«¡Hasta siempre Valencia!» - Alfa y Omega

«¡Hasta siempre Valencia!»

«¡Hasta siempre, tierra de María!, os llevo a todos en mi corazón». De este modo, parafraseando a Juan Pablo II, se despedía de Valencia el arzobispo electo de Madrid, monseñor Carlos Osoro. Éste es el texto de su homilía:

Carlos Osoro Sierra
Foto: M. Guallart / AVAN

Excmo. y Rvdmo. Sr. Obispo de Palencia, Don Esteban; Excmo. y Rvdmo. Sr. Obispo emérito de Mondoñedo-Ferrol, Don José.

Ilmo. Sr. Deán y Excmo. Cabildo Catedral; Ilmo. Sr. Vicario General. y miembros del Consejo episcopal y del colegio de consultores; Queridos hermanos sacerdotes y queridos diáconos.

Molt Honorable Sr. President de la Generalitat Valenciana; Molt Excelent Sr. President de les Corts Valencianes; Excma. Sra. Alcaldesa y distinguidas autoridades civiles, militares, académicas y judiciales. En su presencia saludo a todas las asociaciones y entidades civiles de Valencia. Saludo también a las Falleras Mayores de Valencia y a todo el mundo de las fallas.

Queridos seminaristas. Gracias por vuestra vida puesta al servicio del Evangelio.

Queridos miembros de la Vida Consagrada: religiosos, religiosas, miembros de institutos seculares, sociedades de vida apostólica, vírgenes consagradas.

Queridos y estimados laicos cristianos que sois mayoría en el Pueblo de Dios y que desde vuestras diversas formas de haceros presentes en el mundo me habéis ayudado a anunciar a Jesucristo: niños, jóvenes, ancianos, matrimonios, familias. A través de las familias núcleo esencial de la vida de un pueblo para hacer presente y futuro, educadores cristianos, instituciones educativas de la Iglesia, UCV presente hoy en el Excmo. Vice-gran Canciller y el Excmo. y Magnífico Sr. Rector, y los miembros del Patronato, vicerrectores, decanos, profesores, alumnos de la UCV que hoy se hacen también presentes.

Hermanos y hermanas todos en Nuestro Señor Jesucristo.

Doy gracias a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo por estos años de gracia que han sido para mi vida el estar con vosotros en Valencia. ¡Qué fuerza ha tenido para todos vivir esa imagen misionera de la Iglesia, que desea llevar la noticia más importante a todos los hombres! Gracias a todos porque me habéis ayudado a que la Iglesia fuese reconocida como la casa de la misericordia. Sí, esa casa en la que pueden ir todos los hombres y Dios extrae de cualquier situación en la que estén siempre un bien, tal y como nos decía San Juan Pablo II, cuando hablaba de que el amor misericordioso es ese amor que es capaz de extraer de cualquier situación de mal un bien. Y es que el amor y la gracia del Señor nos cambian el corazón y la existencia. Por eso, la Iglesia es casa de misericordia, es ese lugar en que se establece un diálogo entre la debilidad de los hombres y la paciencia de Dios que nos acoge, acompaña y nos ayuda a encontrar la buena noticia que tienen un rostro y un nombre: Jesucristo. ¡Qué fuerza tiene la Iglesia de Jesucristo cuando a quien entra en ella, en esta casa construida por Dios mismo, siente que le envuelve la misericordia de Dios y que le ilumina su existencia esa sabiduría que viene de la fe y del amor de un Dios vivo: Cristo muerto y resucitado, siempre presente en la Iglesia!

