Monseñor Gerardo Melgar: «Tenemos que sacar la fe y la Iglesia a la calle» - Alfa y Omega

Monseñor Gerardo Melgar: «Tenemos que sacar la fe y la Iglesia a la calle»

Después de 10 años en Osma-Soria, monseñor Melgar llega a la diócesis manchega «con mucha ilusión y mucho entusiasmo» para volcarse en la evangelización de las personas indiferentes, e implicar a las familias «porque sin ellas no puede haber misión». Monseñor Gerardo Melgar toma posesión el sábado como obispo de Ciudad Real

José Antonio Méndez
El obispo electo de Ciudad Real, en un momento de la entrevista con Alfa y Omega. Foto: María Pazos Carretero

Tras ser ordenado sacerdote en 1973, pasó una década como cura rural. ¿Qué se le ha quedado de aquella época?
El trato con la gente, que para mí es lo más importante. Los pueblos de Castilla están muy despoblados, pero siempre que acabo una visita pastoral me impresiona la fe de estas personas. Es gente muy buena, para quienes la fe ha sido lo más importante de sus vidas. Ver el contraste entre esa fe arraigada y la poca fe que hay en otros sitios, es algo que me conmueve. Recuerdo a una señora, en una visita pastoral a un pueblo con 5 habitantes. Su hija me dijo: «Mi madre lleva 3 años sin mover un dedo», pero cuando me vio la cruz pectoral, se lanzó a besarla. Estas cosas me animan y me hacen querer cuidar más a la gente.

Dice que va a Ciudad Real dispuesto a dar lo mejor de sí mismo. ¿Cuáles quiere que sean sus líneas pastorales?
Voy sin programa pastoral, pero sí tengo algunos convencimientos, de los que también habla el Papa en Evangelium gaudium. Hoy no se puede actuar como obispo ni como sacerdote sin caer en la cuenta de que tenemos que salir a buscar a la gente. Hay muchas personas que no tienen nada contra la fe católica, pero que son totalmente indiferentes porque creen que pueden prescindir de Dios. A estas personas hay que volver a transmitirles el Evangelio. Muchos han vivido en su familia una fe «a su estilo», con fallos y aciertos, pero el ambiente social, si no anticlerical por lo menos agnóstico, les ha comido la fe. Llegar a estas personas es algo que hoy no puede faltar en una diócesis. Si llevas a cabo una pastoral sedentaria, de «yo espero a que vengan y les atiendo», vas a atender a muy pocos. Ciudad Real ya tiene un recorrido hecho y habrá que tenerlo muy en cuenta, pero sí quiero que haya es una pastoral misionera, evangelizadora.

En 10 años en Osma Soria ha impulsado numerosos proyectos de evangelización, que han implicado a los seglares. ¿Tiene pensado hacer algo similar en Ciudad Real?
No se puede copiar de una diócesis a otra, porque son realidades muy distintas. Pero estoy convencido de que si no son esas mismas acciones, habrá otras parecidas porque hoy tenemos que sacar la fe y la Iglesia a la calle. La gente no conoce a Jesucristo y tenemos que buscar la manera de llamar su atención. Eso fue lo que me movió para hacer tres años de misión diocesana: salir a las calles, leer el Evangelio en las plazas, cantar canciones… En varios momentos juntamos más de 2.000 personas en la Plaza Mayor, que son muchas personas para Soria. La gente que pasaba decía: «¿Y estos quiénes son? ¡Ah si viene el obispo! Qué bien, esto es lo que tenía que hacer la Iglesia». Y en eso hay que integrar mucho a los laicos, que tienen mucho que dar, y quiero ayudarles a que lo den. No vale una pastoral clericalizada. El sacerdote es muy importante, pero tiene que estar acompañado de laicos integrados en la comunidad. Si vamos como francotiradores no llegamos a ningún sitio.

