«No perdono a Dios» - Alfa y Omega

Las madres conocéis bien el proceso doloroso de la separación de vuestros hijos en las diversas etapas de su vida. El parto os produce un desgarro muy vivo, pero os alegra abrazar al recién nacido. Cuando se independiza y se os va de casa teméis perderlo, pero entendéis que avanza como persona adulta en la vida. Su muerte implica una ruptura definitiva del cordón umbilical imposible de asimilar, mas sois llamadas a confiarlo al dador de toda vida.

En una sala del tanatorio acompaño a la madre (el padre, muy enfermo, no pudo estar presente), en la despedida de su único hijo, de 26 años, al que encontró muerto en su casa después de tres días de extrañar su silencio. Hacía un año que se había independizado. La madre gritaba: «No puedo con este dolor. ¿Por qué Dios ha consentido esto?».

Ante este desamparo le hago presente el abrazo de Dios que ha salido al encuentro de su hijo, y está en la tarea de rehacerle para la vida junto a Él y junto a la abuela que le cobijó tantas veces en su infancia.

A la tentación de echar las culpas a Dios recordamos el mensaje del libro de la Sabiduría: «Dios no ha hecho la muerte; Él lo creó todo para que subsistiera, es amigo de la vida». La muerte nos viene de nuestra condición humana. Nos creemos poderosos, omnipotentes, pero somos endebles criaturas que con el paso del tiempo, la enfermedad, el accidente, nos venimos abajo. El aliento de Dios es como una transfusión vital que rehace para siempre.

A la madre, como a la Virgen María, le toca estar junto a la cruz en la que desfallece su hijo. Ahora revives tú esa escena; te agarras al cuerpo inerte de tu hijo, quisieras despertarle como has hecho tantas veces con tu pequeño. Mamá, invoca a María, como lo has hecho tantas veces, para que le acoja en sus brazos y se lo entregue a su Hijo Jesús que le resucite para la vida.

En el corazón de tu pequeño ponemos esta súplica: «Aquí estoy, oh Padre, con los brazos abiertos para tus creadores besos. Al atardecer, despido el día y espero, con el alba, el eco de mi nombre en tus labios que me despierte definitivamente».