La compleja relación entre Roma y Moscú, en cinco preguntas - Alfa y Omega

La compleja relación entre Roma y Moscú, en cinco preguntas

Artur Mrówczynski-Van Allen, director del Departamento Eslavo del Centro Internacional para el Estudio del Oriente Cristiano de la archidiócesis de Granada, explica el alcance del encuentro entre el Papa y el patriarca Cirilo

María Martínez López

¿Cuál es el origen de la Iglesia ortodoxa rusa?
Su historia comienza en el año 988, cuando el príncipe de Rus de Kiev, Vladimir, recibe el bautismo de Constantinopla. Este hecho introduce a gran parte de los pueblos eslavos orientales en la tradición bizantina. Dentro de esta tradición concreta, en el momento de la ruptura del año 1054 esta joven Iglesia solo está empezando a crecer. En 1453, cuando cae la capital del Imperio bizantino, la Iglesia rusa se identifica como heredera de su tradición. En 1589, el patriarca de Constantinopla otorga la dignidad patriarcal al metropolita de Moscú, lo que se considera nacimiento del Patriarcado.

¿Qué nos separa?
Las principales cuestiones teológicas son la primacía del Obispo de Roma y si el Espíritu Santo procede solo de Dios Padre o también del Hijo —el filioque—. En una entrevista del 6 de febrero, el metropolita Hilarión llamó a estas cuestiones «sutilezas». No obstante, en enorme medida la separación tiene sus raíces en espacios históricos, sociales y políticos. Hoy, el problema de más peso para los ortodoxos son las consecuencias de la Unión de Brest (1596): las comunidades cristianas de rito oriental en comunión con Roma, en particular la Iglesia greco-católica ucraniana.

¿Por qué ha habido que esperar más de 50 años desde el primer encuentro de un Papa y un patriarca de Constantinopla?
Los condicionantes de las relaciones con ambas iglesias han sido muy diferentes. El Patriarcado de Moscú fue liquidado en 1700 por el zar Pedro el Grande, y la Iglesia fue sometida al poder imperial. Hasta 1917 no vuelve un patriarca a su sede, pero los tiempos se vuelven dramáticamente difíciles bajo el régimen comunista. Solo al comienzo de los años 90 la Iglesia puede empezar a reconstruir su vida normal. Teniendo esto en cuenta, no ha tardado tanto…

¿Qué labor ecuménica se ha realizado en los últimos años?
Lo que está pasando es una superación de la labor ecuménica. Los encuentros a todos los niveles han pasado a formar parte de una realidad de convivencia cotidiana no exenta de los problemas propios de una experiencia de vida en común. La dramática historia de la diáspora rusa del siglo XX provocó el nacimiento de nuevas comunidades ortodoxas fuera de Rusia muy importantes. Esto ha permitido entrar en una nueva época de naturalidad y cercanía en las relaciones.

¿Qué puede suponer el encuentro de mañana?
Exactamente eso: un encuentro. Aunque nos inunden estos días análisis geopolítico-religiosos, no debemos rendirnos ante los artificiales constructos de la lógica de poder. La Historia de la Salvación no se puede encerrar en los titulares de los periódicos o en las agendas políticas. Supera nuestras suposiciones con su sencillez y su belleza. Es un modo de demostrar, frente a los poderes fácticos que se atribuyen el rol de pacificador mundial, la universalidad y peso de la Iglesia. Así podemos percibir la importancia de la Iglesia unida. Como decía Soloviev, la Iglesia no está separada, somos los cristianos quienes nos separamos. La Iglesia es una, como uno es Cristo.

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¿Cuál es el origen de la Iglesia ortodoxa rusa?
En el año 1988, la Iglesia ortodoxa rusa celebró 1.000 años de su historia particular (aunque las primeras diócesis en las regiones de la costa del Mar Negro datan del siglo IV). Obviamente tiene el mismo origen que la Iglesia católica romana, comparte la misma experiencia de los primeros mil años, y también salvaguarda la sucesión apostólica, y por lo tanto la legitimidad canónica, hasta hoy. Su historia comienza en el año 988, cuando el príncipe de Rus’ de Kiev, Vladimir, recibe el bautismo de Constantinopla. Este hecho introduce a gran parte de los pueblos eslavos orientales en la tradición bizantina. Dentro de esta tradición concreta, en el momento de la ruptura con Roma del año 1054 esta joven Iglesia solo está empezando a crecer, en circunstancias históricas muy adversas (invasiones y ocupación mongola), pero con una fuerza asombrosa. Hasta hoy admiramos sus ejemplos, como la iconografía de Rublev o de Teófanes el Griego.

