El ciento por uno de Clare - Alfa y Omega

Lo que me impresiona es la fe. Lo he experimentado una vez más al conocer la historia de una joven religiosa, la hermana Clare Crockett, fallecida durante el terremoto que ha asolado la costa norte de Ecuador. Pertenecía a las Siervas del Hogar de la Madre e intentaba salvar a varias postulantes de su congregación cuando la escalera se vino abajo y quedó sepultada bajo los escombros. Cuando eras joven ibas a donde querías, cuando seas viejo, otro te llevará a donde no quieres. Clare había nacido en el condado de Derry, en el Ulster, en los aciagos días de plomo de los primeros años 80 del pasado siglo. Creció en el clima de violencia provocado por la actividad terrorista del IRA, y en un barrio donde el alcoholismo, las rupturas familiares, el desempleo y la infravivienda eran el pan de cada día.

Pero en medio de esa desolación, Clare se abría paso gracias a su precoz talento artístico. De hecho a los 15 años ya presentaba un programa de televisión para jóvenes y pronto pudo debutar en el mundo del cine. Fueron tres años de vértigo, de fama y de promesas, en los que su corazón no encontraba, sin embargo, descanso. El P. Colum Power, un sacerdote irlandés, miembro también del Hogar de la Madre, ha contado que Claire estaba vomitando en el servicio de una discoteca cuando escuchó a Jesús preguntarle: «¿por qué sigues hiriéndome?». Después, en la habitación de un importante hotel londinense, mientras esperaba que la recogiese el coche para acudir a su interpretación, comprendió que todo aquello era paja, comparado con el amor de Cristo. Pues sí, estas cosas suceden en medio de los ruidos y estremecimientos del gran mundo, pero nada de ello salió en las páginas de los periódicos. Sólo ahora, qué ironías se gasta el Señor, ha aparecido en los relatos de la prensa.

El P. Colum ha relatado que durante los primeros momentos de su vida religiosa, Clare acarició la idea de combinar sus dos vocaciones, y aprovechar su capacidad artística para ser lo que él denomina «una monja famosa». Claro está, para servir al Reino de Dios. Se comprende la gracia del proyecto, pero una vez más las cosas no fueron como ella había pensado. Al final, Clare comprendió que el camino que su Señor le había preparado era otro, y abandonó las imágenes que se había construido para seguirlo con toda sencillez y obediencia. ¡Qué palabra tan extraña para nuestro mundo! Clare dejó atrás los focos, las pantallas, los hoteles… Dejó su verde Irlanda y fue a parar, siempre por obediencia, al Colegio de las Siervas del Hogar de la Madre en Playa Prieta, Ecuador. Seguro que nunca lo había pensado.

Al tener noticia de su muerte, el Belfast Telegraph, un periódico marcadamente laicista del Ulster, afirmaba que se trataba de una pérdida inmensa y reconocía en ella el verdadero rostro de Irlanda del Norte. Y la razón esgrimida era ésta: «Clare sintió que la llamada de Dios era su ambición más importante y que entregarse a los demás traería recompensas más grandes que cualquier estilo de vida orientado hacia lo material… necesitamos personas como ella en todos los ámbitos de la vida para mostrar una imagen positiva de esta comunidad». El P. Colum, no más asombrado que yo, afirma que «pocos días después de su muerte, el Evangelio vivo que la Hna. Clare escribió con su vida y con su muerte ya está siendo proclamado desde las azoteas del mundo».

He pensado en las extrañas palabras de Jesús a los apóstoles: cuando sea elevado, atraeré a todos hacia mí. Se refería a la cruz, claro está, la cruz que para Clare ha sido un colegio que se derrumbaba. Quizás toda esta historia nos deja sin aliento, llenos de conmoción y de preguntas. Está claro que el Señor no promete a los suyos un éxito según los parámetros del mundo (aunque sí el ciento por uno, que la sonrisa de Clare no puede esconder). Y entre sus elegidos encontramos algunos que han tenido una larga vida llena de construcción y de fecundidad, y otros que han sido tomados por sorpresa, cuando a nuestro parecer les quedaba tanto por hacer… Me viene a la mente una homilía poco conocida de Joseph Ratzinger: «a nosotros no nos corresponde aclarar cómo terminará la historia… cada vez que pretendemos resolver y dar un juicio sobre el conjunto de la historia y de nuestra vida, nos extraviamos… La tarea que nos ha dado el Señor es otra: ¡no elucubrar, sino vivir!… conducir nuestra vida delante de Él y, hasta donde sea posible, ayudar a los otros a conducir la suya, del mismo modo que ellos nos ayudan a llevar la nuestra». ¿Acaso no es eso lo que hizo siempre Clare Crockett?

José Luis Restán / Páginas Digital