¿Es hora de que los laicos asuman más compromisos en la evangelización?
Totalmente. Y dentro de los laicos, especialmente la familia. En la Iglesia estamos haciendo un esfuerzo con los niños, adolescentes y jóvenes que es postizo, porque no tiene un antes en la familia, que sería el fundamento de la fe, ni un después, que sería el acompañamiento de la comunidad y de la propia familia. Con ese planteamiento, ¿qué es la catequesis? Dos años en los que el niño ha estado ahí y que le ha venido bien, pero nada más. Una de las cosas que me movió en la misión fue un análisis que hicimos en la diócesis para ver cómo estábamos evangelizando. Muchas veces escucho lamentos y quejas de los sacerdotes: «Si las familias se implicaran un poco más, si pusieran más carne en el asador»… Así que dije: «¡Pues vamos a evangelizar a la familia!». Mientras la familia no funcione con criterios cristianos, es muy difícil evangelizar el mundo de hoy.

En Amoris laetitia el Papa pide una renovación de la pastoral familiar. Usted es miembro de la Subcomisión de Familia de la CEE, ¿por dónde cree que debe de ir esa renovación?
En este sentido, el Papa es muy claro. Creo que es una magnífica exhortación en el sentido de dinamizar la pastoral familiar. Por ejemplo, él habla de discernimiento no solo en casos extremos, sino en todas las familias para ver si estamos viviendo como familia cristiana, qué sentimos, qué dificultades vemos, por dónde tendrían que acompañarnos. Yo no entiendo una Pastoral familiar de momentos ni de saltos, sino de itinerarios completos que empiecen desde la niñez e impliquen a los padres. También es importante una pastoral de novios mucho más seria, más profunda y amplia de la que estamos haciendo. No nos podemos conformar con cursos prematrimoniales de tres días o cinco fines de semana, porque hoy con muchos novios hay que hacer el primer anuncio de Jesucristo, como alguien que da sentido a su noviazgo, a su matrimonio mañana y en definitiva, a su vida. Después es muy importante, y aquí yo tengo mucha experiencia, el acompañamiento a los matrimonios jóvenes en los primeros años de matrimonio. Porque el matrimonio no puede ser una meta de llegada y nada más. El matrimonio es un proceso en el que hay que ir madurando, y la pareja se tiene que ayudar a madurar tanto a nivel cristiano como a nivel vital. Para eso es necesario un proyecto de pareja juntos: ¿Qué tenemos en común? ¿qué nos distancia? ¿hacia dónde vamos? ¿cuáles son nuestros objetivos? ¿qué queremos conseguir en nuestro matrimonio? Esto es un antídoto para muchos problemas que van a venir después.

Seguro que está usted pensando en situaciones concretas…
Sí. El otro día, por ejemplo, me despedía de un matrimonio que traté mucho en mis años de cura en Palencia, porque vinieron a decirme: «Ya estamos cansados de ir a psicólogos y que nos digan que lo que tenemos que hacer es separarnos. Nosotros no queremos separarnos, queremos que alguien nos ayude». Estuve dos años acompañándolos, solos y como matrimonio, y venían a dejarme una carta en la que me decían: «Le damos las gracias por todo lo que nos ha ayudado, porque de no habernos encontrado con usted ahora no seguiríamos juntos». No fue mérito mío, sino suyo, ante la propuesta de alguien que les movió a que pensaran qué proyecto de pareja tenían, qué les separaba, qué tenían en común. Y todo esto hay que aprenderlo desde novios. El noviazgo no puede ser un tiempo que se desperdicia. En los últimos tiempos, el noviazgo se ha aprovechado para todo menos para lo que se debe, que es para conocerse. Yo guié a un grupo de novios durante cinco años (tanto tiempo es muy difícil conseguirlo, pero si lo intentas al final lo logras), y tuve un magnífico equipo de colaboradores en Pastoral Familiar. Con este grupo, después de intentarlo varias veces, logramos un grupo de seis parejas que empezaban a salir como novios. El tercer año, una de las parejas nos dijo: «venimos a deciros adiós porque hemos llegado a la conclusión de que no somos, ni él para mí, ni yo para él. Así que preferimos separarnos ahora a no cuando estemos casados. Ahora, los dos están casados estupendamente, pero cada uno por su lado». Este tipo de actuaciones son muy importantes en la Pastoral Familiar, que no termina con eso, sino que tiene que seguir después con una educación cristiana de los hijos.

