Francisco denuncia la exclusión de los pueblos indígenas - Alfa y Omega

Francisco denuncia la exclusión de los pueblos indígenas

«Qué bien nos haría a todos hacer un examen de conciencia y aprender a decir: ¡Perdón!», afirma el Papa ante la comunidad indígena de Chiapas

Ricardo Benjumea
Foto: AFP Photo/Ronaldo Schemidt

La cuestión indígena ha estado muy presente desde el principio del viaje del Papa a México, pero de forma especial en la Misa celebrada este lunes en un centro deportivo en San Cristóbal de las Casas, en el estado de Chiapas, fronterizo con Guatemala.

«Muchas veces, de modo sistemático y estructural, sus pueblos han sido incomprendidos y excluidos de la sociedad», denunció Francisco. «Algunos han considerado inferiores sus valores, su cultura y sus tradiciones. Otros, mareados por el poder, el dinero y las leyes del mercado, los han despojado de sus tierras o han realizado acciones que las contaminaban. ¡Qué tristeza! Qué bien nos haría a todos hacer un examen de conciencia y aprender a decir: ¡Perdón!».

San Cristóbal de las Casas es una diócesis mayoritariamente indígena, con tres cuartas partes de su población pertenecientes a alguna comunidad precolombina. Ese es aproximadamente también el porcentaje de la población chiapaneca que vive bajo el umbral de la pobreza.

Foto: Reuters / Edgard Garrido

Durante la Misa con representantes de los pueblos originarios en Chiapas, el Pontífice autorizó formalmente el uso litúrgico de lenguas indígenas. Las lecturas y los cantos de la Misa se hicieron en las lenguas chol, tzotzil y tzeltal, y familias de grupos tojolabales y zoques han entregado las ofrendas de pan y vino. El Papa tuvo además otros gestos, como la utilización de lenguas indígenas al principio y al final de su homilía, e incluso citó el Popol Vuh, una recopilación de relatos y mitos del pueblo maya guatemalteco, los kiche.

El sábado, en su encuentro con los obispos, Francisco pidió que se les reconozca a los indígenas de México «la riqueza de su contribución y la fecundidad de su presencia». Ante representantes de ese pueblo indígena, este lunes, el obispo de Roma subrayó que la Iglesia considera completamente legítimas sus demandas de mayor justicia social, y lamentó que, «de muchas formas y maneras», se halla «querido silenciar y callar» los anhelos de estos pueblos.

Pero más elocuente que todas esas palabras es seguramente el gesto, previsto para después de la Misa, de la visita a la tumba de monseñor Samuel Ruiz, digno sucesor al frente de la diócesis de fray Cristóbal de las Casas. Durante sus 40 años como obispo diocesano, Ruiz defendió de forma incansable a los indígenas y a los más pobres, no sin encontrar resistencias dentro de la propia Iglesia, igual que le ocurrió hace 500 años al dominico español.

El Papa aprovechó también la Misa en San Cristóbal para denunciar el maltrato a la creación. «El desafío ambiental que vivimos, y sus raíces humanas, nos impactan a todos y nos interpelan. Ya no podemos hacernos los sordos frente a una de las mayores crisis ambientales de la historia», dijo. En el modo armónico de relacionarse con la naturaleza, «ustedes tienen mucho que enseñarnos».

Foto: AFP Photo / Ronaldo Schemidt

Al término de la Eucaristía, representantes de comunidades indígenas de Chiapas, México y Guatemala le dieron las gracias al Papa «por tu visita», «por la confianza de estar con nosotros», «por aumentar nuestra fe en Dios» y «por la forma en que nos enseñas». Aunque «muchas personas nos desprecian, tú has querido visitarnos y nos has tomado en cuenta, como la Virgen de Guadalupe a san Juan Dieguito».

«Aunque vives lejos, en Roma, te sentimos muy cerca de nosotros. Síguenos contagiando la alegría del Evangelio y sigue ayudándonos a cuidar la hermana y madre tierra, que Dios nos dio. Y que nos tengas en cuenta en tus oraciones, para que podamos realizar las obras de la misericordia».

«Muchas gracias, jTatik, por autorizar nuevamente el cargo de diaconado permanente indígena con su propia cultura, y haber aprobado el uso en la liturgia de nuestros idiomas. Queremos escuchar a Dios y hablarle en nuestro propio idioma».

Texto completo de la homilía del Papa

Li smantal Kajvaltike toj lek –la ley del Señor es perfecta del todo y reconforta el alma–, así comenzaba el salmo que hemos escuchado. La ley del Señor es perfecta; y el salmista se encarga de enumerar todo lo que esa ley genera al que la escucha y la sigue: reconforta el alma, hace sabio al sencillo, alegra el corazón, es luz para alumbrar el camino.