De este modo, en 1453, cuando cae la capital del Imperio bizantino, Moscú se puede identificar a sí misma como heredera y depositaria de su tradición. En el año 1472 el Gran Duque de Todas las Rusias, Iván III, se casa con Sofía Paleólogo, sobrina del último «basileus» Constantino XI. Entronca así la genealogía de la dinastía Ruríkida con la casa imperial bizantina. De este modo pudo aparecer en Moscú la idea imperial y la de tercera Roma. En 1589, el patriarca de Constantinopla Jeremías II otorga la dignidad patriarcal al metropolita de Moscú Job, lo que se considera nacimiento del Patriarcado.

¿Qué nos separa?
Las cuestiones teológicas tienen obviamente su importancia y como principales podemos nombrar la primacía del Obispo de Roma y si el Espíritu Santo procede solo de Dios Padre o también del Hijo —en latín el filioque—. Resulta especialmente interesante que en una entrevista del 6 de febrero, el metropolita Hilarión llamó a estas cuestiones «tonkostyami», que se puede traducir como «sutilezas».

¿Hay otros factores que influyan en la división?
En una enorme medida la separación tiene sus raíces en espacios históricos, sociales y políticos, es decir en la dimensión más existencial, cotidiana donde la teología revela su verdadera naturaleza de alabanza vital. Estos espacios aparecen cada vez de modo mas evidente como particularmente propicios para abrir caminos de superación también de las disputas que puedan parecer abstractamente académicas. Hoy, el problema histórico de más peso para los ortodoxos son las consecuencias de la Unión de Brest (1596): las comunidades cristianas de rito oriental en comunión con Roma, en particular la Iglesia greco-católica ucraniana.

¿Por qué ha habido que esperar más de 50 años desde el primer encuentro de un Papa y un patriarca de Constantinopla?
Podemos partir de un hecho obvio, pero no por esto menos importante: el hecho de que Constantinopla es una ciudad que no encontraremos en el mapa y que el imperio del que fue capital tampoco. Por lo tanto, los condicionantes que pudieron aparecer a lo largo de los últimos 600 años en la relación entre Roma y Constantinopla por un lado o Roma y Moscú por el otro han sido muy diferentes, y esto se refleja en una historia común diferente.

También cabe recordar que el Patriarcado de Moscú instaurado en el año 1589 fue liquidado en 1700 por el zar Pedro el Grande, y la Iglesia fue sometida al poder imperial. Esta época de la Iglesia Ortodoxa fructificó en una impresionante vida interior que se hizo visible de un modo extraordinario desde el siglo XIX, con una desbordante explosión teológica, filosófica, cultural. Es en el año 1917 cuando un patriarca vuelve a su sede, pero los tiempos se vuelven dramáticamente difíciles bajo el régimen comunista. Solo al comienzo de los años 90 la Iglesia puede empezar a reconstruir su vida normal, si bien dentro de un nuevo mapa geopolítico. Teniendo esto en cuenta, se puede decir que el patriarca no ha tardado tanto…

¿Qué labor ecuménica se ha realizado en los últimos años?
Lo que está pasando en las últimas décadas es más bien una superación de la labor ecuménica. Los encuentros a nivel diplomático, teológico, académico, cultural y también los específicamente ecuménicos han pasado a formar parte de una realidad de convivencia cotidiana no exenta de los problemas propios de una experiencia de vida en común. Y esta experiencia ha hecho posible que las cuestiones dogmáticas en disputa las podamos ver hoy como «sutiles» y no como abismos de incomprensión o incluso de rechazo. Esto a su vez, en mi opinión, fue posible como consecuencia de la historia que de un modo cada vez más evidente marcaba un rumbo universalizador para el Patriarcado de Moscú.

¿En qué sentido?
La dramática historia de la diáspora rusa del siglo XX provocó el nacimiento de nuevas comunidades cristianas, monásticas, académicas ortodoxas fuera de Rusia muy importantes y dinámicas. Ya no son solo habitantes de los países tradicionalmente asociados con la tradición ortodoxa del Patriarcado de Moscú, como Ucrania o Bielorusia. Cada vez más personas a las que podríamos llamar fieles de la Iglesia ortodoxa rusa ni son rusos ni habla siquiera ruso. Esto ha permitido entrar en una nueva época de naturalidad y cercanía en las relaciones y a la vez redescubrir una identidad común en el contexto de los graves problemas del mundo contemporáneo.