O sea, ese momento en el que los matrimonios que tal vez sintieron un chispazo de fe en la preparación a la boda, y se han vuelto a alejar tras ella, vuelven a acercarse a la Iglesia…
La Iglesia tiene que aprovechar cuando el matrimonio tiene un hijo y quiere bautizarle. Tenemos que aprovechar para volver a hacer la llamada, volverles a anunciar a Jesucristo. Hay que aprovechar ese momento tan importante para los padres para decirles: «Hasta ahora a lo mejor lo habéis tenido un poco más descuidado, pero a partir de ahora tenéis una responsabilidad, y es que tenéis que transmitir a vuestro niño vuestras propias convicciones y creencias». Es decir, tenemos que aprovechar todos esos momentos de tal modo que les sirvan a los propios padres para motivarse como educadores en la fe. Ahí hay que facilitar, por ejemplo, las escuelas de padres, para que puedan seguir formándose después. Se enseña a todo, pero nunca a ser padres. Los libros que he escrito no son grandes estudios teológicos, pero sí son instrumentos que han ayudado a las parejas, porque están muy centrados en la familia.

Tampoco se ha mantenido en silencio a la hora de defender la vida. El escenario político actual es «incierto», como ha dicho el cardenal Blázquez en la última Asamblea Plenaria, y parece que la Iglesia es hoy la única voz en la sociedad que defiende a los no nacidos. ¿Cómo se puede hacer una defensa de la vida y una denuncia del aborto, desde los parámetros de cercanía y valor que nos reclama el Papa, pero sin caer en la voz agorera y centrada solo en lo negativo, como también el Papa pide evitar?
Es cierto que la Iglesia defiende la vida. Pero por Iglesia no debemos entender solamente el obispo y el clero, sino que algo que está reclamando el momento actual es tener cristianos dentro de la política. Que laicos con unos principios sean capaces también de defender determinados valores como el derecho a la vida, que es el primer derecho que tiene toda persona, desde las leyes. Eso es algo que nos está faltando entre los políticos. Hay mucha gente que vive la fe cristiana a su manera, pero a la hora de defender públicamente su ser y sus convicciones cristianas no lo hace. En este tema no hay posibilidad de aducir la disciplina de partido; yo no puedo votar en contra de mis convicciones más importantes. En segundo lugar, en la Iglesia tenemos que ir formando y educando a la gente. Hay muchas personas, matrimonios y familias que están haciendo una labor extraordinaria dentro de la Iglesia, y por tanto, ellos tienen que ser los que también vayan mentalizando a otras personas a través de distintos cauces, como el acompañamiento, unas charlas, etc., para que todos estemos capacitados y dispuestos a decir ante el aborto: «A esto no hay derecho. Yo tengo que reclamar la defensa de los más indefensos, los niños no nacidos; quiero ser su voz y su defensa, porque ellos ahora no tienen ni voz ni voto ahora» Todo esto lleva a la concienciación de mucha gente.

Ahora que cita a los políticos: se abre un nuevo escenario en la política española, ¿cómo tiene que actuar la Iglesia, empezando por el obispo, en este nuevo contexto en el que se está instalando en España una tendencia política a marginar a la Iglesia del espacio público?
La separación Iglesia-Estado siempre ha sido buena y sigue siendo buena. En esta situación que vivimos ahora, la Iglesia tiene que estar preparada para aprovechar todas sus potencias, y no creer que la evangelización viene de otros sitios, como los políticos. Muchas veces, esa presencia en el espacio público suponía poco más que cumplir con un protocolo. Es cierto que es necesario y bueno que a los políticos se les viera en los actos religiosos representando a un pueblo cristiano que les había votado, pero tampoco debemos descorazonarnos: lo fundamental es que nosotros preveamos qué es lo que puede pasar y cuáles son las alternativas que desde la Iglesia podemos ofrecer.

