La belleza de Bernadette - Alfa y Omega

Me preguntaba qué podía decirnos hoy la historia de Lourdes, y releyendo la historia de las apariciones y algo sobre Bernadette Soubirous, la niña que vio a la Virgen María en la gruta de Massabielle, he encontrado algunas respuestas: Lourdes habla de belleza y de humildad; o de la belleza y la fuerza de la humildad.

El 11 de febrero de 1858, acompañada de viento, oración y sonido de campanas, la Virgen María se presentó ante Bernadette Soubirous de esta manera: «Vestía un traje blanco, brillante y de un tejido desconocido, ajustado al talle con una cinta azul; largo velo blanco caía hasta los pies envolviendo todo el cuerpo. Los pies, de una limpieza virginal y descalzos, parecían apoyarse sobre el rosal silvestre. Dos rosas brillantes de color de oro cubrían la parte superior de los pies de la Santísima Virgen. Juntas sus manos ante el pecho, ofrecían una posición de oración fervorosa; tenía entre sus dedos un largo rosario blanco y dorado con una hermosa cruz de oro».

Sobrecoge ponerse en la piel de Bernadette, contemplar en primera persona esa belleza de amor, y seguir luego siendo la misma, pero con más dificultades. Bernadette, una niña de salud delicada y corazón fuerte, quedó cautivada y fortalecida por la visión que había tenido. Tanto es así que su cuerpo permanece hoy incorrupto en la aldea de Nevers, en Francia; y no creo que sea muy aventurado decir que todo es fruto de la intensidad de esa presencia.

Es en esta niña de catorce años donde encuentro eco y cercanía. Porque supo mantenerse sencilla, a pesar de todo lo extraordinario que le aconteció. Y porque, aunque fuera pobre y sencilla, era persona, y no le resultó fácil hacer todo lo que la Virgen le pedía, en particular ese día en que le pidió bebiera el agua sucia que acababa de brotar del suelo, y que luego iba a curar a tantas personas. También la imagino con la añoranza de haber visto algo tan hermoso -la gruta era su cielo en la tierra- en las pruebas que le vinieron después. Pero fue más allá, y aceptó incomprensiones, burlas y enfermedades de todo tipo con gran fortaleza interior, valentía y sencillez.

El atractivo de Bernadette fue la pobreza, de la que ella misma era consciente, tal como lo expresó en la última oración que hizo en la gruta antes de entrar en el convento del que se haría religiosa, a los veintidós años. Pobreza material, pero sobre todo pobreza de espíritu: ésa fue la puerta por donde entró Dios en su corazón. Y la virtud de Bernadette fue mantenerla abierta. Pobreza de espíritu, hacerse nada para que Dios lo sea todo en ti, un buen reto para nosotros, hombres y mujeres del siglo XXI, llenos muchas veces de nosotros mismos, y vacíos de lo esencial.

Georgina Trías