¿Habla desde la experiencia?
Puedo dar testimonio de la acogida fraterna de la que disfruto cada vez que, por ejemplo, tengo el privilegio de participar en los encuentros académicos en la Universidad del Patriarcado de Moscú, la Universidad ortodoxa de San Tikhon. Allí trabajamos juntos y sobre todo nos encontramos uno a otro cara a cara. Nuestro centro, fundado por el arzobispo de Granada, monseñor Javier Martinez —presidente de la Comisión de Relaciones Interconfesionales de la CEE—, es un vivo testimonio de esta realidad de la profundización en el conocimiento mutuo. Estamos llamados a amarnos como hermanos y no se puede amar a quien no se conoce.

Uno de los frutos de esta realidad fue la publicación el año pasado de los libros del patriarca Cirilo y del metropolita Hilarión, una labor común entre el Patriarcado de Moscú, la editorial Nuevo Inicio y el ICSCO. Esta labor tuvo como objetivo acercar al lector en lengua española tanto el análisis de la actualidad desde el punto de vista del patriarca de Moscú como la tradición teológica de la ortodoxia rusa. Un esfuerzo común y una ilusión compartida que se pudieron materializar gracias a las personas concretas, como el padre Andrey Kordochkin, cabeza de la parroquia ortodoxa rusa de la Iglesia de Santa Marta en Madrid. Creo que ya estamos viviendo una realidad ecuménica nueva.

¿Qué puede suponer el encuentro de este viernes?
En primer lugar significa exactamente esto, un encuentro. Un encuentro con el «querido hermano Cirilo» –como lo describió el Papa Francisco–. Y aunque nos inunden estos días análisis geopolítico-religiosos, al estilo de George Weigel, no debemos rendirnos ante los artificiales constructos de la lógica de poder. Desde luego los problemas del mundo contemporáneo son el contexto de esta reunión y no se deben ignorar, pero tampoco se deben valorar por encima del poder real de la Historia, que es el poder del don, del perdón y de la misericordia.

La Historia de la Salvación no se puede encerrar, aunque muchos lo intentan, en los titulares de los periódicos, estudios académicos o incluso agendas políticas e informes de servicios secretos. Supera todas nuestras suposiciones con su sencillez y su belleza. Yo invitaría a disfrutar de este encuentro, simplemente, sintiéndose parte de él, de un deseado re-encuentro de familia y donde se va a hablar de problemas que incumben a nuestros hermanos que sufren y necesitan ayuda.

¿Qué temas se espera que aborde la declaración conjunta?
Según la nota oficial en primer lugar se tratará la tragedia de los cristianos perseguidos en Oriente Medio y África. De este modo, aunque indirectamente, aparece la cuestión de las relaciones con el islam. Esto nos lleva a ver detrás del horizonte de estas preocupaciones a Turquía y Arabia Saudita. Nada sorprendentemente nuevo en la historia de la Iglesia. Obviamente, nadie lo va a redactar en una declaración común de forma explicita, porque tampoco es necesario. Pero es suficiente comprobar de dónde vienen ya (y vendrán más) los intentos de desacreditar el encuentro de la Habana. Estas voces críticas solo demuestran la importancia de los temas a tratar y de los esfuerzos comunes de Roma y Moscú.

¿Y qué significa que la cita vaya a tener lugar en Cuba?
Este hecho también tiene su importancia. Por las fuentes del Patriarcado sabemos que la parte rusa insistió en que el encuentro tuviese lugar fuera de Europa, dejando atrás de este modo simbólico los viejos problemas de nuestra historia en común y encarándonos los desafíos globales de este momento.

Es también un modo de demostrar, frente a los poderes fácticos que se atribuyen el rol de pacificador mundial, la universalidad y peso de la Iglesia. Así también todos podemos percibir la importancia de la Iglesia unida. Como decía Soloviev, la Iglesia no está separada, somos los cristianos quienes nos separamos. La Iglesia es una, como uno es Cristo.

El patriarca de Moscú, ¿es como el Papa para los rusos?
Se diferencia en que el Papa, el Obispo de Roma, en la sucesión apostólica es sucesor de Pedro. Esto es en lo que es distinto y en lo que no lo es, en relación con los demás de sus hermanos en el episcopado. Para los cristianos del Patriarcado de Moscú (que no son solamente rusos) el patriarca es la autoridad episcopal máxima, mientras que para los católicos lo es el Obispo de Roma; con todo lo que esto conlleva para unos o supone una cuestión en discusión para otros.