Ciudad Real tiene una tradición de cercanía al mundo obrero, por sus obispos y por la propia realidad que hay en la diócesis. Estamos en un momento de gran precariedad laboral, y aunque los coletazos de la crisis dicen que han pasado ya, todavía hay muchas familias que sufren el paro, la inestabilidad, salarios mínimos… ¿Cómo puede ayudar la Iglesia a estas familias?
Yo tendré la misma sintonía que los anteriores obispos, y seguiré potenciando Cáritas, por ejemplo, para que se implique no solamente en una labor asistencial de primera necesidad, sino también en ir creando puestos de trabajo. La Iglesia también tiene que ayudar a través de la mentalización de la sociedad. Todas nuestras colectas no solo tienen el sentido de obtener unos recursos económicos que se necesitan, sino también de sensibilización. La Iglesia nunca pide para ella: pide para dar a los demás, y desde esa libertad podemos pedir. Si yo, por ejemplo, el día del Corpus, hablo del Día de la Caridad y digo que no se puede participar propiamente de la Eucaristía si al mismo tiempo nos olvidamos de las personas que pasan necesidad y hambre, entonces lógicamente estoy ayudando a mentalizar a mucha gente para que descubra que junto a ella hay personas que lo están pasando mal y ante las que tiene que implicar a su vida. Luego están las acciones concretas. Por ejemplo, durante tres años pedí a los sacerdotes que, los que quisieran, diesen su paga extraordinaria para Cáritas. Y me quedé asombrado con lo que se sacó de aquello: más de 70.000 euros de los sacerdotes. Es una generosidad tremenda. Esta lucha contra el paro y la desigualdad desde acciones concretas es muy importante, pero no podemos dejar de mentalizar a las personas para que tomen conciencia de que cada uno tiene que hacer algo contra el paro.

Su lema es «Te basta mi gracia» porque cuando le llamaron a ser sucesor de los apóstoles dice que sintió cierto temor. ¿Qué le da miedo a un obispo cuando llega a una nueva diócesis?
Miedo no, pero tienes preocupación por responder bien a la responsabilidad que Dios me encomienda. Pero si Dios llama, también ayuda a responder. A mí me pedirá mi trabajo, mi dedicación, mi entrega, y voy a hacerlo lo mejor que pueda. Le pido muchas veces al Señor que e ayude, pero confío sobre todo en que delante, detrás y junto a mí va siempre el Señor.

¿Le ha dado algún consejo el Papa Francisco?
No he hablado todavía con él desde el nuevo nombramiento. Nos hemos saludado en las visitas a la Santa Sede, pero no son momentos largos en los que él solo te pregunta: «¿y usted de dónde es?» y le cuentas un poco. Pero es poca cosa.

El testimonio es parte fundamental en la transmisión de la fe, y a lo largo de la entrevista usted mismo ha explicado cuestiones teóricas desde su propia vivencia pastoral. Voy un paso más hacia dentro: ¿Quién es Jesucristo para usted?
Jesucristo para mí es todo. Sin Jesucristo no tendría sentido ni lo que soy, ni lo que hago, ni lo que pienso, ni lo que vivo. A mí me quitas a Jesucristo y es como si a cualquier persona le quitas lo más importante de su vida: pierde sentido todo lo demás, como aquello que dice san Pablo de que «cuando uno ha descubierto a Jesucristo, todo lo demás pierde todo su valor». Es el tesoro escondido que el Señor me ha descubierto, y por lo tanto yo solo puedo decirle «Aquí estoy Señor para hacer lo mejor que pueda todo lo que tú me pidas». A mí me quitas a Jesucristo y su mensaje, y no encontraría sentido a mi vida. Y lo descubro sobre todo en mi sacerdocio. Esta sensación de que sin Él no tengo nada es la misma que he pensado al verme como sacerdote. Cuando ya has sido ordenado sacerdote, siempre surgen dudas; pero luego, cuando me he sentido estupendamente como sacerdote, pienso: «He acertado, este es mi puesto y esta es mi vida».

