Se llamaban Alejo de Falconieri, Bonfiglio, Bonajunta, Amideo, Sosteneo, Lotoringo y Ugocio. Y eran jóvenes mercaderes de Florencia -toda un potencia comercial en el siglo XIII- que se reunían en comunidad para, en sus ratos libres, dedicarse a la veneración de la Virgen María. Sin embargo, a partir del día de la Asunción de 1233, tras haber hecho votos de fidelidad eterna a la Madre de Dios, sintieron la inclinación de la vida monástica.
Tras deambular por varios sitios, optaron al final por instalarse definitivamente en una iglesia del Monte Senario. Después, a raíz de una revelación divina, los siete adoptaron la Regla de San Agustín; entre otros detalles, ciñeron sus cuerpos con hábitos negros. Fue el principio de una sólida vida religiosa. Los resultados no se hicieron esperar: pronto se incorporaron los primeros novicios.
La joven comunidad, que salía adelante gracias a los trabajos manuales y a la limosna, practicaba una piedad exigente y la mortificación, eran, por lo tanto, un caso claro de predicación por el ejemplo. La Orden de los Servitas -como hoy se les conoce- fue aprobada en 1255 por el Papa Alejandro IV.
J.M. Ballester Esquivias @jmbe12