¿Está participando la Iglesia ortodoxa rusa en la reflexión sobre el primado del Obispo de Roma?
A lo largo de nuestra historia en realidad todos estamos aprendiendo el significado y el carácter del pontificado del Obispo de Roma, desde el principio de la vida de la Iglesia, hasta hoy. Esto se ve por ejemplo en la reciente —en términos históricos— declaración del dogma de infalibilidad; en la decisión del Papa Benedicto XVI de renunciar al título de patriarca de Occidente, o en la insistencia del Papa Francisco en llamarse Obispo de Roma.

Esta reflexión es común. Por ejemplo, los patriarcas de Moscú ya no usan el titulo del patriarca del Imperio Ruso, Tercera Roma. En los ámbitos teológicos rusos también se analizan estos temas incluso como propios en su herencia cultural. Recientemente, pude escuchar y luego publicar en Estados Unidos una conferencia del vicerector de la Universidad ortodoxa San Tikhon de Moscú, padre Georgy Orekhanov, titulada La cuestión romana en la historia de la cultura rusa. Por suerte el Cuerpo de Cristo, la experiencia vital de la Iglesia, supera infinitamente incluso los límites imperfectos de la mejor ley canónica, sea esta oriental o latina.

¿En qué consiste el problema de los antes llamados uniatas?
Debemos tener en cuenta que uniatas es un calificativo con una importante carga despectiva. Prefiero hablar de la Iglesia católica de rito bizantino nacida después de la Unión de Brest, y en particular de la Iglesia grecocatólica en Ucrania. Es un tema suficientemente complejo. Solo quisiera indicar que en gran medida la naturaleza del conflicto no es teológica sino histórica, social y política. El problema en sí mismo sirve de indicador de la carga nacional en cada una de las partes del conflicto y refleja el peligro de la nacionalización de una Iglesia que de este modo tiende a convertirse en un soporte ideológico del poder, en un suministrador de Reichsttheologie. Este problema es un espacio donde todas las partes involucradas constantemente ponen a prueba la difícil y extremadamente amplia cuestión de la Iglesia nacional.

¿Qué les pasó tras el cisma a los cristianos que querían permanecer fieles a Roma en Rusia?
Esta pregunta nos puede ser de ayuda en un ejercicio de superación de un estereotipo. Intentemos verla desde el otro lado, intentemos entender al que tenemos en frente. Pensemos por un momento que para los ortodoxos la misma razón de ser tendría la pregunta: «¿Qué ocurrió tras el cisma con los cristianos que querían permanecer fieles a la fe verdadera (—lo que significa «ortodoxa”—) en Roma?». Y esta pregunta para los ortodoxos podría ser muy apropiada, sobre todo a la luz de uno de los hechos más traumáticos y aún presentes en la memoria de los ortodoxos: el saqueo de Constantinopla a manos de los cruzados latinos en el año 1204. Aunque también nos acordamos de la llamada matanza de los latinos del año 1182. Por ambas partes tenemos experiencias traumáticas y difíciles, aunque hoy lo que determina las relaciones no son sobre todo reproches mutuos que vienen del pasado, sino el creciente número de matrimonios mixtos entre católicos y ortodoxos.

Pero volviendo a Rusia, también en alguna medida la experiencia del Concilio de Florencia (1438-ca. 1442) ilustra la respuesta para quien intente ser coherente con los hechos más allá de los tópicos. En este Concilio, destinado a devolver la unidad de los cristianos, estuvo también presente Isidoro, metropolita de Kiev y de toda la Rus’ —cuya sede ya se encontraba en Moscú—, un griego nombrado por el patriarca de Constantinopla, un partidario declarado de la unión con Roma.

¿Qué ocurrió?
A su vuelta entró en Moscú en una procesión encabezada por una cruz latina y durante su primera Eucaristía en la iglesia de la Dormición en el Kremlin pronunció la fórmula litúrgica mencionando al Papa y proclamó la unión. Tres días más tarde, fue arrestado por el Gran Príncipe de Moscú y, también rechazado por el clero, tuvo que escapar de vuelta a Roma. A partir de este momento empieza la historia de la autocefálica Iglesia ortodoxa rusa.