Es decir, que un obispo también tiene en su haber algunos momentos de duda y de oscuridad…
El encuentro con Jesucristo da sentido a toda la vida porque si no, no merecería la pena ser sacerdote ni ser obispo, que es una vocación que supone una vida sacrificada. Estoy plenamente convencido de que todos —los sacerdotes, los laicos, los obispos, los consagrados— estamos evangelizando desde la cruz. Así que a mí, que haya momentos en que toque sufrir, me parece que van dentro del «pack».

¿Cada cuánto tiempo se confiesa?
Suelo hacerlo una vez cada mes. Este año me propuse hacerlo más frecuentemente por estar en el Año de la Misericordia y… bueno, sí que lo voy cumpliendo. Siempre cuesta confesarse, porque en definitiva es reconocer todos tus pecados y tus limitaciones. Pero nos viene estupendamente a todos no solamente para descargar los pecados que tengas, sino sobre todo por recibir la Gracia de Dios que es la que da fuerzas y ánimos.

¿Tiene algún pasaje especial del Evangelio para sentir la cercanía de Jesús?
Del Evangelio hay muchos, aunque me gustan sobre todo las Bienaventuranzas; son lo que da sentido positivo a una vida de seguimiento de Jesús. Cada vez que pienso en las bienaventuranzas me anima mucho en todos los sentidos. Y un texto que he meditado muchísimo es aquel en el que dice Jesús a los discípulos: «No os preocupéis cuando tengáis que hablar. El Espíritu Santo hablará por vosotros». Yo esto lo he experimentado mucho, sobre todo en el confesionario, donde a veces te llegan muchos problemas, y problemas serios. Cuando el señor o la señora te está contando lo que le está pasando, piensas «a ver qué le digo yo a esta persona». Y al final vas hablando y le dices a la persona algo que no esperabas, que no sabes de dónde te ha venido, y que al final le ha ayudado. Muchas veces he pensado: «¿Y de dónde me ha salido a mí esto?». Aquello que decía Jesús de que «cuando os lleven ante los tribunales, no os preocupéis por lo que tenéis que decir, que el Espíritu de vuestro Padre hablará por vosotros», el sacerdote lo ve palpable en esos momentos del trato con la gente cuando se confiesa.

¿Qué es lo que yo no le he preguntado que es importante decir?
Sí me gustaría decir que en mi nueva misión como obispo de Ciudad Real, voy con mucha ilusión, con muchas ganas, y con mucho empeño en que en lo que dependa de mí para la evangelización de Ciudad Real, que ya tiene una historia y en la que no se empieza de cero. Quiero continuar esa historia. Por otra parte, me preguntaban en Soria el otro día qué recuerdo me gustaría dejar allí, y respondí que me gustaría que la gente me recordase como una persona buena, que ha querido a la gente. Creo que esta es la clave de todo obispo: que la gente se sienta de verdad valorada y querida. Y a los más cercanos, a los sacerdotes, quiero demostrarles que voy a estar cerca de ellos, que van a ser para mí las personas más importantes, que voy a cuidar mucho de ellos y que pueden contar siempre con mi ayuda y mi apoyo. Buen Pastor sabemos que solo hay uno que es Jesucristo, pero yo quiero ser un buen pastor, y que me recuerden no por ser alguien que hizo no sé qué cosas raras, sino por ser un buen pastor que conoce, ama, sigue, ayuda, anima… Dice el Papa que nosotros los obispos tenemos que estar siempre metidos dentro del pueblo, unas veces vamos delante para señalar el camino, y otras veces detrás para recoger a los que se han quedado rezagados. Y eso es justo lo que me gustaría ser a mí.