La Almudena, patrona de todos - Alfa y Omega

La Almudena, patrona de todos

¡Patrona de todos! Un nuevo año, el calendario madrileño nos recuerda y anuncia la fiesta de Santa María la Real de la Almudena, 9 de noviembre, Patrona de Madrid y de cuantos habitamos en esta hospitalaria ciudad. Así escribe monseñor Antonio Astillero, Vicario Episcopal y Deán del Cabildo Catedral

Antonio Astillero Bastante

La advocación mariana de la Almudena se remonta a finales del siglo XI. Desde entonces se la conoce y venera con ese nombre de resonancias arábigas, si bien la devoción de los madrileños a la Virgen se proyecta a un pasado aún más lejano, a tiempos anteriores al Madrid musulmán, aunque con el título, al parecer, de Concepción Admirable. Pero ahora quiero referirme a los últimos años.

Es más que probable que lo que sucede con frecuencia a quien esto escribe venga aconteciendo a muchas otras personas. Por ejemplo, cuando antes de 1985, año en que se reanudó la construcción del templo-catedral, se cogía un taxi y decías al conductor: Vamos a la Almudena; el taxista te conducía, obviamente, al cementerio que lleva ese nombre. Pero, a poco de comenzar las obras y sobre todo desde que se inauguró el templo, el taxista te pregunta: ¿A la catedral o al cementerio?

Las obras que iban construyendo y ultimando el templo fueron avivando, a su vez, cuanto sugiere Almudena, con referencia a María, grabada en lo más profundo del corazón de los madrileños. Este fenómeno afectivo-religioso, en alza cada año, nació cuando el cardenal Suquía, al entrar en Madrid y constatar el deseo de tantos de ver terminado el templo-catedral, decidió poner manos a la obra.

Es bien sabido que el cardenal Suquía contó, durante ocho años, con un grupo humano ejemplar y dichosamente eficaz por su entrega y bien hacer, así como con la disponibilidad y generosidad del pueblo de Madrid y de algunas instituciones. Hubo hasta quienes colaboraron por motivos puramente cívicos, por su amor a Madrid. Pudo así hacerse realidad lo que al principio pareció a no pocos un mero sueño o una aventura casi imposible. Y la obra quedó felizmente coronada, si bien todavía quedan algunos espacios por ultimar.

El período de obras supuso un despertar en los madrileños respecto de su patrona, y no digamos ya la Dedicación o consagración del templo por el mismo Papa Juan Pablo II, aquel feliz día 15 de junio de 1993. Cuando hablo de madrileños me refiero a cuantos vivimos en la capital de España. No sólo cuantos tienen sus raíces en generaciones pasadas, no sólo al tipismo chulapo tan celebrado por todos, sino a cuantos habitamos aquí, aunque nuestra partida de nacimiento esté en otra parte. Madrid es ciudad acogedora como pocas; acaso la más hospitalaria de España.

Pero este fenómeno es tanto más real, visto desde la óptica religiosa, por ser, a mi entender, la cualidad que más y mejor define a la ciudad: más de un millón de sus habitantes cumple el precepto dominical, y se declaran creyentes-cristianos más del noventa por ciento. Y puede afirmarse que su más acusada y concreta referencia religiosa, aunque no la única, es mariana, y especialmente la devoción a su Patrona, la Virgen de la Almudena.

Si Madrid es ciudad de todos, su patrona es también patrona de todos; y subrayo de todos, también de cuantos tuvieron que salir de la ciudad y se siguen sintiendo profunda e íntimamente madrileños. ¿Cómo se explica, si no, que hayamos recibido y aún sigamos recibiendo colaboración de muchos que hoy residen en Galicia o Cataluña, en el País Vasco o en Andalucía, en el País Valenciano o en Extremadura, en Asturias o en las dos Castillas…? ¿Y cómo no recordar aquella suscripción, a iniciativa de ABC en 1993, por la que se obtuvo colaboración desde todos los rincones del país…?

Sin embargo, no todo pudo concluirse entonces, la catedral quedó sustancialmente terminada y abierta al culto, pero quedaron obras importantes por realizar, tales como la pintura de los techos, la zona de los campanarios, el órgano, algunas rectificaciones en el interior, las vidrieras, y cuanto concierne al entorno de la catedral, la instalación de un museo, y un monumento a Juan Pablo II, junto al templo que él mismo consagró. Son obras que esperamos ver pronto terminadas. Don Antonio María Rouco, nuestro querido arzobispo, ha querido seguir el empeño de su predecesor. Gracias a él, un grupo de personas en las que ha puesto su confianza estamos dispuestos a asumir las obras referidas (algunas ya comenzadas). Contamos, como entonces, con la generosidad de los madrileños. Con esa ayuda nuestra diócesis podrá entrar en el tercer milenio con el templo catedralicio que merece la capital de España.