Esa es la ley que el Pueblo de Israel había recibido de mano de Moisés, una ley que ayudaría al Pueblo de Dios a vivir en la libertad a la que habían sido llamados. Ley que quería ser luz para sus pasos y acompañar el peregrinar de su Pueblo. Un pueblo que había experimentado la esclavitud y el despotismo del faraón, que había experimentado el sufrimiento y el maltrato hasta que Dios dice «basta», hasta que Dios dice: «¡No más! He visto la aflicción, he oído el clamor, he conocido su angustia» (cf. Ex 3,9). Y ahí se manifiesta el rostro de nuestro Dios, el rostro del Padre que sufre ante el dolor, el maltrato, la inequidad en la vida de sus hijos; y su Palabra, su ley, se volvía símbolo de libertad, símbolo de alegría, sabiduría y luz. Experiencia, realidad que encuentra eco en esa expresión que nace de la sabiduría acunada en estas tierras desde tiempos lejanos, y que reza en el Popol Vuh de la siguiente manera: El alba sobrevino sobre todas las tribus juntas. La faz de la tierra fue enseguida saneada por el sol (33). El alba sobrevino para los pueblos que una y otra vez han caminado en las distintas tinieblas de la historia.

En esta expresión, hay un anhelo de vivir en libertad, hay un anhelo que tiene sabor a tierra prometida donde la opresión, el maltrato y la degradación no sean la moneda corriente. En el corazón del hombre y en la memoria de muchos de nuestros pueblos está inscrito el anhelo de una tierra, de un tiempo donde la desvalorización sea superada por la fraternidad, la injusticia sea vencida por la solidaridad y la violencia sea callada por la paz.

Nuestro Padre no solo comparte ese anhelo, Él mismo lo ha estimulado y lo estimula al regalarnos a su hijo Jesucristo. En Él encontramos la solidaridad del Padre caminando a nuestro lado. En Él vemos cómo esa ley perfecta toma carne, toma rostro, toma la historia para acompañar y sostener a su Pueblo; se hace Camino, se hace Verdad, se hace Vida, para que las tinieblas no tengan la última palabra y el alba no deje de venir sobre la vida de sus hijos.

De muchas formas y maneras se ha querido silenciar y callar ese anhelo, de muchas maneras han intentado anestesiarnos el alma, de muchas formas han pretendido aletargar y adormecer la vida de nuestros niños y jóvenes con la insinuación de que nada puede cambiar o de que son sueños imposibles.

Frente a estas formas, la creación también sabe levantar su voz; «esta hermana clama por el daño que le provocamos a causa del uso irresponsable y del abuso de los bienes que Dios ha puesto en ella. Hemos crecido pensando que éramos sus propietarios y dominadores, autorizados a expoliarla. La violencia que hay en el corazón humano, herido por el pecado, también se manifiesta en los síntomas de enfermedad que advertimos en el suelo, en el agua, en el aire y en los seres vivientes. Por eso, entre los pobres más abandonados y maltratados, está nuestra oprimida y devastada tierra, que “gime y sufre dolores de parto” (Rm 8,22)» (Laudato si’, 2).

El desafío ambiental que vivimos, y sus raíces humanas, nos impactan a todos (cf. Laudato si’,14) y nos interpelan. Ya no podemos hacernos los sordos frente a una de las mayores crisis ambientales de la historia.

En esto ustedes tienen mucho que enseñarnos. Sus pueblos, como han reconocido los obispos de América Latina, saben relacionarse armónicamente con la naturaleza, a la que respetan como «fuente de alimento, casa común y altar del compartir humano» (Aparecida, 472).

Sin embargo, muchas veces, de modo sistemático y estructural, sus pueblos han sido incomprendidos y excluidos de la sociedad. Algunos han considerado inferiores sus valores, su cultura y sus tradiciones. Otros, mareados por el poder, el dinero y las leyes del mercado, los han despojado de sus tierras o han realizado acciones que las contaminaban. ¡Qué tristeza! Qué bien nos haría a todos hacer un examen de conciencia y aprender a decir: ¡Perdón! El mundo de hoy, despojado por la cultura del descarte, los necesita.

Los jóvenes de hoy, expuestos a una cultura que intenta suprimir todas las riquezas y características culturales en pos de un mundo homogéneo, necesitan que no se pierda la sabiduría de sus ancianos.

El mundo de hoy, preso del pragmatismo, necesita reaprender el valor de la gratuidad.

Estamos celebrando la certeza de que «el Creador no nos abandona, (que) nunca hizo marcha atrás en su proyecto de amor, (que) no se arrepiente de habernos creado» (Laudato si’, 13). Celebramos que Jesucristo sigue muriendo y resucitando en cada gesto que tengamos con el más pequeño de sus hermanos. Animémonos a seguir siendo testigos de su Pasión, de su Resurrección haciendo carne Li smantal Kajvaltike toj lek –la ley del Señor que es perfecta del todo y reconforta el alma–.