella, lo que era una obra de la Iglesia siga funcionando como tal».