Recuperemos la dignidad - Alfa y Omega

Recuperemos la dignidad

En Europa necesitamos recapacitar y recuperar nuestros valores, los de la humanidad y respeto a la dignidad de todas las personas, de las refugiadas también. Hemos de recordar nuestras herencias culturales, religiosas y humanistas para dialogar con los pueblos en busca de la paz, como hicimos tras la II Guerra Mundial

Daniel Villanueva
Una familia espera continuar su ruta ante la frontera entre Grecia y Macedonia. Foto: Sergi Cámara para Entreculturas

Mohammad (*) es sirio y tiene 9 años de edad. Hace un año y medio que huyó del país con su familia rumbo a Beirut, Líbano. Cuando le preguntamos sobre los recuerdos de su vida en Siria dice: «Había ataques aéreos contra las casas, tuvimos que preparar nuestro equipaje, cogiendo algunas cosas de los armarios y huir a Líbano. Cuando estábamos huyendo, sentía que estaba perdiendo mi país y que estaba perdiendo cosas preciosas que había en mí».

Mohammad huye de una guerra que esta semana ha cumplido cinco años. Una guerra que ha obligado a más de 12 millones de personas a desplazarse forzosamente. De ellas, ocho millones han huido a otras zonas del país, y otros 4,8 millones han huido a países vecinos como Turquía, Irak, Jordania, Líbano o Egipto. Las personas que han cruzado las fronteras de Siria se enfrentan a nuevas dificultades y muchas de ellas deciden seguir rumbo a Europa en busca de protección y de seguridad para sus vidas y las de sus familias. Solo en 2015, más de un millón de personas refugiadas han intentado entrar en Europa para solicitar asilo. Un total de 3.735 murieron ahogadas en el Mediterráneo.

Peligra toda una generación

Ante esta realidad migratoria, Europa está teniendo una respuesta cuestionable ética y legalmente. En nuestros razonamientos no priman los valores de humanidad y de dignidad de las personas que huyen del horror, de la barbarie, buscando un lugar donde poder tener un futuro digno para ellos y para sus hijos e hijas.

Una de las mayores preocupaciones de las personas refugiadas es que sus hijos e hijas no están recibiendo educación. Muchos de ellos ni siquiera han conocido una escuela. Hay un riesgo real de perder a toda una generación. Las organizaciones que trabajamos sobre el terreno sabemos lo importante que es la educación en contextos de emergencia y de conflicto. La educación reafirma la humanidad de las personas desplazadas, restaura su dignidad dañada y les ofrece la posibilidad de construir su futuro. Mohammad lo tiene claro: «Estoy muy contento de poder ir a la escuela en Beirut. He aprendido a leer y a escribir y me gusta mucho estudiar inglés. De mayor quiero ser profesor de inglés».

Además, una buena educación puede jugar un papel relevante en la promoción de una cultura de paz, fomentando valores de tolerancia, de respeto mutuo y de convivencia en paz, así como de solidaridad, justicia o interculturalidad, tanto en los niños, niñas y jóvenes que han pasado por el trauma del conflicto, como en las sociedades de acogida para prevenir brotes de racismo y xenofobia.

La realidad de la que nos hablaba Mohammad al inicio del artículo no se soluciona con acuerdos que contravengan los derechos fundamentales, no se soluciona externalizando cada vez más las fronteras, alzando cada vez más las vallas, poniendo concertinas cada vez más punzantes o pactando con terceros países un trueque mercantil de personas.

Estas soluciones, además de inhumanas, han mostrado ser ineficaces, porque la gente seguirá huyendo del horror. Los desplazamientos forzosos no son solo cuestión de crisis puntuales; están aquí para quedarse. Es un tema de justicia, de equilibrio. Son causa de la desigualdad creciente y es imposible que intentemos deshacernos de nuestras responsabilidades y obligaciones para con esta realidad.

En Europa necesitamos recapacitar y recuperar nuestros valores, los de la humanidad y respeto a la dignidad de todas las personas, de las refugiadas también. Hemos de recordar nuestras herencias culturales, religiosas y humanistas para dialogar con los pueblos en busca de la paz, como hicimos tras la II Guerra Mundial. Ojalá esta situación nos brinde también oportunidades para encontrarnos con las personas refugiadas, para sentarnos y dialogar con ellas, para preguntarles por su historia. Estaremos comenzando a construir la solución, juntos, no porque salga rentable o porque sea legal, sino porque nuestra forma de entender la sociedad no admite otra alternativa. Necesitamos trabajar para combatir lo que el Papa Francisco ha denominado la «globalización de la indiferencia», de lo contrario traicionaremos lo más esencial de nuestra identidad, no solo como europeos, sino como seres humanos: el cuidado de unos a otros.

(*) Mohammad es uno de los alumnos del Programa de Aprendizaje Acelerado para personas refugiadas que Entreculturas gestiona junto con el Servicio Jesuita a Refugiados (JRS) en Bourj Hammoud, Líbano