«Soy un redimido» - Alfa y Omega

«Soy un redimido»

El pasado domingo, en la catedral de la Almudena, monseñor César Franco, obispo electo de Segovia, presidió una Eucaristía de acción de gracias al concluir su ministerio episcopal en Madrid, como obispo auxiliar. Concelebraron el arzobispo, monseñor Osoro, el cardenal Rouco, los obispos auxiliares, y numerosos sacerdotes. Los fieles madrileños llenaron la catedral para despedir a don César, antes de que tome posesión de Segovia el próximo sábado

José Antonio Méndez
Monseñor César Franco durante su homilía, ante el arzobispo monseñor Osoro, el cardenal Rouco y los dos obispos auxiliares

«Queridos hermanos y hermanas en el Señor». La frase era una descripción de su vida y no una mera fórmula protocolaria, y con ella empezó monseñor César Franco su homilía, en la Eucaristía que presidió el pasado domingo en la catedral de la Almudena para agradecer a Dios su ministerio como obispo auxiliar de Madrid, y despedirse de esta Iglesia diocesana antes de tomar posesión, el próximo sábado, como nuevo obispo de Segovia. A su lado estaban el arzobispo matritense, monseñor Carlos Osoro -que cedió la presidencia de la celebración a don César-; el cardenal Rouco, arzobispo emérito de Madrid; y los dos obispos auxiliares de la archidiócesis, monseñor Fidel Herráez y monseñor Juan Antonio Martínez Camino. A su espalda, numerosos sacerdotes de la diócesis, que quisieron acompañarlo en su despedida. Y frente a él, «el santo pueblo de Dios, sencillo, fiel y generoso», que llenó la catedral para encomendar a quien durante 18 años ha sabido ganarse el cariño de sus diocesanos.

A todos recordó don César que «no hay alegría si el cristiano no se arraiga en Cristo y se mantiene en la acción de gracias. Sólo así permanece vigilante para no apagar el Espíritu, discernir lo bueno y guardarse de toda forma de maldad». Y añadía, con un tono testimonial que mantuvo toda la homilía: «También yo he experimentado que el Señor es fiel. Lo ha sido en toda mi vida y en mis años de ministerio episcopal». Por eso, mostró su agradecimiento «por la fidelidad eterna de Dios y por tanto don recibido en esta Iglesia de Madrid, cuyo recuerdo permanecerá imborrable en mi corazón».

Al leer su propia vida ante Dios, «sólo puedo humillarme y reconocer mis pecados ante la paradoja que sucede en mi vida, cuando por oficio debo representar a quien es el Santo de los Santos, el Ungido de Dios, y experimentar al mismo tiempo mi fragilidad», explicó, antes de reconocer que, «si alguna vez he perdido la alegría, no ha sido porque no se hayan cumplido mis planes, ni por el fracaso o escaso fruto de mis trabajos, ni por las críticas e incomprensiones de los demás. Si he perdido la alegría ha sido a causa de mis infidelidades con el Señor, que tanta confianza depositó en mí al llamarme a su ministerio. ¡Y entiendo lo que decía León Bloy: Sólo existe una tristeza, la de no ser santo!» A una semana de tomar posesión de la sede segoviana, pidió a los fieles que orasen «para que en adelante sea santo, o, al menos, no me canse de esperar que puedo serlo». Y aclaró que, gracias a la cercanía de Dios, «nadie me quitará la alegría de haber servido a esta Iglesia, a quien, con toda propiedad y amor entrañable, llamo Madre». Además, confesó que, «entregarme a la Iglesia, con la máxima rectitud que he podido, me ha liberado de mí mismo», y por eso, abandona Madrid con «la íntima satisfacción de nunca haber pedido nada que afectara a mi destino, ni haber rechazado nada de lo que mis superiores me han pedido».

El nuevo obispo de Segovia abandona Madrid reconociendo que «nada podría haber vivido sin la certeza de que también a mí el Señor me ha abierto los ojos y los oídos a la fe, me ha liberado de muchas esclavitudes, y siempre me ha concedido el perdón; es decir: soy un redimido». A fin de cuentas, «saber que Dios es Señor y dirige nuestra vida ha sido para mí fuente inmensa de paz y tranquilidad de conciencia». Y así llega don César a Segovia: «Invitando a los hombres a preparar un camino al Señor».