En el centro de la actividad política, la persona - Alfa y Omega

Al final de junio habrá de nuevo elecciones generales en España, por ver si se logra un gobierno estable. El momento, pues, es importante para la sociedad española. ¿Conocemos mejor ahora los partidos políticos que presentan listas a estas elecciones? Tal vez, pero mucha gente sigue perpleja. No se inquieten: yo no diré en este escrito a quiénes tienen que votar. Son ustedes suficientemente maduros para elegir a quién mejor pueda hacerlo. En caso contrario, conviene leer, reflexionar y siempre votar, a pesar de la dificultad que supone hacerlo por la manera de presentarse los partidos, siempre como los mejores y, en tantas ocasiones, ocultando intenciones que más adelante ponen en práctica.

Yo leo en un documento de Juan Pablo II (Christifideles Laici, 37-44) que los cristianos pueden ofrecer una gran ayuda para hacer más humana la familia de los humanos, trabajando, sobre todo los fieles laicos, en la animación del orden temporal, precisamente desde su «índole secular». Por ejemplo, promover la dignidad de cada persona humana es una indicación de cómo actuar con ella, pero una referencia también a la hora de votar en las elecciones generales; ha de tenerse en cuenta igualmente si se defiende el derecho inviolable de la vida, o la libertad religiosa y de enseñanza; otro criterio es si se defiende la familia natural, la unión estable de hombre y mujer, como campo además de compromiso social frente a la ideología de género; otro tanto se diga del compromiso de la caridad, que apoya la solidaridad con los más empobrecidos.

Pienso también que otra piedra de toque a la hora de decidir a quién votar está en comprobar qué partidos favorecen más la sociedad civil, que hace a todos destinatarios y protagonistas de la vida política en su sentido más amplio, diferente del que juegan los políticos en la sociedad política necesario sin duda. Nuestra sociedad necesita, en efecto, realidades intermedias que agrupen a los ciudadanos, en las que la persona se sienta en casa y pueda expresar toda su creatividad. Eso es favorecer la vida de la sociedad civil. Y una pregunta: ¿Qué partidos sitúan al ser humano en el centro de la vida social y económica? He aquí un punto muy decisivo, pues mucho se promete en este campo, y poco es después realidad.

Nuestra España vive un grado insoportable de dialéctica en niveles diferentes de la convivencia en la sociedad actual. Nos recuerda el dolor de las viejas heridas, que creíamos en parte superadas. ¿Para cuándo la convivencia entre los que piensan diferente, o el alejarse del insulto fácil? Tal vez sea necesario reformar la Constitución Española. Pondérelo el Parlamento futuro a propuesta del Gobierno por constituir. Me puedo equivocar en este juicio, pero me parece que la Constitución de 1978 sigue siendo una referencia para evitar muchas cosas. Sobre todo evitar que los españoles tengamos que comenzar la historia cada cierto periodo de tiempo porque lo pasado no vale. ¿Y sí vale la confrontación grave entre adversarios políticos, que nos recuerden lo que la inmensa multitud de españoles no vivimos y que tanto dolor y ruptura supuso? Tenemos que seguir aprendiendo de nuestra historia.

Ciertamente que en España el Estado es aconfesional, en cuanto representatividad de éste hacia los ciudadanos, pero para no coartar la libertad de conciencia, no respecto a la vida concreta de los individuos que conforma ese Estado y tejen de hecho la vida social. Y es aquí, en la vida social, donde actúan los ciudadanos, pero desde sus motivaciones, ideas, cultura, formación y creencias religiosas. He hablado en Padre Nuestro en otra ocasión de la comprensión de lo público. Éste no es únicamente un espacio neutral, como si de una campana en la que se ha hecho el vacío, y donde no quepan valores, virtudes cívicas y religiosas, motivaciones, creencias, convicciones, formas de comprender la vida, en una palabras, una sociedad plural. Lo público no puede identificarse con el Estado, de modo que los políticos lo sean todo. Eso es peligroso.

«La primera política, por tanto –afirmaba un movimiento apostólico católico- es vivir: vivir a la altura de nuestras exigencias… Un espacio de libertad donde poder mostrarse como uno es, delante de todos, más allá de los estereotipos ideológicos. Un lugar donde la apertura religiosa que nace de la exigencia de significado sea valorada positivamente y se convierta en factor real de construcción y no un asunto personal arrinconado vergonzosamente». Desde ahí se puede luchar, con nuestro estilo de vida, contra la injusticia social y el daño a la naturaleza, «la casa común». De lo que tanto habla el Papa Francisco.