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Hay más niños como Osman, el niño afgano de siete años con parálisis cerebral que ha llegado a Valencia. Son niños que aunque no tengan los padecimientos de Osman sí necesitan de nuestra ayuda. Los vemos todos los días en los diversos asentamientos europeos, donde se amontonan y viven rodeados de barro y basura. Nos colgamos de cara al exterior la medalla de la misericordia, cuando ya deberíamos haber recibido a miles de refugiados y solo lo hemos hecho con menos de veinte. Mientras, seguimos viendo cómo algunos niños no consiguen ni llegar a tierra y se ahogan en el mar.
Un año más nos disponemos a celebrar, este sábado, el Gran Rosario de la Aurora en la ciudad de Zamora y algunas ciudades más de España: Salamanca, Valladolid, Móstoles, el barrio Ciudad de los Ángeles en Madrid… El rosario es una conversación con María que nos conduce a la intimidad con su Hijo. La vida de Jesús, por medio de la Virgen, se hace vida también en nosotros, y aprendemos a amar a nuestra Madre del Cielo. Que María Auxiliadora nos colme de las gracias del Espíritu Santo en nuestra Iglesia local y universal, en este año dedicado a la Misericordia.
Cada visita es diferente. Unas veces la alegría se les nota en la cara pero en otras muchas ocasiones se encuentran apagados, de mal humor o bien sin apenas ganas de hablar. Afloran los recuerdos y ven que ya no están algunos seres queridos a su lado. Unos porque se encuentran trabajando y con sus vidas. Otros, principalmente su parejas, porque han recibido la llamada del Señor.
Algunas de estas visitas al geriátrico me dejan preocupado, ante tanto dolor y soledad que padecen algunos de las personas mayores que allí se encuentran. Hoy, en mi visita semanal, encuentro a la mayoría viendo el televisor. Están con la Santa Misa, celebrando el día de santa Rita. Los mayores, principalmente las mujeres, en silencio realizan peticiones a la Virgen. Me entero que nada piden para ellas, siempre se acuerdan de sus hijos, nietos y sobrinos y para ellos van dirigidas todos los buenos deseos.
Me extraña no ver a esa señora que se sienta en el mismo lugar. Me doy una vuelta por otra estancia y me la encuentro sola y triste. Le pongo mi mano sobre su cara, abre los ojos y sonríe. Está triste porque le invaden los buenos recuerdos con su esposo. Este ya ha pasado a mejor vida y revive, de vez en cuando, aquellos años de tanta felicidad. Pero, mañana, seguro que vuelve a estar en el mismo lugar.