«Ellos viven en Jesucristo» - Alfa y Omega

«Ellos viven en Jesucristo»

«El recuerdo de los difuntos, el cuidado de los sepulcros y los sufragios son testimonio de una confiada esperanza. La Iglesia ha exhortado siempre a rezar por los difuntos». En el Ángelus del domingo, el Papa Francisco subrayó la importancia de las prácticas de piedad en torno a los fallecidos. Una catequesis sobre la muerte y la Vida que, con palabras y gestos, repitió el arzobispo de Madrid, monseñor Carlos Osoro, en el cementerio de San Justo

María Martínez López
Monseñor Osoro se detiene a rezar ante el nicho de un difunto, a petición de su familia, tras la celebración de la Eucaristía

«Desde que nos bautizamos, participamos ya de la eternidad. Si la gente supiese que la vida eterna se tiene y se adquiere por el Bautismo, hoy tendría colas para bautizar, ahí en el Manzanares. Vamos a predicarlo nosotros. Tenemos esa responsabilidad. La memoria que hacemos de los Difuntos es una memoria para la misión, para salir a anunciar a Cristo resucitado». Con estas palabras, concluía monseñor Carlos Osoro su homilía en la conmemoración de Todos los Fieles Difuntos.

Memoria real, no del pasado

Para esta celebración, el arzobispo de Madrid se había acercado al castizo cementerio de la iglesia sacramental de San Justo, donde le llamó mucho la atención el retablo, que representa a Cristo resucitado apareciéndose a un discípulo. «Esa mirada del discípulo tiene que ser la nuestra», insistió. Durante su visita, él mismo dio testimonio de la gran noticia de que Dios «no ha querido ser un teórico de la muerte. Él se ha hecho hombre por nosotros, ha padecido por nosotros, ha experimentado el dolor y el hambre, ha experimentado la Cruz. Pero era Dios, y ha conquistado para los hombres el triunfo de Dios sobre todo mal», también sobre la muerte. «Nos ha preparado un sitio. Qué maravilla saber que los que están aquí enterrados, los que están enterrados en todos los cementerios de esta diócesis de Madrid, y en cualquier parte del mundo, tenemos sitio junto a Dios. No hacemos memoria de una historia pasada, de nuestros padres, hermanos, amigos… ¡No! Hacemos una memoria presente, real. Ellos viven en nuestro Señor Jesucristo».

Esa certeza es la que hace posible saludar con una sonrisa y tener gestos de esperanza con alguien que está visitando la tumba de un familiar, quizá fallecido recientemente, o que hace tiempo dejó un hueco que no se tapa. Fueron muchas personas las que, mientras visitaban el cementerio, se encontraron con su obispo. «Rece por mí, que lo necesito mucho», le pedía, con la voz entrecortada, una anciana vestida de negro. Un sacerdote se acercó a saludarle justo después de enterrar a su padre. También quisieron fotografiarse con él varias familias, que querían hacer partícipes a sus hijos de la tradición de visitar las tumbas y rezar por los difuntos.

No fueron sólo saludos. A petición de una familia, monseñor Osoro se detuvo un momento a rezar ante un nicho, y a charlar sobre el difunto. La muerte «es una realidad por la que todos tenemos que pasar», y para la que «no tenemos palabras», más allá de «Te acompaño en el sentimiento. Pero esa palabra sobre la muerte la tiene nuestro Señor Jesucristo. Recordad lo que le dijo a Marta, cuando salió a buscarle porque había muerto su hermano: Yo soy la resurrección y la vida. ¿Crees esto? Si lo crees, aunque haya muerto, vivirá. Porque todo el que vive y cree en mí, no muere, vive», había dicho en la homilía.

Cuerpos que fueron santuarios

Tenemos la vida de Cristo -añadió- «siguiéndole a Él, viviendo en comunión con Él, sabiendo pedirle perdón y reconocerle mis miserias y pecados. Sabiendo que lo único que el Señor hace con nosotros es abrazarnos, es querernos, es hacernos vivir». Por eso, como explicó al bendecir el recién restaurado panteón de sacerdotes, debemos estar agradecidos «por esta tradición de la Iglesia de conservar los cuerpos de nuestros hermanos difuntos, como santuario que han sido de la vida de nuestro Señor Jesucristo, mientras vivieron en esta tierra»; y tener un recuerdo especial por los sacerdotes difuntos, que «hicieron presente a Jesucristo en este mundo», alimentaron a los hombres, y «los incorporaron» a su Cuerpo glorioso mediante los sacramentos.

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