Hoy el Evangelio es claro, el Señor siempre invita a entrar a su viña. Hoy como siempre, nos dice el Señor a todos los hombres: «hijo, ve hoy a trabajar en la viña». Es verdad que la respuesta puede ser como la que el Señor nos dice en el Evangelio: «no quiero», pero se dio cuenta de lo que había en la viña y lo que recibía, y fue; pero también está la del otro que dice «voy Señor», pero no fue. Está claro que el que dijo esto se perdió algo maravilloso como es la plenitud de vida que da Jesucristo. Pero si os fijáis en la parábola el que no va representa al Pueblo de Israel, es decir, a los que oficialmente son creyentes y el que va representa a los publicanos y pecadores. ¿Qué nos quiere decir el Señor? Que a todos los hombres hay que invitarlos a la viña, es decir, a entrar en este mundo como discípulos del Señor, como hombres y mujeres que acogen la vida de Cristo y la ponen por obra. No nos quejemos. El cambio de las situaciones de este mundo vendrá cuando cambie nuestra vida si dejamos que entre en nosotros la vida de Cristo. Esto fue lo que hicieron los primeros cristianos, entendieron bien lo que el Señor nos sigue diciendo: «vosotros sois la sal de la tierra, vosotros sois la luz del mundo». ¿Qué sucede cuando no somos sal o no somos luz? Traemos siempre la muerte, la nuestra y la de los demás. Por eso, hoy San Pablo en la carta a los Filipenses nos dice que tenemos que estar atentos a aprender la gramática de la vida cristiana: «si queréis darme el consuelo de Cristo y aliviarme con vuestro amor, si nos une el mismo Espíritu y tenéis entrañas compasivas, dadme esta gran alegría: manteneos unánimes y concordes con un mismo amor y un mismo sentir… No os encerréis en vuestros intereses, sino buscad todos el interés de los demás». Esto es lo que en estos casi seis años he querido daros de parte de Jesucristo Nuestro Señor. Que vuestra gramática siga siendo aquella que proviene de la gracia, del amor de Dios, del perdón, de la reconciliación, de la construcción, de la fraternidad, de vivir en misión, de ser testigos gozosos de la alegría del Evangelio con obras y palabras, de ser defensores de la vida siempre que se manifiesta plenamente en Jesucristo que nos dice: nadie puede decir que Jesús es Señor si da muerte a su hermano. Vivid con los sentimientos propios de Cristo: comprensión, compasión, cercanía, ternura, magnanimidad, solidaridad, consuelo, esperanza, coraje para perseverar en el camino del Señor.

Mirad, la novedad cristiana es Cristo mismo. Empeñaos en conocerlo y darlo a conocer. Él es la salvación y la vida. Sed cristianos a tiempo completo: ello significa que no sois cristianos sentados reflejándoos en la fe o discutiendo sobre la fe en teoría, salid de vosotros mismos, tomad con valentía la cruz, y marchad por las calles compartiendo la alegría del Evangelio. Hemos sido ungidos para ungir. Estamos llamados a acoger y servir e ir a todas las fronteras que existan, allí donde están los pobres reales y, como me decía a mí la Madre Mercedes Cabeza, fundadora de las Misioneras del Sagrado Corazón, y que está en proceso de canonización, y a quien dirigí durante quince años: «Don Carlos sabe Vd. Que estoy con los pobres de solemnidad siempre, pero al final de mi vida, compruebo que el más pobre de los pobres es quién no conoce a Dios. Hay que ir a buscarlos donde estén».

Pero hay, como Jesucristo, el Dios-Amor, que «a pesar de su condición divina… , se despojó de su rango», se hizo el más pequeño para que todos pudieran acercarse a Él, se hizo Amor. Y es que así quiso destruir los ídolos que convertimos en dioses: poder, dinero, corrupción, carrerismo, egoísmo, indiferencia, en definitiva, vivir con el espíritu del mundo, que hace imposible hacer un mundo mejor.

Dejémonos abrazar por el Señor. Como nos ha dicho el profeta Ezequiel: «Cuando el justo se aparta de la justicia, comete la maldad y muere, muere por la maldad que cometió». No queremos apartarnos de la Justicia que es el mismo Jesucristo. Este momento de la historia es cuando más hay que subrayar que la paciencia de Dios debe encontrar en nosotros la valentía de volver a Él, sea cual sea el error o el pecado que haya en nuestra vida: la luz del amor puede iluminar los interrogantes de nuestro tiempo en cuanto a la verdad del hombre y de su vida. La verdad de un amor no se impone con la violencia, no aplasta a la persona, al contario, llega al corazón; la fe no es intransigente, crece cuando respeta al otro, no es arrogante. La fe no nos hace intolerantes, su seguridad, la que ella nos da, nos pone en el camino y hace posible el testimonio y el diálogo.

Os invito a hacer la revolución de la libertad: «ya no estáis bajo la ley, sino bajo la gracia» (cf. Rom 6, 14). El Bautismo nos ha dado la vida de Cristo, verdadera revolución, ha transformado radicalmente nuestra vida. Es el cambio más grande que se puede dar en la historia de la humanidad, nos cambia el corazón. Os invito a vivir en esta revolución, para ello sabed que caminar desde Cristo supone:

1) Tener familiaridad con Él: permanecer en mi amor, unidos a Él, dentro de Él y con Él, hablando con Él.

2) Imitarlo en salir de sí e ir al encuentro del otro, quien pone a Cristo en el centro de su vidas se descentra, va al encuentro del otro.

3) No tengamos miedo de ir con Él a todas las periferias existenciales, leed el libro de Jonás que es muy breve. En él se nos invita a desterrar los miedos, Dios no tiene miedos y tenemos la vida misma de Dios que nos ha regalado Jesucristo.

