El terrible odio de los niños, fruto de la guerra - Alfa y Omega

El terrible odio de los niños, fruto de la guerra

Urge que comprendan que el único remedio es el perdón. Son cuarenta niños que han vivido muy de cerca el drama de la guerra en la antigua Yugoslavia. En sus ojos hay todavía temor. No quieren oir hablar ni de perdón ni de reconciliación con sus «enemigos», los serbios. Desean la justicia, de la que hablan sus mayores. Han nacido en Livno (Bosnia), aunque tienen nacionalidad croata. Han estado en Torrelodones (Madrid), para participar en el II Torneo Internacional de la Amistad de fútbol sala. Alfa y Omega habló con ellos

Colaborador
Kozarak, hace cuatro años

Mirko Maglica gesticula sin parar. Quizás su meritorio, pero escaso, inglés le obliga a expresar con las manos lo que no puede decir con palabras. Tienen once años y mucha vitalidad. «Ahora somos felices -dice- porque ha terminado la guerra. Ya podemos jugar al fútbol, aunque estamos muy tristes, porque muchos amigos han muerto».

Así está Kozarac hoy

Iván Cubela tiene 12 años. Es el líder de nuestros tres interlocutores. Rubio, habla en perfecto inglés. Se expresa con contundencia. Cuando se refiere a los serbios, se levanta de la silla. No puede contener su rabia: «Es que han matado a muchos de los nuestros», dice. «Los odio; bueno -reflexiona tras hacer una pausa-; no los odio, pero tampoco los perdono». Vuelve a intervenir el pequeño Mirko: «Los serbios han matado a mucha gente. El mayor asesino de Serbia se llama Arkan; no respetaba a nadie, ni a mujeres ni a niños. A todos los mataba. Es una bestia».

Toma la palabra Bernard Brinovic. Es el mayor de los tres. Tienen catorce años. Es alto y fuerte. Tienen una mirada madura; habla con seguridad: «Antes de la guerra mis mejores amigos eran serbios; ahora, ya finalizada la contienda, los odio. Han matado a mucha gente. Cuando regreso a casa y veo en las noticias de televisión a los serbios matando y matando… me dan ganas de matarlos». Le pregunto si es cristiano, si cree en el perdón y el amor a los enemigos del que habla Jesús en el Evangelio: «Los serbios mataron a mis amigos -responde- y jamás podré amarlos. Eso está por encima de la religión. No olvidaremos lo que han hecho a nuestra gente. Son muchos años de pelea, de muerte. No podemos amarlos».

Los tres pequeños bosnios se despiden. Tienen que volver a las canchas de juego. Les espera un partido de fútbol sala que les enfrentará a un equipo de catalanes. Mirko sigue gesticulando y me dice: «Cuando recuerdo a los serbios matando con sus cuchillos a nuestra gente se me pone la piel de gallina».

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Comedor de campaña, en Mika

Demasiado odio

El plan de paz de Dayton ya está en vigor. Ha sido firmado por sus mayores. Gracias a ese acuerdo han callado las armas, pero no se puede decir que haya comenzado la paz. Todavía hay mucho odio para que sea posible que se instaure una auténtica paz. Mirko, Iván y Bernard son el fiel reflejo de un país roto, cuyas heridas tardarán muchos años en cicatrizar. Son el futuro de Bosnia, y todavía tienen mucho odio en su corazón. No olvidan a los muertos y exigen la sangre de los vivos. Sus palabras son el resultado de una guerra atroz que clama justicia, una justicia que, por desgracia, aún en este caso es sinónimo de más violencia. Es un círculo vicioso que sólo tiene una salida: el perdón. Es más fácil decirlo que vivirlo, pero es el único camino para acceder a la paz. Hay que dejar de vengar a los muertos y asumir la cruz de amar a los enemigos. El poeta croata, Ivan Golup, lo expresa así:

«¡Enjuga las lágrimas
a los que duermen
y envuelve en la risa
los ojos de los niños!

¡Conduce los caballos de carga
y devuelve los pájaros a las ramas!

¡Aligera el peso a las espaldas
y devuelve los pasos a los senderos!

¡Absuelve los pecados de todos
y enlaza mano a mano
a los enemigos!
».

No se puede desterrar la oscuridad con la oscuridad, o pretender curar el odio con más odio. Los dirigentes de Bosnia, Croacia y Serbia, los políticos europeos, las Iglesias, las Organizaciones internacionales, todos, en definitiva, tenemos la obligación de trabajar por asentar una paz duradera, no la paz ficticia y frágil que estamos viviendo estos días. Tenemos que construir un futuro sin odio, porque si no, como dice el poeta:

«No habrá paz entre los olivos
hasta que no haya paz
entre las palomas…».

Alex Rosal