Los granos sin identidad - Alfa y Omega

La lucha contra el hambre, que es la misión fundacional de Manos Unidas, tiene como objetivo final que todos los seres humanos puedan comer y nutrirse de manera adecuada, segura y permanente. Reconocer, respetar y garantizar el derecho humano a la alimentación comienza aceptando la legitimidad de que las personas y los pueblos busquen los medios para alimentarse, ya sea produciendo su propio alimento o accediendo a él a través del comercio.

Poder comer es condición indispensable para poder vivir, y es en las semillas donde empieza y se realiza el interminable ciclo de la vida. Como ha afirmado la activista Vandana Shiva: «La semilla es la encarnación suprema de esta creación continua. En una pequeña semilla está la promesa del árbol entero. Más importante aún, no solo plantas para la próxima generación, sino que plantas para siempre, porque la semilla viene de la semilla y así hasta el infinito».

Unos 500 millones de familias en el mundo, según la FAO, se dedican a producir el alimento que da de comer a más del 70 % de la población mundial, utilizando sobre todo sus semillas tradicionales que corren el riesgo de desaparecer.

En la Declaración del Diálogo Sur-Sur sobre Leyes de Semillas, con ocasión del encuentro celebrado en Durban (África del Sur) del 27 al 29 de noviembre 2015, los participantes manifestaron el significado de las semillas tradicionales para las comunidades campesinas de África, América y Asia. Y es que la historia y la vida de estos pueblos de Sur no pueden entenderse al margen de sus semillas.

De entrada, cabe constatar que para los pueblos campesinos del Sur, sus «semillas tradicionales» no solo son los granos. Sería un reduccionismo incompatible con su existencia. Para ellos, sus semillas integran también sus plantas, animales, flores, árboles nativos, frutas, hierbas medicinales y todo el conocimiento que ello implica. Son semillas cuidadas y mejoradas por las comunidades tradicionales para garantizar la supervivencia y autonomía de la agricultura campesina; pues la continuidad de una agricultura campesina, autónoma y diversificada depende de la capacidad de las familias del mundo rural de conocer, conservar y producir con sus semillas tradicionales. Y los agricultores reconocen esta interdependencia: las semillas tradicionales dependen del campesinado y este a su vez depende de sus semillas.

El papel de los organismos internacionales

Pese a todo esto, las poblaciones campesinas de África, América Latina y Asia están presenciando una progresiva desaparición de sus semillas tradicionales que se está viviendo lamentablemente como una amenaza hacia su vida y hacia la vida. Si la semilla tradicional es negada, la propia supervivencia de una gran parte de la población se hace inviable y el derecho inalienable a la vida puede verse conculcado. De hecho, se calcula que de las 80.000 plantas comestibles utilizadas ancestralmente para la alimentación, tan solo 150 son cultivadas actualmente, y ocho comercializadas a nivel mundial. Para las multinacionales de las semillas, es una pérdida económica que aún el 90 % de las semillas se produzca a través de los sistemas campesinos, por lo que es una prioridad de la industria controlar este sector.

No se valora lo que la semilla tradicional representa para la población campesina, ni desde el punto de vista religioso y sociocultural, ni desde el de la seguridad alimentaria contemplada a largo plazo. La semilla es un mero grano, es un recurso productivo más, que ahora puede aumentar la producción agrícola pero que sobre todo aumenta los ingresos de esa industria semillera.

Para ello, ya desde el siglo XX, se vienen desarrollando estrategias legales y de propiedad intelectual, registro y certificación o medidas fitosanitarias para cumplir con el objetivo de control del mercado mundial de semillas: se trata de poner trabas a las semillas campesinas y de facilitar el acceso a las llamadas semillas comerciales (híbridas o transgénicas), asegurándose así una incalculable cuota de mercado. Todo impulsado por organismos internacionales y por instituciones políticas del Norte que, asumiendo los planteamientos económicos y de inversión de las multinacionales de semillas comerciales, los trasladan a los estados del Sur a través de multiplicidad de acuerdos comerciales.

Así se explica el impulso que se está dando en varios países de América Latina, Asia y África a nuevas leyes de semillas, cuyo objetivo es controlar la primera fase de la producción alimentaria. Y las consecuencias de todo este proceso al que asistimos son incalculables.