Vamos a encontrarnos con el Señor en el misterio de la Eucaristía, vamos a entrar en comunión con Él, pero antes dejadme decir esto:

Gracias a los sacerdotes. El Obispo sabe que tiene que ser para ellos padre, hermano y amigo. Me he encontrado aquí en Valencia con verdaderos hijos, verdaderos hermano y verdaderos amigos. Perdonadme si es que vosotros no encontrasteis siempre al padre, hermano y amigo.

Gracias a los seminaristas: es verdad, tengo que confesarlo, habéis sido mi predilección y tenía puestas muchas esperanzas en vosotros, os quiero mucho, es como ese padre que está orgulloso de sus hijos, he vivido cada momento de vuestra vida, cuando estabais mal para alentaros y cuando estabais bien para alegrarme con vosotros. Vuestra vida ha sido mi vida. Gracias. Estoy seguro que las seguiréis teniendo a través del nuevo padre y pastor que viene a Valencia.

Gracias a la Vida Consagrada, he encontrado en vuestra respuesta a Dios, total y definitiva, incondicional y apasionada, hermanos y hermanas que me habéis ayudado a vivir más y mejor mi ministerio. ¡Qué testimonio más precioso y generoso, habéis sido y sois un signo elocuente de la presencia del Reino de Dios para el mundo de hoy! Ánimo, sed valientes, os acompañaré y alentaré siempre.

Gracias a los jóvenes, ¡que valor habéis tenido para estar a mi lado y ayudarme a anunciar el Evangelio y a hacer presente a Jesucristo! Construid la vida sobre Cristo, fundad sobre su voluntad todos vuestros deseos, expectativas, sueños y proyectos. Seguid diciéndoos a vosotros mismos, a la familia, a los amigos, al mundo entero y por supuesto a Cristo: «Señor, en la vida no quiero hacer nada contra ti, porque tu sabes lo que es mejor para mí. Sólo tú tienes palabras de vida eterna». No tengáis miedo a apostar por Cristo. Tened siempre nostalgia de Cristo, revelación auténtica de qué, quien y debe hacer el ser humano.

Gracias a las familias cristianas. Como la Familia de Nazaret, sed escuela de sabiduría que educa a todos los miembros en las virtudes que llevan a la felicidad auténtica y duradera. Seguid el plan que Dios hizo para el matrimonio y la familia. La familia diseñada por Dios y revelada plenamente en su esencia en Cristo, es la base de la sociedad.

Gracias a los ancianos por regalarnos vuestra sabiduría que la experiencia y los años, unidos al Señor, os ha dado y nos la habéis puesto en nuestras manos.

Gracias a los enfermos que con vuestra cruz me habéis ayudado a ver como habéis encontrado en Jesús apoyo y consuelo, aliento, para no perder la esperanza y la confianza y ofrecer vuestro dolor y limitación para que a los hombres llegase la vida de Jesucristo.

Gracias a todas las entidades sociales, civiles, culturales y educativas. No olvidéis que existís para servir. Antes he saludado a la UCV, pero no quiero olvidar a la Facultad de Teología y a los colegios diocesanos. ¡Seguid trabajando!

Y por último sintetizo las gracias en quienes mas directamente me han aguantado estos casi seis años: don Vicente Fontestad, el Vicario General; Don Álvaro Almenar, mi Secretario que además ha vivido conmigo; el Canciller Secretario, don Jorge Miró; el Rector y formadores del Seminario de Moncada (D. Fernando, D. Sergio, don Francisco y Don Juan); el Rector y formadores del Colegio de la Presentación-Santo Tomás de Villanueva, D. José Máximo, D. José Soler (mi confesor) y demás formadores ; al Rector y los formadores del Real Colegio del Corpus Christi-Patriarca, D. Juan José Garrido; a la gente que más ceca de mí ha estado en el arzobispado, especialmente al equipo de secretaria particular, de la vivienda y a don José Fernando y don Alfonso que me han acompañado conduciendo el coche con mis horarios, que como dice el profeta, transcribiendo sus palabras: «Mis caminos no son vuestros caminos», yo tendría que decir: mis horas no son vuestras horas.

Gracias a todos vosotros. Y para que esta acción de gracias sea verdadera, todo lo ponemos en Jesucristo, que es el que supo dar gracias de verdad a Dios, siendo Dios se hizo hombre. A Él nos unimos en la Eucaristía.

Me despido parafraseando al Papa Juan Pablo II en su última visita a España en el año 2003: «Con gran afecto os digo, como en la primera vez: ¡Hasta siempre Valencia! ¡Hasta siempre, tierra de María!, os llevo a todos en mi corazón».