La novedad del hecho cristiano descansa en la sacralidad de la persona - Alfa y Omega

La novedad del hecho cristiano descansa en la sacralidad de la persona

Javier Alonso Sandoica

Fernando García de Cortázar se está poniendo estupendo en las últimas Terceras de ABC. Dice que a los cristianos se nos está llenando el alma de modorra mientras el laicismo nos orilla a un arcén moral, siempre aparte de la vida y de la cosa pública.

A mí me produce cierto sonrojo que cuando el hombre contemporáneo hace inventario de lo que pasa, sitúa al cristiano en el nicho de quien realiza tareas asistenciales. «Qué buenos los cristianos que echan una mano como nadie a los refugiados, a las gentes que pierden sus casas y a los enfermos, a los que están solos; donde hay un cristiano siempre hay un buen corazón». A este discurso se le ha ido la mano con el azúcar, en él se asoma un apunte de guion de tv movie de sobremesa, donde los planos de los abrazos se subrayan con esa música lacrimógena que abre a espuertas las esclusas del sentimiento. La novedad del hecho cristiano descansa en la sacralidad de la persona, y cómo esa revolución impregna los ámbitos de la vida, la cultura, la economía, la política… Si Dios se compromete con el hombre hasta llegar a hacerse uno de los nuestros, la definición de persona queda irremediablemente marcada por este acontecimiento. Ya no hay castas, ni ricos, ni pobres, ni mejores, ni peores, ni etnias, ni abolengos, ni tramoyas aristocráticas que circunscriban arribas y abajos.

Dice Guy Sorman que los chinos creen que etnia y cultura van de la mano, y ahora vemos cómo Putin reivindica el espíritu eslavo para rearmar moralmente a la madre Rusia. El cristiano está en las antípodas de una cultura y una tierra determinadas, lleva una intrínseca porosidad de adaptación a toda realidad, porque allí donde se encuentra el hombre hay una porción viva de Dios.

Por eso, bien pronto los primeros cristianos se alejaron de las circuncisiones judías y de las prescripciones alimenticias. Desde que el blandito de san Pedro, que llevaba en el estomago los miedos a escaparse de las tradiciones (como buen judío) tuvo aquella visión de un mantel lleno de viandas y oyó «mata y come», la clave del cristiano está en el ejercicio de una libertad mayúscula.

San Juan Pablo II recordó que la Declaración de los Derechos Humanos había sido uno de los grandes acontecimientos del siglo XX, porque en ellos se expresa lo intocable de la naturaleza humana. La fe cristiana habla de la infraestructura de la realidad, no de los impulsos del corazón.