Contempla a un Dios que enriquece plenamente al hombre - Alfa y Omega

Esta Semana Santa, en todas las manifestaciones que tiene, como la celebración de los grandes misterios de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo o nuestras procesiones por las calles, os invito a que contempléis a un Dios que enriquece plenamente al hombre. Si por un momento yo pudiera llegar a todos los que el Señor me ha pedido que sea su pastor, ¡con qué ganas les diría las mismas palabras que el beato Pablo VI dijo durante el Concilio en uno de sus discursos! Estoy convencido de que son palabras proféticas para este momento que vive la humanidad, que tiene necesidad de encontrar caminos que no cierren al ser humano en sí mismo, sino que le den creatividad, desarrollando todas sus dimensiones y abriéndolo a los demás con el deseo de formar una gran familia en este mundo dividido por tantas causas. Cuántas veces he recordado, por la actualidad que tiene, aquello de «Cristo, nuestro principio; Cristo, nuestro camino y nuestro guía; Cristo, nuestra esperanza y nuestro término. […] Que no se cierna sobre esta reunión otra luz si no es Cristo, luz del mundo; que ninguna otra verdad atraiga nuestros ánimos fuera de las palabras del Señor, nuestro único Maestro; que ninguna otra aspiración nos anime si no es el deseo de serle absolutamente fieles» (Discurso 29-IX-1963).

Siempre me gusta contemplar a la Iglesia al servicio de Dios porque, cuando se sitúa así, necesariamente está al servicio del mundo en los términos de amor y verdad. Esto nos lleva a asumir dos grandes verdades que hemos de tener en cuenta siempre: a) La promoción del desarrollo integral del hombre: Toda la Iglesia, en todo su ser y obrar, cuando anuncia, celebra y actúa en la caridad, tiende a promover el desarrollo integral del hombre. La Iglesia no es enemiga del hombre; sino al contrario, es amiga entrañable como Dios mismo lo es, de tal manera que ofrece y abre al hombre a la plenitud total. Su tarea, como la de Jesucristo, solamente se manifiesta en régimen de libertad total, sin prohibiciones ni persecuciones, ni reduciendo su presencia a actividades caritativas. Su vida ha de manifestarse en su capacidad de servicio a la promoción total del hombre y de la fraternidad universal. b) La promoción del desarrollo auténtico, es decir, ese que concierne de manera unitaria a la persona en todas sus dimensiones. Urge hacer ver a la humanidad la necesidad de la perspectiva de la vida eterna para no encerrar al ser humano en la historia y expuesto, sin lugar a dudas, a reducirlo al incremento del tener. Hay que mostrar que el ser humano no se desarrolla solamente con sus propias fuerzas, ni siquiera se le puede dar el desarrollo desde fuera. El desarrollo auténtico exige una visión trascendente de la persona; necesita de Dios, pues sin Él se niega el desarrollo o se le deja solamente en manos del hombre que a la larga lo deshumaniza.

El verdadero Rey

La vida de todo ser humano es una vocación, estamos llamados a promover nuestro progreso. Decir que todo hombre es una vocación nos hace reconocer que este nace de una llamada trascendente, que no puede descubrir su significado por sí y desde sí mismo. De tal manera que el humanismo verdadero nos abre necesariamente a Dios para descubrir la idea verdadera de la vida humana: su libertad, su verdad y su caridad. Seamos capaces de afirmar sin miedos el valor incondicional de toda persona humana y el sentido de su crecimiento. La verdad del desarrollo hay que entenderla en su totalidad: todo el hombre y todos los hombres. De ahí el compromiso de la Iglesia en su misión, viviendo el mandato del Señor: «Id por el mundo y anunciad el Evangelio a todos los hombres».

Permanezcamos firmes en la comunión vital con Cristo. En esta Semana Santa, recordad que el Bautismo fue la primera y fundamental relación vital entre la Pascua del Señor y nuestra Pascua. ¡Qué maravilla descubrir la transfusión del misterio de la muerte y resurrección de Cristo a sus seguidores en el Bautismo! ¡Qué fuerza tiene en nuestra vida descubrir cómo el Bautismo nos introduce en la relación de comunión con Cristo! Revestidos de Cristo, entramos en comunión vital con Él y le pertenecemos. En esta Semana Santa, Jueves Santo, Viernes Santo y Pascua, descubrid estas realidades:

1. La riqueza que nos trae Jesucristo: Existe en nuestra cultura la tentación de «robar a Dios» y quitarlo del corazón de los hombres. Esto no da más libertad, al contrario, implanta dictaduras de estilos diversos y otros como nosotros se convierten en dios. ¿Por qué el pueblo descubre en Jesús al verdadero Rey? Viene de otra manera, utiliza otras fuerzas y su estrategia es amar incondicionalmente al hombre y darle pleno desarrollo. Por eso, el pueblo, cuando reconoce a Jesús, se echa a la calle. El Dios que se ha acercado a nosotros lo hace de tal manera que se ha confundido entre nosotros. Es el Dios que trae la fraternidad, la paz, la reconciliación, la verdad del hombre y la verdad de Dios. El Domingo de Ramos, descubríamos cómo entró en Jerusalén en un borrico que nadie había montado. ¿Qué significa esto? Frente al caballo, símbolo de la fuerza de los poderosos utilizado para hacer la guerra entre los hombres, el borrico representa la mansedumbre, la paz. La señal de su fuerza y poder es la humildad, el no tener afán de poseer y dominar. El detalle de que nadie lo había montado es la manifestación de que Él viene sin la fuerza de la violencia, sin imposiciones; viene a ofrecernos la paz y a abrir un camino de amor y de comunión entre todos los hombres.

2. La alegría que engendra en la vida de todo ser humano: ¡Cuántas esperanzas despierta Jesús en el corazón de aquellos que salieron a recibirlo en Jerusalén! Eran gentes sencillas, humildes, con necesidad de fiesta, alabanza, bendición y paz. Jesús despierta alegría en el corazón de quienes llegan a conocerlo, de quienes lo contemplan. Sabe comprender las miserias humanas, se inclina siempre a todos los hombres para curar y sanar, muestra su rostro misericordioso. Mira a todos los hombres, nos hace ver todas las enfermedades que padecemos. Nunca dejemos que la tristeza invada nuestras vidas. Nunca nos dejemos atrapar por el desánimo. La alegría verdadera no nace de tener cosas, nace de habernos encontrado con la persona de Jesús, de saber que Él nunca nos abandona, que con Él nunca estamos solos, que camina con nosotros siempre.

3. El arma que nos entrega para cambiar este mundo es su Amor: Atrevámonos a acoger este Amor. Es el Amor mismo de Dios, que Él nos regala, lo mete en nuestro corazón. Él es insultado, ultrajado, azotado, muere en la Cruz. En todo esto es donde resplandece el arma que Él utiliza y que nos regala. Solamente hace falta que abramos nuestra vida entera para vivir con su Amor y desde su Amor. ¡Cuántas heridas afligen a los hombres y a la humanidad! Guerras, violencias, descartes, indiferencias, desencuentros, conflictos económicos que abaten a los más débiles, hambre de dinero a costa de lo que fuere, esclavitudes diversas que matan la dignidad del ser humano… Jesús lo derrota todo, hasta la muerte. Y lo hace con la fuerza de su Amor. Lo derrota todo con su Resurrección.

Acojamos siempre ese tesoro y esa riqueza que es Jesucristo. Tengamos el atrevimiento de encontrarnos con Él para saber dónde está la fuente de la alegría. Utilicemos el arma de su Amor.